Días atrás, la Comisión Permanente de Administración y Servicios recibió a los representantes de las empresas operadoras de la telefonía móvil celular. Entre otros aspectos ventilados, llamó la atención el reconocimiento oficial de una obsolescencia tecnológica de década y media, a pesar del costosísimo y cacareado par de satélites artificiales con el que contamos, como el déficit de las divisas que suelen gozar de otros destinos, garantizando – por lo demás – el insólito desabastecimiento que sufrimos.
Se habló de no importar más los teléfonos llamados inteligentes hasta no actualizarnos con una tecnología cada vez más doméstica y barata, en otros rincones del planeta. Vale decir, tendremos que esperar quince años más, por lo que cada vez más se aleja la posibilidad de reemplazar el perol electrónico que tenemos, incompatible con las más recientes aplicaciones, hasta contentarnos con el analógico que pudiéramos guardar: no habrá respuestos para unos y otros, reingresando al reino de la telefonía fija mientras pueda sostenerse, apelando finalmente por la célebre cuerda que une a dos vasos de plástico.
Única posibilidad de ahorro, arriesgamos mucho al vender el automóvil que consume nuestros ingresos en el taller de cada semana, a la vez que son crecientemente precarios los medios públicos de transporte que nos obligan a andar a pie, corriendo los peligros impuestos por el hampa. El pañal desechable, alcanzado luego de varias horas en cola con el niño y la partida de nacimiento empuñada, cede su lugar al pañal de tela que requiere de la difícil obtención de detergentes, agua y electricidad para hincarlos en una batea, de dañarse la lavadora nada fácil de reponer.
Se heredará la vestimenta del abuelo, la tediosa tijera consumirá el tiempo que ahorra la maquinilla del barbero, el papel periódico vencerá al de “toilette”, el bicarbonato comerá las telas con el recuerdo lejano del desodorante medicado, y – sólo posible con un empleo público de supervivencia – se impondrá literalmente el fingido voluntariado para mantener limpios los espacios públicos, al igual que intentaremos la artesanal mejoría de la vivienda por siempre provisional. Quedará la leyenda de los remotos tiempos en los que cualquier hijo de vecina podía estudiar en la mejor universidad del mundo y volver con entusiasmo, la renovación del equipo electrodoméstico de nuestra elección, el hogar independiente para una recién fundada familia, o la mano de pintura decembrina en casa, propio de quince y más años atrás.
No habrá dólares para la telefonía celular, porque el post-rentismo que vivimos nos ha condenado a exportar solamente crudo. Lo peor, la política es cada vez un asunto personal, de imposición por la fuerza y repetición de consignas, desconociendo principios, razones, instituciones, ámbitos, competencias y diferencias.
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ