Apryl Michelle Brown solía ser peluquera en los Estados Unidos. Un día, en el año 2004, dos mujeres entraron en su local, y una de ellas le recomendó un “especialista” para que se realice una cirugía en los glúteos.
«No me di cuenta de los peligros. Pensé que era una inyección inofensiva que me daría una cintura perfecta. Sin embargo, la realidad fue que esa silicona no era adecuada para los seres humanos, era industrial”, explicó Apryl al periódico The Sun.
La mujer estadounidense, madre de dos hijas, recordó que “la señora que me atendió parecía ser muy profesional. Yo no tenía razones para pensar que algo malo iba a suceder”.
Sin embargo, tras la segunda sesión de inyecciones, Apryl “tuvo una epifanía”. De regreso a su casa, asegura que pensó: “No sé que me están poniendo en el cuerpo”.
Fue así que decidió interrumpir el tratamiento, “pero ya era tarde. Mi vida había cambiado para siempre”.
La mujer decidió no ir al médico durante casi dos años, “por vergüenza”, pese a sentir un fuerte dolor en los glúteos. La infección se desarrolló lentamente durante meses y, luego, llegó a un punto irreversible.
“Me amputaron las nalgas, pero la gangrena se extendió rápidamente a mis manos y mis pies, y también tuvieron que amputármelos”, concluyó Apryl, que ahora dedica su tiempo a correr triatlones paralímpicos y a concientizar sobre las operaciones ilegales.
Fuente: Infobae