Carlos Sulbarán fue testigo del horror. La madrugada del pasado viernes, un comando armado de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) irrumpió de manera salvaje en su casa y destrozó, sin mediar palabra, todo lo que se encontró en el camino, como si estuvieran allanando la guarida de un líder terrorista del Estado Islámico o el escondite de «Chapo» Guzmán.
El desmedido uso de la fuerza no fue, sin embargo, contra un reconocido narcotraficante sino con un periodista de 37 años que trabaja de taxista y que relató a La Verdad cómo unos soldados encapuchados, sin orden judicial, sin identificarse, sin tocar a la puerta para ver quién estaba en casa o si había un niño durmiendo adentro, tumbaron con una detonación de arma larga su portón e ingresaron a una propiedad privada disparando a mansalva como si estuvieran en un rutinario ensayo militar.
«A mi hermana, con su hija de ocho años en brazos, le dijeron que no se moviera, que la iban a matar. Ella igual corrió. Tenía miedo. Ahí comenzó una ráfaga de disparos. Estábamos escondidos en el baño. No sabíamos lo que estaba sucediendo. Nos dijeron que si no salíamos nos iban a acribillar. Salí con las manos en alto. Un militar me agarró, me tiró al piso y me puso el fusil en la cabeza. A mi hermana y a mi mamá (Alma Pérez, de 60 años) las arrodillaron. Pensé que me iban a matar».
Dispara y pregunta
No buscaban algo sino a alguien. No preguntaron por droga ni armamentos. «Dónde están los demás que viven aquí», gritaban enfurecidos los funcionarios. Pero en la casa de Carlos Sulbarán, ubicada al final de la calle 78, a unas cuadras de la avenida el Milagro, no vive más nadie. Entonces, les preguntaron por qué cuatro personas vivían en una casa de dos pisos, como si la razón del abrupto allanamiento fuera un exceso de metros cuadrados.
El operativo se extendió por una hora. Sin duda, la hora más larga y angustiosa que ha vivido la familia Sulbarán Pérez. Después de varios minutos tirados en el piso del cuarto, Carlos pensó que sus vejadores ya se habían ido y salió a ver qué pasaba. Un charco de sangre en la sala le advirtió que la pesadilla no había terminado: sus dos perros rottweiler habían sido asesinados con cinco disparos. “Dos funcionarios se bajaron con unas bolsas. Se llevaron a los perros y le dispararon a un botellón de agua filtrada. Regaron el agua, barrieron la sangre y tiraron pintura en el piso para borrar la evidencia”.
«Estoy totalmente seguro de que ellos se dieron cuenta que cometieron un error», confesó Sulbarán, mientras lamentaba la pérdida de sus mascotas, víctimas de un grupo de oficiales que dispararon su odio contra dos perros.
Sin esperanza
Carlos Sulbarán no descarta nada. No sabe si el operativo es por su pasado como periodista que cubría la fuente política o tiene que ver con el allanamiento que hubo el pasado lunes en un galpón al frente de su casa. Nadie se lo dijo. Pese a estar convencido de que no habrá justicia en su caso, fue al Ministerio Público.
«En Atención a la Víctima me zonificaron a la fiscalía 12, que es la que se encarga de corrupción. Me tomaron la denuncia. Yo les pedí a ellos una medida de protección para mí y para mi familia pero me la negaron porque no ha habido una reincidencia. Nosotros nos sentimos desprotegidos, no sabemos si volverán, si se querrán vengar de nosotros, si están molestos porque nos estamos atreviendo a denunciar, pero no tenemos rabo de paja, ni nada que temer».
El paso del huracán militar dejó sus secuelas en casa de los Sulbarán. A simple vista, una barra metálica remendada cubre el portón principal y las ventanas están agujeradas por las balas. Pero las verdaderas huellas de este hecho están en la cabeza de la familia de Carlos, los que vivieron el horror en carne propia, que sufrieron sin merecerlo a la nueva GNB.
Cambio
El Fiscal superior determinó que el caso no se debía tratar por la fiscalía número 12, sino por la número 45, que es la que se encarga de la protección de los derechos fundamentales. «Después de mis declaraciones, llamaron a CICPC y comisionan a un grupo para que viniera a hacer las experticias. Se llevaron todos los casquillos. Eran más de 12».
DC | LV