Pocos en Hollywood envejecen tan bien como Al Pacino, un mito del cine que cumple mañana 75 años en plena racha creativa y sin intención de echar el freno a una carrera que no olvida el lugar donde todo empezó: el teatro.
«Mientras mantenga la pasión, quiero seguir. La interpretación se convierte en algo natural cuando llevas haciéndolo tanto tiempo como yo, y es casi inimaginable pensar en dejarlo», dijo recientemente el actor al diario británico The Mirror. «Soy consciente de que me hago viejo», apuntó, «pero aún puedo hacer esto».
Y de qué manera. En el último año y medio ha estrenado tres películas (The Humbling, Manglehorn y Danny Collins) que, aun lejos de ser éxitos comerciales, le han deparado algunas de las mejores críticas en los últimos 15 años, Y ya prepara Beyond Deceit, junto a Anthony Hopkins, y The Trap, acompañado por James Franco y Benicio del Toro.
Pero posiblemente el proyecto con el que se frota las manos es la obra teatral China Doll, con la que regresará a Broadway a finales de año de la mano de David Mamet, con quien ya trabajó en las representaciones de American Buffalo (1983) y Glengarry Glen Ross (2012).
Con todas sus credenciales, es lógico entender que no haya podido «entrar en un supermercado ni usar el metro en los últimos 50 años», como aseguraba recientemente el actor, que en su juventud y tras dejar los estudios de arte dramático, se encontró a menudo desempleado, alcoholizado e, incluso, sin hogar.
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