Falleció Pancho el perrito de la animadora Jean Mary

Pancho, el perrito de la animadora Jean Mary acaba de fallecer, compartimos con ustedes un escrito que le había dedicado hace más de un año y expresamos nuestro infinito dolor y entendimiento en estos momentos tan difíciles….

UN DIA A LA VEZ PERRITO MIO!!!

perrojeanmaryAquí está, sentado junto a mí, como siempre, mientras escribo estas líneas sobre él. Ha sido la relación amorosa más larga que he tenido en mi vida. Ha sido mi mejor amigo a lo largo de toda mi vida adulta.

Ha sido mi sombra, el paladar que prueba primero cada pedazo de queso que me como, el ronquido que imita el sonido del mar y me acompaña en mis sueños, la fomentera de mis días veintiocho, el cojín atravesado en las caderas para ver televisión, ha sido mi confidente, el culpable de mi ropa sucia, de mi cama llena de pelos, de los asientos de mi carro llenos de tierra, el responsable de fortalecer mi espalda baja porque a pesar de sus 23 kilos lo levanto cada vez que él lo necesita.

Pancho ha sido la razón por la que me despierto en las madrugadas desde hace muchos años, el motivo por el cual ahorro siempre un dinero extra, mi desvelo, la razón por la que pego récipes en la nevera y logro llevar un control de horas y medicamentos. Y es que ha sido un perrito enfermizo.

Tiene condiciones médicas que datan desde su “cachorritud” y que hemos logrado controlar, aunque a veces reaparezcan como fantasmas malvados y mucho más fuertes, porque él ya no lo es tanto. Han sido muchas las idas al veterinario, que lo conocen y me conocen demasiado bien. No me quejo de nada.

Por cada preocupación, por cada desvelo, por cada deuda en la que me he metido para costear sus tratamientos, he recibido toneladas de amor, de risas, de cariño, de amistad, de compañerismo, de pura felicidad. Sin embargo, pareciera que, luego de tanto, su cuerpo le pasa factura. Sus riñones están bravos y ya no quieren funcionar como antes.

Las últimas vertebras de su columna crearon una calcificación en el disco que las une y esto hace que estrangulen el final de su médula, que son varios tubitos, como una cola de caballo y que al presionarse, comprometen sus funciones de la cintura para abajo. Hace que sus patas traseras bailen ligeramente de un lado a otro cuando Pancho se pone de pie, buscando equilibrio, fuerzas para sostenerse.

Son como florecitas movidas por la brisa que sólo un ojo precavido es capaz de notar. Esta condición es degenerativa. Pancho no es candidato para una operación tan invasiva porque sus riñones no tolerarían las 3 horas de anestesia. La homeopatía y la acupuntura lo han sostenido muy bien desde el año pasado, pero últimamente no hacen en él ninguna mejoría, es como si no respondiera en lo absoluto. Por ratos se orina sin darse cuenta, cuando ladra o cuando se acuesta y presiona su vejiga. Su estómago que siempre ha sido acontecido, delicado y susceptible, resiente los medicamentos para el dolor de su espalda como si se tratara de enemigos mortales. No los quiere. No importa que trate de explicarle y darle protectores gástricos. No y no y no. O devuelvo la comida, o aflojo el barrito. Entonces vamos poco a poco gordito mío.

Que no pueda caminar o que se haga pipí no me importa en lo más mínimo, le pondría una sillita de ruedas canina y pañales de tela… Pero sufre, le duele. Eso me destruye el corazón. Oírlo quejarse, verlo caminando como un zombie durante la madrugada porque acostarse le produce más dolor que permanecer de pie… Con eso no puedo estar en paz. El dolor de mi perro me duele a mí. No poder calmarlo, no poder hacerlo sentir mejor rompe mi espíritu. Pancho se aleja de mí cuando se siente mal.

No me deja consentirlo, estar a su lado. Prefiere pasar su malestar fuera de mi alcance, y sufro dos veces por su dolor y por no poderlo abrazar. Necesito más a mi perro de lo que él me necesita a mí. Necesito que me reciba en la puerta cada vez que entro, así haya salido a botar la basura. Necesito que me despierte al amanecer para que lo suba a la cama y se acueste atravesado entre su padre y yo ese rato antes que suene el despertador.

Necesito que me pida comida de la mesa, con sus ojos suplicantes que logran que cada bocado me sepa a culpa. Necesito su colita feliz cuando lo llamo, su lengua con sabor a pescado en la cara, sus pelos en la ropa, sus abrazos de perro, su compañía constante, su atención y la forma en cómo exige la mía.

Pancho es el centro de mi centro. La roca de mi ánimo, el caleidoscopio de mis tristezas, el pozo en el que limpio mi carácter, la esperanza en todo cuando la pierdo en la gente, mi reivindicación con la especie, mi catalizador de energías, mi peluche tibio viviente. Aunque apenas pasó de los 10 años, su cuerpo se está rindiendo frente a nuestros ojos, no estará conmigo los 20 que le he implorado. Me va a dejar sola en este mundo que se me ha hecho más amigable por tenerlo a mi lado. Trato de prepararme, de pensar en lo que es mejor para él, de tragarme la tristeza para no preocuparlo por mí. Trato de prepararme… Pero no puedo.

No existe manera de prepararse para esto. Nos tocará decirnos adiós en el momento y de la forma en cómo el destino lo tenga previsto, aunque tengo algunas exigencias: que no sufra dolor o que me dé chance de estar a su lado cuando ocurra, pero no espero que el destino me rinda cuentas de nada. Así que realmente, sólo tengo un día a la vez, para quererlo con todas mis fuerzas, para jugar con él si se siente bien, para abrazarlo si me deja, para pasearlo si su espalda nos lo permite. Ruego porque nos queden más días buenos que malos.

Han sido tantísimos los buenos ratos, que ante los malos no debería reclamar demasiado. Pero reclamo igual: ¡Quiero más días buenos con mi perro! ¡Muchísimos más! Mientras escribo, Pancho duerme a mi lado con su respiración profunda y deliciosa como una cueva de sirenas bajo el mar. Hoy, no siente dolor.

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