“Que malo es estar, estar en la cárcel y que soledad que soledad se siente cuando se desea la bonita libertad”. Quizás ya ningún preso de las cárceles del país entonará esta vieja canción del sonero Ismael Rivera, entre otras razones porque quienes allí viven, si en esos infiernos la bella vida se vive, la edad no les da para saber que mucho antes de su existencia ya sólo por el hecho de estar preso, la vida siempre ha sido invivible. De tal forma, que bajo este régimen carcelario a cualquier privado de libertad se le puede ocurrir tomar por asalto su propia vida y desaparecer con ella.
Cuando el eterno estrenó con Iris Valera el Ministerio de Prisiones, todo el mundo pensó que se iniciaría una era de reivindicación del sistema penitenciario venezolano, pero motín tras motín, masacre tras masacre con sus coliseos y ahora presuntamente suicidios colectivos, indican que la fosforito no ha cesado de atizar la candela en esa montaña de derechos humanos violados y ultrajados. Más de 40.000 hombres y mujeres en cárceles con capacidad para albergar tan sólo unas 16 mil almas, con sus casi 900 fallecidos, son evidencias de su incendiaria gestión.
No ha pasado un año de cuando en Uribana se produjera la terrible tragedia donde perdieran la vida más de sesenta jóvenes, recluidos allí por diversos delitos, pero con el derecho a que el Estado les garantice sus vidas.
Hoy de nuevo este recinto carcelario salta por encima de sus barrotes para estrujarnos en nuestros rostros el infierno que allí se vive, a pesar del discurso oficialista de la revolución penitenciaria y la reeducación del preso, bajo la dirección de profesionales con credenciales académicas universitarias, dispuestos a la reinserción social.
Cuando el Constituyente del noventa y nueve dejó plasmado en el Art. 43 de nuestra Constitución, que el Estado protegerá la vida de las personas que se encuentren privadas de su libertad, jamás imaginó que en tampoco tiempo la nueva realidad carcelaria se encargaría de hacer añicos dicho precepto constitucional. Tampoco nuestros hacedores de la Carta Magna, pensaron en la letra muerta que se convertiría aquello de que el Estado garantizará un sistema penitenciario que asegure la rehabilitación del interno o interna y el respeto a sus derechos humanos.
Comenzaron negando el dantesco hecho y terminaron, por órdenes del Ministerio Público, presentando ante un Tribunal de Control del estado Lara a Julio César Pérez, Director del Centro Penitenciario de Centroccidente «David Viloria». Así de graves han sido los sucesos registrado en Uribana, que la Fiscal General de la República ha comenzado a escuchar a los familiares de los fallecidos, quienes han venido denunciando que sus muchachos fueron víctimas de un presunto envenenamiento colectivo y que dudan lo del suicidio masivo.
Cualquiera que sea la verdad de cómo es eso de morir en Uribana, Iris Valera debe responder por esta nueva tragedia, entre otras razones, porque cuando Chávez le anunció al país su designación como Ministra del Poder Popular para el Servicio Penitenciario de Prisiones, reiteró su interés en “convertir la cárcel en un centro de formación del hombre nuevo, que el hombre salga transformado para bien, que la mujer salga transformada; más educado, capacitado para el trabajo para la vida, para el socialismo, para el amor y eso es posible, perfectamente posible.”
DC/ Abog. Douglas Zabala/ @douglazabala