Fenómeno universal, los venezolanos también nos hicimos muchas ilusiones con el nuevo milenio. Hay sobrados testimonios en la vieja prensa de un optimismo, a veces sobresaltado y, otras, moderado, que convertía la nueva centuria en un repertorio inagotable de buenas promesas.
Una ya vieja compilación, a la que José Agustín Silva Michelena no le dio tiempo de culminar, resumiendo los resultados de un exitoso coloquio, dio cuenta de la mirada que el porvenir suscitaba: “Venezuela hacia el 2000. Desafíos y opciones” (Nueva Sociedad – Ildis, Caracas, 1987), recogió el ejercicio que importantes autores hicieron en la materia, entre ellos, Alberto Quirós Corradi, Hanz R. Sonntag, Ricardo Haussman, Juan Carlos Rey, Rafael de la Cruz, o Leopoldo Yánez Betancourt (de quien nos hicimos asiduos a través de sus artículos de opinión, ventilados en el extinto diario Economía Hoy). Además, un ejercicio que ya no encuentra suficiente cabida en la opinión pública del presente, dada la censura y – especialmente – una de sus modalidades, como es la quiebra de la industria editorial.
Releídos algunos trabajos, por estos días, comprobamos el sensato señalamiento de no pocas correcciones pendientes en la década respecto al ámbito político, social, cultural y, sobre todo – económico. Insistimos, una sensatez y sobriedad que ahora extrañamos, para una crítica fundada también en aciertos, capaz de proyectar un futuro mejor: no cabía otra opción que la de mejorar.
Inimaginable nuevo siglo, el que tarda en llegar para los devotos de Picón Salas, el deterioro de los venezolanos nunca se presumió en los términos actuales. Mucho menos, con una ya andada experiencia democrática, que – por ejemplo – el barril de petróleo llegaría a precios siderales a la vez que nos encontraríamos a las puertas de una crisis humanitaria, súper endeudados, bajo una severa represión – abierta o selectiva – y con una fuerte censura y bloqueo informativo, reeditando el fracasado modelo del socialismo real acorde a las circunstancias, tras el año 2000.
Nadie, en su sano juicio, pudo atreverse a pronosticar que casi treinta años después, todavía faltase por empeorar partiendo de un indecible peor, y, aunque fuese recurrente el oportunismo político, presumiendo que olvidaríamos lo ocurrido a mediados del siglo XX, como lo dictaminaba Pablo Domínguez para el conservador diario El Universal (“Apuntes para el año dos mil”, Caracas, 16/03/1949), tampoco supusimos que se conformasen las mafias de esta hora al amparo de una renta exhausta, expresada fielmente en los elencos del poder, bien batidas las ocasiones para asaltar el erario público y castigar a quienes tienen la osadía de avisarlo. Únicamente podía hablarse de las dificultades de generar sendas vanguardias artísticas de real ruptura, pues, los lectores masivos de finales de los sesenta la creyeron sobre los moldes atrevidos de principios de siglo, incorporándolos jocosamente a las carnestolendas, como lo esbozó Lupita Ferrer en una portada de la revista Momento (Caracas, 1967).
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ