Los médicos y las enfermeras que combaten el ébola en Africa Occidental están trabajando jornadas de 14 horas diarias, siete días a la semana, protegidos de pies a cabeza bajo el calor agobiante en clínicas precarias. Las muertes agónicas son la norma. Las condiciones infrahumanas no son el único problema: los trabajadores de la salud deben esforzarse para convencer a los pacientes que pretenden ayudarlos y no perjudicarlos.
Circulan versiones de que los trabajadores de la salud occidentales están importando la enfermedad, robando cadáveres o infectando deliberadamente a los pacientes. Es difícil ganarse la confianza debajo de un traje con casco, antiparras y máscaras que ocultan sus rostros.
«Una quiere decirles tantas cosas… porque están tan doloridos», dijo la enfermera Monia Sayah, de Médicos sin Fronteras. «Sufren mucho, pero solo te pueden ver los ojos».
El brote del virus ha afectado a tres de los países más pobres del mundo, donde los sistemas de salud no tienen suficiente personal ni equipamiento. En Liberia hay apenas un médico por cada 100.000 habitantes, y dos en Sierra Leona, según la Organización Mundial de la Salud, y no hay estadísticas disponibles para Guinea. La cifra asciende a 245 en Estados Unidos.
La depresión emocional se suma al agotamiento y la deshidratación pero los médicos siguen con su misión. «Cuando la necesidad es tan grande uno no puede justificar no quedarse allí o irse a casa más temprano», dijo el Dr. Robert Fowler, quien trabajó recientemente en Guinea y Sierra Leona.
Fowler, médico de cuidados críticos en el Hospital Sunnybrook en Toronto, Canadá —ahora en un sabático con la Organización Mundial de la Salud— dijo que la barrera del traje protector es grande pero no insuperable.
«Había una niña, de unos 6 años, que llegó en estado avanzado de la enfermedad con hemorragia intestinal, muy deshidratada y delirante», recordó. El ébola había matado a todos sus familiares inmediatos, de modo que estaba sola.
«Estaba muy asustada y solo quería que la dejaran sola», agregó. Fowler pasó días tratando de ayudarla, llevándole algunas cosas que la niña quería, como una gaseosa. «A la larga se dio cuenta de que esta persona con un traje un poco intimidatorio trataba de ayudarla».
Con el tiempo mejoró y estaba a punto de ser dada de alta cuando Fowler se fue de Guinea. Pero ese caso es la excepción en vez de la regla. La muerte le espera a más de la mitad de los pacientes con ébola en Africa occidental.
«Cuando la tasa de mortalidad es tan alta», comentó, «uno sabe todos los días que habrá un par de pacientes en tu sala que no pasarán la noche».
AP/DC