«Los dolores son terribles», afirma Astrid de la Rosa, quien acudió en 2008 a un consultorio estético en la urbanización La Floresta, en Maracay (Ara), para ponerse inyecciones de biopolímeros en las piernas. Los efectos que tuvo la sustancia en su cuerpo la confinaron a un encierro que la mantuvo en cama e inmovilizada durante dos meses.
Astrid, de 31 años y 45 kilos, se inyectó 300 cc de una sustancia que un año después le migró a la espalda, lo cual le afectó varios nervios que le impidieron caminar y llevar una vida normal. “Mi ritmo de vida cambió por completo. Tuve que dejar mi trabajo como profesora de biología. Me inflamaba, tenía dolores, sentía cansancio, mi pierna derecha se paralizó. No podía valerme por mí misma al punto de que mi hijo pequeño tenía que ayudarme para ir al baño”, cuenta la joven, quien acudió a médicos en busca de ayuda y permaneció dos semanas hospitalizada en Maracay.
Los médicos le recetaban grandes dosis de antiinflamatorios y esteroides, además de analgésicos usados en pacientes terminales de cáncer para apaciguar sus dolores. La falta de información y los cócteles de medicamentos terminaron por afectarle el hígado y los riñones. Entonces, sufrió una intoxicación en la sangre. El año pasado recibió de los médicos un diagnóstico de principio de leucemia. Su operación para retirar la sustancia ha sido aplazada tres veces.
“Esto me ha afectado muchísimo porque no he podido operarme. Mis exámenes salen alterados. Mis valores y hemoglobina nunca suben”, añade. Astrid viste una camiseta de la Fundación No a los Biopolímeros, agrupación a la que llegó en busca de apoyo psicológico y asesoría. Desde hace más de un año, Astrid colabora con la organización. Maneja cifras y listas de contacto de afectadas en el país, contribuye en la organización de foros, llama a médicos dentro y fuera de Venezuela y cuenta su experiencia para ayudar a otras personas a tomar mejores decisiones.
“Para mí fue falta de autoestima. Hoy en día me quedé con todos estos problemas. He aprendido a apreciarme y valorarme por lo que soy y no por cómo me veo”, asevera.
«¡Estoy viva!»
Érika Figueira presintió que algo andaba mal cuando palpó un bulto en su espalda. En 2009 se operó los glúteos en una clínica en Valencia (Car). El médico, un cirujano plástico, le dijo en ese momento que le pondría una sustancia inocua que se alojaría en una especie de bolsillo en sus glúteos. Un año después, el biopolímero terminó convertido en pequeñas esferas que migraron a la zona lumbar y formaron una joroba.
“El producto se regó. Mi espalda parecía una roca. A diario tenía fiebre de 40 grados, dolores insoportables que no quitaba cualquier analgésico”, relata la muchacha.
Hace cuatro meses fue sometida a una operación que duró seis horas y que incluso fue transmitida en televisión. El cirujano Daniel Slobodianik logró extraer 90% de la sustancia usando un procedimiento en que un cepillo metálico es introducido debajo de la piel para “romper” las cápsulas que se forman cuando el organismo detecta un cuerpo o sustancia extraña. El líquido viscoso (biopolímero) es luego aspirado con una cánula.
“Estoy agradecida porque sigo con vida. Estoy bien, no tengo molestias. Ahora tengo una cicatriz espantosa, que es algo que te marca y hace que quieras devolver el tiempo”, asegura.
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