Le robaron a su hija en el hospital y le recuperó ocho años después

Conozca la tragedia de una mujer a quien le arrancaron su hija recién nacida de los brazos, y ocho años la recuperó. Como si se tratara de una telenovela rosa, el final de esta familia fue feliz.

Lea la historia publicada por el diario Panorama:

Mariangel Zerpa acudió el año pasado a una cita en el Ministerio Público. Iba incrédula, sin tener la menor certeza de que los hechos que ocurrirían ese día cambiarían su vida. Cumplió con la reunión pautada por su abuela, quien había movido cielo y tierra durante meses para ver feliz a su nieta.

Sin embargo, cuando tuvo en frente a Roxana Nazareth, de ocho años, casi le dio “un infarto”. Con solo verla reconoció en ella a la niña que le habían robado ocho años atrás en la maternidad Concepción Palacios. La bebé solo tenía horas de nacida cuando la separaron de su madre.

“No tuve dudas en ningún momento, cuando la vi tan parecida a su papá y a su hermana. Fue un sentimiento maravilloso, hasta me asusté. Todo se me revolvió. Cuando la niña me tocó yo sentí que era mi hija”, confiesa Mariangel, todavía emocionada en un café céntrico de la ciudad capital. Los ojos le brillan y no disimula la sonrisa.

La joven de 25 años tuvo que contener toda emoción. La niña, hasta ese momento, desconocía qué pasaba. Lo único que sabía es que la habían separado de su familia de forma imprevista y nadie le había explicado por qué. El abrazo y el llanto debieron esperar. Primero tenían que pasar por una prueba de ADN y varias visitas al psicólogo.

La experticia serviría solo para confirmar —una semana después— algo que Mariangel ya sabía. Para ella no era necesario. Se trataba de su Angie. Una niña que no pudo disfrutar gracias a la crueldad de una mujer que se hizo pasar por paciente, para arrebatársela de sus brazos un 19 de julio del 2003.

“Yo estaba muy débil, tenía apenas 16 años. No lograba darle pecho a la niña. Estaba frustrada. Estaba sola. Ya la había visto varias veces en el pasillo, vestida con bata, pensé que era una paciente más. Esa mañana se acercó a la habitación y me dijo: ‘masajéate los senos para ver si baja la leche’. Me confié. Ella cargó a la niña y cuando miré ya no estaba. En dos minutos se había desaparecido de la maternidad”, cuenta con los ojos vidriosos la mujer que a partir de ese momento vivió el peor calvario de su vida. Apenas comenzaba la búsqueda.

La desesperación la llevó al desmayo y a los pocos minutos se encontraba en una habitación sola, flanqueada por policías. Las autoridades hicieron caso omiso a su llanto y angustia. La acusaron de regalar o vender a la niña. “Confiesa, no te va a pasar nada, porque eres menor de edad”, le repitió de forma incansable e indolente la directora del hospital.

“En ese centro me torturaron, me tuvieron cuatro días incomunicada, ni mi familia podía verme. Mi abuela tuvo que buscar una orden para hacerme compañía. Me cansé de pedirles ayuda, de decirles que me la habían robado. No me creían. Hasta las enfermeras me torturaron”, denuncia con clara molestia al cumplirse casi 10 años de los hechos.

Al salir de la maternidad acudió con su familia al Cicpc de El Paraíso. Mientras buscaban a la pequeña Angie los funcionarios hallaron a dos niños raptados: hembra y varón. Mariangel seguía sin respuestas.

La adolescente viajaba todos los días hasta la ciudad capital para continuar con la búsqueda de quien se le presentó una mañana como Roxana Nazareth. Incluso consiguió trabajo en Caracas. La joven vivía en Higuerote, a dos horas de la ciudad. A su paso no hallaba paz.

“Yo casi me volví loca. No quería vivir. Fue un año terrible. ¿Sabes lo que es llegar a tu casa, tener hasta los pañales listos, y no tener un bebé? No soportaba saber que mi hija tenía hambre y no poder darle su teta” Al año salí embarazada y me aferré a Marielis, ella llenó mi vida. La tuve en Higuerote por miedo. No regresaría nunca a la maternidad”.

Sin embargo, la cicatriz de Angie seguía presente en la vida de Mariangel. Se reconoce una mamá sobreprotectora, le aterra dejar a sus hijos con cualquier persona, incluso con un familiar. La pérdida de su hija mayor la hizo una persona totalmente desconfiada. “Jamás pensé que algo así me podía pasar a mí. Todos los días me sentí culpable. Yo misma se la di. Me la quitó de mis brazos, ¿qué me iba a imaginar yo que me podía pasar algo así? Yo era una muchachita, no le costó nada robármela”.

A raíz del nacimiento de su segunda hija, la muchacha pasó tres años sin trabajar ni estudiar. Se dedicó por completo a criar a su bebé. La niña caminó al año y medio, porque ni siquiera la ponía en el piso. La inscribió en la escuela y no se separaba del colegio hasta que la maestra de primer grado le prohibió quedarse en las afueras de la institución. Entonces consiguió trabajo, cerca de la escuela.

“Mi mamá me decía deja que esa niña viva. Tienes que ir a un psicólogo”, pero nunca fue. Así continuó la vida de Mariangel. Terminó la relación con el padre de sus niñas y desde hace un tiempo formó un nuevo hogar. Jamás pensó recuperar a Angie. Solo aceptó la realidad y continuó caminando en pro de la felicidad de Marielis.

Sin embargo, la abuela de Mariangel nunca dejó de buscar. Desde un principio decretó que no se moriría sin conocer a su bisnieta. Y así fue. Un día, leyendo el periódico se encontró con la noticia de una mujer detenida por robar a un bebé recién nacido de la maternidad Concepción Palacios. La delincuente se hizo pasar por enfermera y salió por el estacionamiento.

Las alarmas de Arelis Zerpa se encendieron, y fue tanta la insistencia que tuvieron que atenderla. Para su sorpresa su sospecha era cierta. Se trataba de la misma mujer, que ocho años atrás entró sin permiso a la vida de su nieta para llenarla de terror. La mujer, Hidramelis Coromoto Bonilla, de 30 años, confesó en el Cicpc, el rapto de la pequeña Angie. La mujer había trabajado en el centro de salud, lo conocía perfectamente. Incluso había tenido dos niñas ahí.

Las autoridades actuaron rápidamente. Llamaron a una tía de la pequeña, que la cuidaba. Debió llevar a la niña de inmediato a la sede de la policía científica. Enseguida la separaron de esta familia y la llevaron a una casa hogar, donde permaneció por mes y medio, mientras se aclaraba la situación.

En esa casa hogar, la niña conoció a Mariangel, quien se hizo pasar por una maestra, a Marielis y a Arelis. Cada visita supervisada por especialistas. La niña un día le preguntó a la mujer: ¿por qué te pareces tanto a mí?

Bonilla engañó a quien para ese momento era su pareja, se hizo pasar por embarazada. El hombre viajaba mucho, pasaba días fuera de la casa. Un día la mujer lo llamó y le dijo que había dado a luz, que la buscara en la maternidad. A la bebé la bautizaron como Roxana Nazareth, el mismo nombre con el que se presentó la mujer a Mariangel. Ocho años después el hombre descubrió la mentira y que su única hija no lo era en realidad.

Hidramelis abandonó a la pequeña a los seis meses de nacida. Desde ese entonces solo compartía con ella por pequeños períodos y, en ese tiempo, la maltrataba, al extremo que su esposo le quitó la potestad sobre Roxana cuando la niña tenía seis años.

“Él y su hermana la trataron de maravilla. La educaron bien. Gracias a Dios le tocó una buena familia. Hasta la tenían en clase de ballet”, afirma Mariangel, quien reconoce que la pequeña los extraña y —en medio del proceso de adaptación— trata de mantenerlos cercanos e informados de la evolución de Angie en su nuevo hogar, de donde nunca debió salir. A Hidramelis ni la menciona.

Desde mayo del año pasado todo ha sido un nuevo proceso, delicado pero maravilloso, dice la orgullosa mamá, quien afirma que Angie es súper inteligente, ordenada, colaboradora, le encanta patinar y jugar con muñecas. Después de ocho años tiene la oportunidad de conocer a su primera hija y está disfrutando plenamente de este proceso, reconociendo las diferencias entre las dos pequeñas.

En este recorrido cuenta con una cómplice fundamental: Marielis, quien ha sido la mayor motivación para que la niña se acople más fácilmente a su nueva familia. Por primera vez las dos pequeñas, de nueve y ocho años, tienen una hermana. “Cuando regaño a una la otra se pone brava. Fue maravilloso verlas juntas por primera vez”, dice con lágrimas en los ojos una mujer que nuevamente cree en los milagros.

Texto y Fotos: Panorama

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