Legado y monumento de la antipolítica que arreció a finales del siglo pasado, el llamado chavismo inyectó una sobredosis de improvisación, banalidad e informalidad a la vida pública. La dirección del Estado, desde entonces, tiene por rasgo esencial el de la espontaneidad que lo afecta como un dato permanente, incapaz de evolucionar ordenadamente para acoger y expresar – particularizándolo – otro inevitable, como el de la globalización, expuesto a los caprichos, arbitrios y ocurrencias de sus – por definición – circunstanciales integrantes.
En días pasados, con motivo de la (pre) campaña parlamentaria, un grupo de jóvenes nos interrogaba sobre la misión del órgano independiente del Poder Público y lo que más nos impresionaba de la experiencia de estos años en la Asamblea Nacional. Luego de una breve consideración en torno a lo genéricamente concebido como la división de poderes, apartando los grandes acontecimientos (destitución inconstitucional de una diputada literal y arteramente golpeada, por ejemplo), meditamos sobre las muy escasas formalidades con las que se desenvuelve la instancia, cual sucursal disminuida del PSUV.
Hay formas, ritos, fórmulas y solemnidades propias de una instancia que, al universalizarlas, permite comprender y asumir esa instancia que es la del Estado, donde los ciudadanos están representados. Citamos como ejemplo, la juramentación de la directiva de la Asamblea Nacional ante deportistas, indígenas o milicianos de lo que llaman el poder popular, ofreciendo un espectáculo, cuando ellos – parte de la clientela partidista – carecen de representatividad, los diputados mismos conforman el poder popular gracias al sufragio y basta la sencillez republicana de las reglas para que esa juramentación produzca los efectos políticos y jurídicos consiguientes.
Comprometidos en buscar un ejemplo concreto, hallamos y les remitimos – contextualizándolo – el pasaje de una vieja discusión dada en el otrora Congreso de la República. En efecto, nos permitimos transcribirlo, tomado del Diario de Debates de la Cámara de Diputados (Caracas, nr. 10 del 02/04/1962):
“DIPUTADO RONDON LOVERA.- Pido la palabra.- (Concedida).- Señor Presidente: Antes de hacer la intervención que me ha ordenado la jefatura de mi fracción, voy a proponer que sea declarado de urgencia el anteproyecto que ha sido presentado a la consideración de la Cámara, para que sea discutido de inmediato.
EL PRESIDENTE.- De conformidad con el Reglamento, para que este Proyecto de Acuerdo sea considerado de inmediato por la Cámara, es necesario declararlo de urgencia. En ese sentido lo ha propuesto el Diputado Rondón Lovera.
Sírvase consignar por escrito su proposición, ciudadano Diputado.- (El Diputado Rondón Lovera consigna su proposición por Secretaría).
EL PRESIDENTE.- Sírvase leer la proposición del Diputado Rondón Lovera, ciudadano Secretario.
EL SECRETARIO.- ‘Que de acuerdo con el artículo 112 del Reglamento se declare de urgencia la consideración del ante-proyecto presentado a la Cámara para que sea discutido en la presente sesión’.
EL PRESIDENTE.- ¿Tiene apoyo a proposición del Diputado Rondón Lovera? (Apoyada). – Está en consideración de la Cámara por proposición formulada por el Diputado Rondón Lovera, en el sentido de que el Proyecto presentado por el Diputado García Bustillos sea declarado de urgencia para que se discuta de inmediato.- (Pausa).- Se va a cerrar el debate.- (Pausa).- Cerrado.- Los Diputados que estén por aprobar la proposición del Diputado Rondón Lovera, se servirán manifestarlo con la señal de costumbre.- (Pausa).- Aprobada. Está en consideración el Proyecto de Acuerdo presentado por el Diputado García Bustillos. Tiene la palabra el Diputado Rondón Lovera”.
Del extenso párrafo citado, se desprende la solicitud de la declaratoria de urgencia decidida por una fracción de diputados, ordenando sea consignada por escrito; constancia de la entrega de la propuesta, leída por secretaría; sondeo del presidente de la cámara para verificar si tiene suficiente apoyo, haciéndolo merecedor del acto de votación; oportunidad dada para debatir la propuesta, no el fondo del asunto; votación propiamente dicha y apertura del debate de fondo; concesión de la palabra a los solicitantes. Apreciamos que esta reiteración de formas, por tediosas que fuesen, tiene por objeto evitar equívocos, precisar claramente la materia y garantizar la participación de todo el cuerpo, por lo que, inmediatamente, contrasta con el régimen parlamentario prevaleciente en la actual Asamblea Nacional, cuya directiva no sólo caprichosamente simplifica el procedimiento, sino que hasta el presidente de la corporación se permite deliberadamente comentar cada una de las intervenciones, gestos u opiniones de los diputados de la oposición, aunque formalmente no haya pedido la palabra y, como indica el reglamento, no lo haga de pie para diferenciar sus actuaciones como moderador del debate y como beligerante diputado.
En la historia parlamentaria venezolana existen pocos precedentes, si los hay, sobre el manejo tan informal de las sesiones que, seguramente, es replicado en las legislaturas regionales y concejos municipales. Lo peor, la práctica está extendida a todas las organizaciones políticas, en el sentido más amplio, como partidos, gremios, sindicatos, condominios, clubes, etc., constituyendo una grave circunstancia, ya el ejercicio del poder – grande o pequeño – requiere de unas mínimas pautas para evitar confusiones, estabilizarse y perfeccionarse.
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ