Antaño, cualquier escaramuza o guerra se prestigiaba con el término; y, hogaño, exhausto, no da para más En década y media, la revolución no ha operado como el mito poderoso capaz de amalgamar las esperanzas, como en otros lares y circunstancias históricas, sino como el burdo pretexto para un continuismo enfermizo y cada vez más deplorable.
Jamás fue explicada, sino aplicada según el leal entender de sus propulsores, llamando debate a un largo, recurrente y tedioso monólogo. Improvisándola constantemente, alérgica a las realidades que supuestamente estaba llamada a transformar, prontamente se convirtió en una enorme burbuja propagandística y publicitaria que, una tras, otra, siempre a punto de estallar, escondió y esconde propósitos y acciones que desmienten lo valores proclamados.
Desde un primer momento, el régimen actual maldijo y facturó políticamente un pasado cada vez más remoto, afincándose en la descalificación moral y persecución personal de los que arbitrariamente señala como sus herederos; nos arrojó al precipicio de un ultrarrentismo insostenible, contrariando la evidente tendencia de la economía venezolana; estafó a la población mediante el plebiscito consecutivo, consagrando los comicios cada vez menos competitivos; confiscó partidistamente el Estado, bajo la dirección de unos elencos del poder de escasa rotación; ha demolido las instituciones, caricaturizándolas. El retroceso no tiene precedentes, agudizadas dramáticamente las desigualdades bajo las hormas de un falaz discurso inclusivo.
Al iniciarse el proceso, en las postrimerías del siglo XX, dijo atajar una guerra civil en puertas. Ayer, pintó terroríficamente una conflictividad abonada por motivos que, al compararlos, hoy lucen benignos.
En un vagón del metro escuchamos, palabras más, palabras menos, el comentario espontáneo de varios usuarios que ya no temen hacerlo a viva voz: el Caracazo fue provocado, porque no hubo escasez de nada, mantuvimos más o menos los niveles de vida, pero – ahora – sí estamos en el fondo de la indigencia, por debajo de los indicadores internacionales de pobreza. Atraídos por la tertulia viajera, nos acercamos para sintonizar con esa conversación presuntamente ajena.
Hay un razonamiento básico y natural que no ha podido mellar la propaganda oficial. Y uno de los viajeros en las extrañas de la ciudad, agregó: no hay dinero para sacar a los muchachos del país, pero olvídense que nuestros hijos van a servir de escudo en una guerra inventada para que sigan dándose el lujo de comer y viajar los enchufados. Preguntamos a unos y otros, antes de llegar a la estación de destino y, sintetizando las opiniones, una señora jubilada del magisterio, nos aleccionó como profesora de historia que fue, asegurándonos que ésta no es revolución y para mantenerse en el poder pueden llegar a inventar una lucha sangrienta entre los venezolanos y, si les apuran un poco, un pleito con los guyaneses.
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ