Juana puso, a todo volumen, aguinaldos de las Voces Risueñas de Carayaca – un grupo de música tradicional venezolana del estado Vargas- , para olvidarse de la lluvia, y concentrarse: era vísperas de la Navidad de 1999 y estaba montando el pesebre en su casa. Su esposo, Omar, estaba inquieto: dejó de ayudarla y se asomaba por horas a la ventana: veía cómo llovía, cada vez más. Oscar, el hijo de ambos, -que entonces tenía siete años- lloraba asustado por los truenos.
Se acostaron a dormir a eso de las 11:00 pm y poco después el grito de un vecino (“¡Sálganse todos, viene el río!”), más un ruido estruendoso que producían las rocas al caer, hizo que Juana comenzara a llorar. Omar cargó a Oscar y los tres salieron de la casa, que esa noche se vino abajo.
“Al otro día fuimos a ver qué había quedado. Y lloré muchísimo cuando vi todo bajo escombros. Me conmovió cuando vi el pesebre vuelto arenilla, mis cosas llenas de barro, perdí mis fotos, mi título, todo, todo. Pero lo que realmente me devastó fue ver los cadáveres de mis vecinos tirados por allí, como muñecos. Esos días fueron de horror.”
Han pasado 15 años de aquella noche fatídica en Vargas, uno de los destinos preferidos por caraqueños para escapar del agite de la ciudad. Juana y su familia vivían -y aún viven- en Macuto, al este de la entidad. Luego de pasar meses damnificados (vivieron en El Poliedro) se fueron a donde unos familiares en Guatire (estado Miranda), y luego volvieron a lugar de la tragedia: “No nos quedó de otra”, dice Juana y asegura que aún no ha superado lo que sucedió: “Todavía lloro cuando llueve aquí en Macuto. Es un miedo muy feo. Créeme: yo siento que todo se vuelve a venir abajo cada vez que cae una llovizna”.
A Oscar le pasó igual. “No podía ver un chorrito de agua, ni las calles mojadas, ni una fuente de una plaza, porque se ponía nervioso. Por un tiempo, le tuvo como miedo al agua“, cuenta Omar.
Juana, Omar y Oscar han visto como, de a poco, le han ido quitando al estado el aspecto de destrucción. Pero consideran que todavía a Vargas le falta mucho del brillo que tenía: “Hay zonas muy feas, pobreza. Muy mala planificación”.
Miedo al agua
Estefanía Jorge y Pedro Alvarado estaban pasando esos días de diciembre de 1999 en Maiquetía (al lado oeste de La Guaira, capital del estado Vargas) para tener más privacidad: cumplían su primer aniversario de bodas y planearon una cena romántica.
Vivían en Caraballeda, al este de la entidad, en una casa que compartían con familiares de ambos.
También decidieron irse a Maiquetía (a la casa de los padres de él, que estaban de viaje), porque era época electoral y ellos votaban allí: el 15 de diciembre era el referendo consultivo para aprobar la nueva Constitución Nacional Bolivariana, una de las principales promesas de Hugo Chávez (ya jefe de Estado) cuando fue candidato presidencial.
Cuando ellos escucharon que en Caraballeda estaba ocurriendo una tragedia, se fueron, en medio de la lluvia, a socorrer a sus familiares. Llegaron y encontraron lodo, escombros y llanto. La primera planta de su casa prácticamente no existía; en la segunda se refugiaron varias familias vecinas. Fue la única vivienda que quedó en pie, dicen.
Pedro recuerda que desde allí vio a una señora, sobre una tabla en medio del río, pidiendo ayuda. “Esa imagen a mí me atormentó muchísimo. Por eso y otras cosas horrorosas yo tuve que ir al psicólogo”.
Estefanía también quedó impactada: “Te confieso que todavía lo estoy. Desde aquella vez le agarré como rabia al mar, al agua. No he vuelto a la playa: fui una vez y ni me bañé. Lo que vivimos fue muy feo”.
Cuenta dolorosa
Intentan hacer una lista de los conocidos que perdieron en la tragedia, pero cuando van por el número siete desisten: “Creo que es una lista que nunca vamos a completar, porque fue muchísima gente. Recuerdo que vimos como 15 cadáveres rodando. Dicen que fueron tres mil muertos, pero debe ser una estimación, yo creo que deben ser más ”, recalca Pedro.
La pareja se mudó al estado Aragua. Estuvo alquilada allí dos años, y luego se devolvió a Vargas: “Es difícil, ya uno tenía la vida hecha aquí. La adjudicación de casas fue un desastre. Suena fácil criticar al que volvió a Vargas, pero si uno no tiene vivienda, ¿cómo hace? Gracias a Dios más nunca ha ocurrido algo así. Yo conozco gente que todavía está damnificada”, dice ella.
Concuerdan en que los gobernadores y alcaldes que han pasado por Vargas han intentado restaurar lo que la catástrofe destruyó. “García Carneiro (gobernador actual, por el Partido Socialista Unido de Venezuela) sí ha hecho cosas; pero ha sido, por decirlo, por donde pasa la reina ¿Por qué no se meten para las zonas que aún están en el piso? la urbanización donde vivíamos se convirtió en un barrio de puras invasiones”, resiente Pedro.
Una camioneta en el techo
Ya se habían acostumbrado a que cada vez que llovía, el río que pasaba cerca de su casa creciera. Por eso, aquella noche del 16 de diciembre de 1999, al principio, Laurent Caballero no se puso tan nervioso. Luego sí: sintió que iba a morir: el afluente creció como nunca antes, se salió de su cauce y arrasó todo lo que había a su alrededor. Lauren entonces era un pequeño de 12 años, vivía en Catia La Mar, al oeste de Vargas. Recuerda gritos, la gente en la calle, el ruido, el ruido de las piedras:
“Mi papa, mi mamá y yo salimos de la casa, cruzamos la calle en medio del aguacero y nos refugiamos en los edificios de enfrente. Nadie durmió ese día”.
Desde allí, como en primera fila de una función de terror, vieron cómo su casa quedaba bajo escombros.
“El río pasaba literalmente sobre la casa. No tenía idea de qué demonios estaba pasando”. Al otro día, cuando escampó, se acercaron y palparon lo que habían visto desde los balcones: “Para entrar a la casa había que arrastrarse, porque no se podía de otra forma. Perdimos todo. En el techo de mi casa quedó una camioneta pick up”.
Vivieron un par de meses en Caracas, con unos familiares. Luego en El Poliedro. Después en Fuerte Tiuna. Y volvieron a Vargas: “El espíritu del varguense está muy ligado a esta tierra donde nació. Conozco gente que se fue pero que sigue haciendo su vida aquí.
“Era bien difícil recuperar el estado después de eso que ocurrió. Y no se ha hecho ni la mitad de lo que se pudo haber hecho”.
Laurent, estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad Central de Venezuela, dice que fue testigo de que el dinero aprobado para muchas obras desapareció, o se usó inadecuadamente. Cita un ejemplo: “El gobierno destinó unos recursos para canalizar el río que está por donde vivo (Catia la Mar). Eso lo iba a hacer la Armada. El dinero desapareció. Luego destinaron otra parte y la empresa encargada sería Ensa: no hicieron el canal con las características técnicas necesarias, y no se ha concluido como debe ser. Y te estoy hablando de una obra que no es de las más representativas. Imagínate tú todos los casos así que habrá en todo el estado.”.
La naturaleza restableció su cauce normal
En 1950, en Vargas ocurrió un hecho natural parecido al de 1999. Hace 64 años, piedras inmensas cayeron desde las montañas en un furioso alud de agua y lodo. Seis décadas atrás había menos asentamientos poblados y tampoco se habían manifestado los fenómenos La Niña y El Niño, dos caras de la misma moneda del cambio climático: uno causante de sequías severas y el otro de lluvias e inundaciones.
Ni siquiera hay registros de víctimas mortales del deslave de mitad del siglo pasado, destacó el geólogo Orlando Méndez, en una entrevista concedida a El Tiempo el 26 de diciembre de 1999, fecha en la que dictaba clases en la escuela de Geología, Minas y Geofísica de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y se desempeñaba como asesor mayor de Relaciones Institucionales en Petróleos de Venezuela (Pdvsa).
Lluvia y más lluvia
La catástrofe del Litoral Central fue, en opinión del especialista, la consecuencia de un suceso de la naturaleza sumado a la acción humana. Explicó, con detalle, lo que pasó en Vargas hace 15 años, un desastre que dejó unos 30 mil muertos y una cifra aún imprecisa de desaparecidos.
La Niña genera situaciones climáticas anormales en el comportamiento atmosférico mundial. Su característica esencial en esta parte del Continente (Venezuela, Colombia y Norte del Caribe) es provocar una fuerte evaporación del agua del océano, en contraste con otra parte del mundo (Asia, Australia) donde las temperaturas de las aguas oceánicas son muy frías.
En Vargas, la evaporación del agua del Mar Caribe, empujada por los vientos alisios, que soplan del noreste, levantó masas que se convirtieron en nubes, las cuales subieron por las faldas de las montañas hasta situarse en el tope de la Cordillera de la Costa. Pero un raro fenómeno ocurrió: el viento se estabilizó, no continuó soplando con fuerza, de manera que las nubes se concentraron en todo el tope de la serranía, donde el frío produjo condensación del vapor y originó lluvias desproporcionadas.
La humedad de El Ávila reforzó la acción química sobre las rocas superficiales, el terreno se disgregó (las rocas perdieron consistencia) y formaron un suelo con abundancia de arcilla. Al mismo tiempo, las rocas de la Cordillera de la Costa produjeron derrumbes en dirección hacia la parte baja de las montañas, las laderas. Con las prolongadas lluvias, el suelo se saturó de agua, aumentó su peso y la inclinación aceleró el deslizamiento.
En la ladera Sur (Caracas) los problemas ocurrieron sólo por el volumen de agua y por tanto fueron menores que los de Vargas, donde la masa de lodo fue extrema.
El profesor Méndez indicó que en ese estado hay una cantidad de montañas intermedias con centenares de quebradas, grietas y entrantes, por donde se fueron formando riachuelos más y más grandes, constituyéndose individualmente en enormes cuencas de recepción de agua y drenaje hacia el mar. Esos riachuelos se unieron y formaron un mayor caudal y gran velocidad. Dijo que una buena manera de comprender este suceso es comparándolo con la conformación de un Delta, con la diferencia de que no fue horizontal, sino de pendiente pronunciada.
Esas montañas intermedias y escalonadas de Vargas acumularon fragmentos de roca provenientes de las mayores alturas, junto a gran cantidad de arcilla y corrimiento completo de masas de tierra y árboles. Esos corrimientos se acumularon contra las rocas en esas intermontañas y represaron el agua. El material se represó, hasta que el volumen fue tal que esas represas cedieron como reacción encadenada y se inició una avalancha que arrasó todo a su paso.
Para denominar correctamente lo que pasó en Vargas debe hablarse, acotó Méndez, de un flujo de barro que finalmente descargó en el cauce del río San Julián. La energía cinética de la masa compuesta por agua, barro, rocas y árboles consiguió, a toda costa, su camino hacia el mar. “En realidad lo que sucedió fue que la propia naturaleza se encargó de restablecer su cauce normal”.
DC | vía El Tiempo.com.ve
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