Los venezolanos experimentamos un drama decididamente inédito, ayer impensable: faltan los medicamentos básicos, vitales o esenciales en casa. La prolongada era del control de cambio, nos aterroriza con el saqueo impune de las divisas, la expulsión forzosa de los grandes laboratorios y la propia inutilidad del visitador médico como profesión, por lo que el local de una farmacia adquiere la creciente formalidad comercial de una quincallería o bazar.
Luis Barragán / Diputado a la Asamblea Nacional / @LuisBarraganJ
El pastillaje que no es precisamente el referido a la festiva repostería que también se pierde como oficio, es el tormento hogareño de cada día. Hay pastillas, ampollas y otras presentaciones o modalidades farmacéuticas, decididamente ausentes: obligan a una diaria, prolongada, penosa e incierta búsqueda en caserios, pueblos y ciudades que incluyen una larga cola de personas para preguntar de la existencia misma del producto, pues, ya no es posible la previa consulta telefónica o internetiana que ahorren el esfuerzo.
Inevitable, estamos condenados a adquirir lo que encontremos, con una dosis mayor o menor, sospechando adicionalmente de la calidad del fármaco. Resignados, así tratemos con genéricos que por su bajo costo resultan más difíciles de conseguir que los medicamentos de marcas reputadas, partimos cada pastilla para intentar que rinda lo más y mejor posible, aunque haya dudas de la eficacia del audaz y resignado fraccionamiento, mientras esperamos la captura de otra cajita miserable.
Lo peor es que las prioridades gubernamentales, considerado el vigente presupuesto público y las interminables solicitudes de créditos adicionales, no pasa por la más mínima consideración del enfermo crónico en Venezuela ni de las eventualidades de las varias epidemias que, por cierto, ya nos aquejan bajo la fortísima censura oficial. Valga la anécdota, olvidando el nombre del comentarista, en las redes sociales advertimos aquello de un régimen que abnegadamente importa armas y equipos antimotines, deseando que fuesen fusiles y ametralladoras que, por lo menos, disparen acetaminofén, antipiréticos y otros fármacos, por no decir instrumentos y equipos médicos.
A principios de año, integrantes de la Movida Parlamentaria, tuvimos ocasión de visitar y constatar la situación del SEFAR en La Yaguara, a pesar de la agresiva resistencia de sus autoridades que no se compadecía con la subrepticia aprobación de los trabajadores sensibilizados por la quema de las medicinas importadas aunque estuviesen vencidas, asomando un suculento negocio de dólares constantes y sonantes. No hay dependencia oficial que arroje cifras y, menos, soluciones excepto se trate de la clásica escena de un médico cubano, especializado en todo y en nada, que saca con sus dedos una pastilla – sin envoltorio ni fecha – de un gran envase para asegurar que bajará la fiebre, equilibrará la tensión arterial, parará la hemorragia, vitaminizará al paciente o le evitará una férula, aunque no sepa de una placa de rayos X o un ecosonograma para el diagnóstico definitivo.
DC/ Dip. Luis Barragán / @LuisBarraganJ