Sonó el teléfono de la casa. Un solo repique bastó para que una madre angustiada contestara el llamado, la peor noticia de su vida estaba por llegar: “Su hija está muerta en Estados Unidos”, luego de un silencio pausado, colgaron. El desgarrador anuncio lo hizo una voz anónima.
América de Contreras se fue desvaneciendo a medida que recordaba una y otra vez la noticia hasta que se desmayó. Josealic del Mar Contreras González, de 20 años, había muerto en un hospital de Nueva York, luego de varios días de incesante agonía, al estallarle los dediles recubiertos en látex, llenos de droga que llevaba en el estómago transportado desde Maracaibo. El trágico hecho ocurrió hace 17 años (el 14 de octubre de 1996).
La joven, una estudiante del último semestre de ingeniería en computación , fue utilizada por su novio Nerio Alberto Fuenmayor Quintero, de 20 años, para el narcotráfico internacional. La relación sentimental entre ambos duró poco, menos de un año. El único fin que tenía Quintero era reclutar a Josealic como “mula” y arrastrarla hasta el mundo de las drogas.
El polémico caso fue uno de los primeros en Venezuela, donde una mujer se veía envuelta en el flagelo del narcotráfico. Sobrepasó fronteras y acaparó los primeros titulares de todos los medios de comunicación del país.
Diecisiete años después —de ese hecho que marcó la vida de una familia y conmocionó a la ciudad—, la madre de la joven, América de Contreras, abrió las puertas de su hogar —un humilde pero acogedor apartamento, ubicado al norte de Maracaibo, donde se crió y vivió los mejores momentos de la infancia y juventud Josealic— para contarle a PANORAMA la tragedia de su hija.
Sentada en un sofá y sosteniendo un pequeño libro verde donde guarda las memorias de la segunda de sus cuatro hijos, América recordó el último día que vio con vida a su Josealic del Mar, a quien cariñosamente la llamaban “Kati”, diminutivo de “La Catira”.
“Kati me dijo un día que iba a viajar con la mamá de su novio, Ivón Fuenmayor de Quintero, a Cúcuta (Colombia) a comprar telas para fabricar edredones y sábanas. Su papá y yo le dimos el permiso. Confiamos en que todo iba a estar bien y volvería rápido a casa”.
El plan en la mente de Josealic fue distinto. La joven se despidió de su familia y se marchó de la casa con una maleta, el 21 de septiembre de 1996, su camino estaba ya trazado pero no para ir a Colombia, sino para Estados Unidos.
Junto a la mamá de quien fue su novio, se trasladó hasta el aeropuerto internacional La Chinita. Allí esperó el llamado para abordar el vuelo 204 de Zuliana de Aviación, que la llevaría directo a la ciudad de Miami, para luego hacer un trasbordo y llegar finalmente a Nueva York.
La muerte estaba latente. Josealic llevaba en su sistema digestivo una bomba de tiempo. Dediles cargados de heroína llenaban su estómago. Pasó todos los controles de seguridad sin contratiempos. Ninguna autoridad sospechó algo raro en la actitud de “Kati”, ni de la mujer que iba a ser su suegra.
Nerio Quintero había planificado todo perfectamente. Utilizar como carnada para el narcotráfico internacional a una joven estudiante que pasara inadvertida por su belleza e ingenuidad. Esa era Josealic, impactante ante los ojos de cualquier hombre. Con su tez blanca, cabello rubio, ojos verdes, 1.52 centímetros de estatura, mirada atractiva y resplandeciente sonrisa dejaba sin aliento a más de uno. Según sus amigos guardaba cierta similitud con Alicia Machado, coronada ese año miss Universo.
Josealic abordó los tres aviones y llegó a la ciudad de los rascacielos, donde se entregaría la encomienda. Mientras tanto en Maracaibo, la angustia aumentaba con el pasar de los días. La familia no tenía ninguna información desde que “Kati” partió, supuestamente, a comprar telas en Colombia.
“Comenzamos a buscar por todos lados. Fuimos a casa de sus amigos, lugares que frecuentaba, a la universidad y no conseguíamos respuesta a la única interrogante que teníamos ‘¿Dónde está Kati?’. Al ver que nadie nos daba una señal de ella, fuimos a casa del novio y no lo encontramos a él tampoco. Mi hija no era la única que estaba desaparecida. Nadie tenía rastros de la señora Ivón y Nerio. Mucha gente me había comentado que habían visto a mi hija en el aeropuerto, otros me decían que la habían visto en Miami, pero yo no les hacía caso, estaba ciegamente confiada en que estaba en Cúcuta comprando telas”, contó la mamá de Josealic, evocando cada uno de los momentos de la tragedia que vivió.
“Luego de 23 días de la desaparición de mi hija, llegó la llamada que me desgarró el alma donde me notificaron que había muerto en Estados Unidos. Yo no lo quería y podía creer hasta que lo corroboré”. Según las investigaciones policiales, Josealic fue utilizada y preparada por la madre de su novio para que ingiriera las pequeñas bolsas contentivas de la droga en su estómago y llevarlas en la ruta del narcotráfico: Maracaibo-Nueva York.
Su familia estaba en contra de la relación sentimental, nunca aprobaron el noviazgo. “Ese muchacho se metió en la vida de Josealic y logró que ella terminara con el novio que tenía. La envolvió muy rápido. Ella salía casi a escondidas con él”, cuenta América.
Hace diecisiete años, el abogado de la familia Contreras, Willian Briceño, destapó el caso ante la opinión pública y reveló el modus operandi del mundo ilícito de la droga: “Hermosas muchachas son captadas por mafiosos del narcotráfico, que primero las enamoran para posteriormente ejercer un estricto control sobre ellas, hasta que llega el momento en el cual las invitan a un paseo al exterior y las llevan a un destino distinto al que le dijeron inicialmente. Una mujer generalmente, mayor de edad ejerce presión para que ingieran los dediles de droga. La incitan a través del pago. Le ofrecen muchos dólares”.
La hermosa estudiante pasó sus últimos días de vida en agonía, recluida en el Hospital Elmurts de Nueva York, murió el 14 de octubre de 1996. Los médicos informaron que había sufrido una sobredosis al reventarse los empaques de heroína que había tragado, lo que le produjo una absorción por parte del intestino que llegó al torrente sanguíneo y en consecuencia al cerebro.
“Los ácidos clorhídricos del estómago son tan fuertes como los ácidos de una batería y ellos son capaces de romper hasta el material látex, cuando este tipo de envoltorios no son expulsados a tiempo”, detalló una fuente médica.
El látex, sacado de los preservativos o guantes quirúrgicos, es utilizado por los narcotraficantes para que las “mulas” puedan llevar, en distintas partes de su cuerpo, los dediles de droga. Las mujeres y hombres esconden los envoltorios dentro de los genitales y en el peor de los casos en el aparato digestivo. Se los tragan como si fueran pequeñas pastillas.
Tras las gestiones que realizó la familia con el abogado defensor, en el consulado de los Estados Unidos se logró traer los restos de Josealic a Maracaibo. Residentes del conjunto residencial donde vive la familia Contreras recaudaron fondos para costear los pagos del traslado. Estudiantes, amigos, parientes y periodistas abarrotaron la entrada del aeropuerto internacional de La Chinita a la espera del cuerpo de “Kati”. En una caravana fue escoltado el féretro hasta la Abadía de Las Mercedes, donde se realizó el velorio.
“El papá de Josealic, Carlos Contreras, pasó más de diez horas frente al ataúd hasta que se desplomó en el piso”, confesó un allegado. La familia se mostró en hermetismo ante los medios de comunicación. Pocas declaraciones ofrecieron a la prensa. No querían hablar del tema. Casi dos décadas después, es cuando América rompe el silencio y cuenta: “Yo no quise saber más nada del mundo en ese momento. No me importó si el novio de mi hija caía preso o lo mataban. Solo quería encontrar la paz que me habían arrebatado de mi alma. Muchas personas tocaron la puerta de mi casa en busca de información, hasta la periodista Marieta Santana vino a entrevistarme sobre el caso, pero yo me negué rotundamente. Otras personas llegaban a mí para ofrecerme ayuda de todo tipo”.
“Una mujer desconocida tocó mi puerta y me dijo: ‘Señora, yo tengo a mi hija presa en Estados Unidos por droga, no sé qué es mejor, si que esté muerta o presa. Yo le respondí con toda contundencia: Prefiero que esté presa pero viva”, narró América.
La denuncia se hizo legalmente ante la extinta Policía Técnica Judicial (PTJ), hoy transformada en el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc). Por unos días, Nerio Alberto Quintero Fuenmayor se evadió de la justicia. Las autoridades lograron su captura en un famoso centro nocturno, que estaba ubicado en la calle 72 de Maracaibo. A su mamá y cómplice del delito, Ivón Fuenmayor, la aprehendieron en los Estados Unidos. La sala de Casación Penal del Tribunal Superior Supremo (Fiscalía) dictaminó en un juicio dos años de cárcel para Nerio Alberto Quintero. Pagó la condena en la cárcel nacional de Maracaibo.
“Kati” fue enterrada el 25 de octubre de 1996, en el cementerio La Chinita, junto a sus restos quedó mermado el sueño de la joven de graduarse de ingeniera y conformar una familia. Según sus amigos, la joven era una excelente estudiante, solo le faltaba culminar la tesis para recibir su título con altas calificaciones.
Hoy, cuando se cumplen 17 años de su funeral, la madre expresa: “No hay un solo día de mi vida que no llore la muerte de Josealic. Para mí todo fue una pesadilla que aún estoy viviendo. Un horrible hecho que marcó para siempre mi vida y la de mi familia. Mi esposo se murió de la tristeza a los dos años que Kati falleció. En un abrir y cerrar de ojos, la vida me dejó sin esposo y sin una hija. Antes iba todos los días a llevarle flores al cementerio y limpiar la tumba, pero ahora por mi estado de salud, lo hago muy pocas veces. Algo que siempre haré es ofrecerle una misa, bajo la bendición de Dios, cada vez que cumpla un año de muerta”, dijo entre lágrimas América.
“Siempre la recordaré como la Kati, alegre, bella, ingenua, cariñosa y que desde chiquita siempre llamó la atención de todos”.
Otto Rojas/Panorama