El 15 de enero de 1932, en la sede del antiguo «Colegio Vargas», ubicado entonces en la esquina de Cují, se fundó la Sociedad Venezolana de Maestros de Instrucción Primaria, que cuatro años más tarde se convirtió en la Federación Venezolana de Maestros. Su primer Presidente fue el notable educador y dirigente gremial Miguel Suniaga. Luis Beltrán Prieto Figueroa fue el Secretario de esta primera Directiva, y más tarde lo eligieron tercer Presidente de la Sociedad como sucesor de Roberto Martínez Centeno.
El Presidente Medina Angarita decretó el 13 de enero de 1945 la celebración del Día del Maestro el 15 de enero de cada año, como un homenaje permanente a los educadores venezolanos. Esta celebración se trasladó en 1952 al 29 de noviembre, natalicio de Andrés Bello, por su condición de maestro del Libertador. A partir de 1959 se vuelve a la fecha fijada por Medina, la del 15 de enero. La idea inicial había surgido en el seno de la Primera Convención del Magisterio, celebrada en Caracas entre el 25 de agosto y el 5 de setiembre de 1936. Esta Asamblea soberana creó la Federación Venezolana de Maestros, cuyo primer Presidente fue Luis Beltrán Prieto Figueroa.
También surgió de esta Convención la Tabla de los Derechos del Niño, cuyo acápite V dice: «Todo niño tiene derecho a ser educado por maestras capacitados, de sólida preparación general y profesional, de espíritu recto y bondadoso, que tomen el ejercicio de su profesión como la más alta de las funciones sociales, y no como un simple medio para ganarse la vida»
¡Oh, mi maestro!
Desde Pativilca, el 19 de enero de 1824, Bolívar escribe a su antiguo maestro don Simón Rodríguez una de las cartas más hermosas no sólo por los sentimientos que se removieron en su conciencia al saber que su antiguo maestro estaba en Colombia, sino por los conceptos que le merecieron a Simón Bolívar la profesión de maestro. Este es un fragmento de esa carta:
«¡Oh, mi maestro! ¡Oh, mi amigo! ¡Oh, mi Robinson, Ud. en Colombia! ¡Usted en Bogotá y nada me ha dicho, nada me ha escrito, sin duda Ud. es el hombre más extraordinario del mundo… Ud., maestro mío, cuánto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado a tan remota distancia. Con que avidez habrá seguido Ud. mis pasos; estos pasos dirigidos muy anticipadamente por Ud. mismo. Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede usted figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que usted me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado … Amigo, si tan irresistibles atractivos no impulsan a usted aun vuelo rápido hacia mí, ocurriré a un apetito más fuerte: la amistad invoco… ».
FOTO: La estatua de mármol de Andrés Bello, en el taller de Nicanor Plaza, por 50 años estuvo frente al Congreso, en 1931 fue trasladada a la Universidad de Chile
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