El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y el presidente, Reuvén Rivlin, consiguieron contener hoy la grave ola de protestas antirracistas de la comunidad de origen etíope que ayer acabaron en una batalla campal en Tel Aviv con más de sesenta heridos.
«Quiero decirte que me conmocionó, que no podemos tolerar esto y que tendremos que cambiar las cosas», declaró Netanyahu al recibir hoy en su despacho al soldado de origen etíope Damas Pakedeh, cuyo caso dio origen el pasado 26 de abril a una ola de protestas sin precedentes de esta comunidad, informó Efe.
Pakedeh circulaba en bicicleta por la ciudad de Holon, al sur de Tel Aviv, cuando se topó con un retén policial en la calle por un objeto sospechoso, y al preguntar de qué se trataba dos agentes lo golpearon brutalmente y le arrestaron.
El caso de racismo, uno de tantos que ha afrontado esta comunidad en los últimos 30 años, prendió la mecha entre sus jóvenes, que el jueves se manifestaron violentamente en Jerusalén y ayer lo hicieron en Tel Aviv, en una concentración que acabó con 56 agentes y siete manifestantes heridos, además de 43 arrestados.
La convocatoria de hoy, que iba a tener lugar en Jerusalén por la mañana, quedó en la nada después de las iniciativas de los principales dirigentes israelíes, que apelaron a los líderes de la comunidad para que frenaran a sus jóvenes.
A la hora de la convocatoria frente a la oficina de Netanyahu, Efe constató un gran despliegue policial, pero los manifestantes no se personaron.
«No vinimos a Israel a pelear, y si hay discriminación y racismo esperamos que hagáis el trabajo», se quejó Pakedeh al primer ministro, quien le respondió: «Hay que luchar juntos, queda mucho trabajo por hacer, pero es la dirección correcta».
Para apaciguar los ánimos, el primer ministro israelí prometió hoy a la comunidad etíope, formada por más de 100.000 personas, que el nuevo Gobierno que anunciará en el plazo de dos días destinará partidas presupuestarias especiales para resolver los problemas que la aquejan, entre ellas, una gran pobreza, desempleo y alcoholismo.
La mayoría de los judíos etíopes, según la leyenda más romántica descendientes de los amoríos entre el bíblico rey Salomón y la reina de Saba, llegaron a Israel las pasadas décadas de los ochenta y noventa en vuelos aéreos secretos.
Por las diferencias culturales y su bajo nivel educativo, la aclimatación resultó un rotundo fracaso, más allá de que su alta concentración en 17 localidades generó actitudes discriminatorias que de tanto en tanto son recogidas por los medios locales de comunicación.
Hartos de discriminación y la perenne sordera de las autoridades, la segunda generación es la que ha tomado las calles en los últimos días, incluidos jóvenes nacidos ya en Israel que han servido en el Ejército, y muchos con estudios superiores.
«La educación es la clave para la integración en la sociedad», sugirió hoy como solución el diputado del partido Likud Abraham Nagosa, que estuvo presente en la reunión del soldado agredido con el primer ministro.
También participaron el ministro de Seguridad Interior, Itzjak Aharonovich, y el jefe de la Policía, Yohanán Danino, máximos responsables del organismo que se ha convertido en blanco principal de las quejas de la comunidad etíope.
Ayer, durante los disturbios en pleno centro de Tel Aviv, que no había sido escenario de granadas de estruendo y gases lacrimógenos en años, Danino pidió que «no volcaran contra la Policía un problema que va mucho más allá» y que es responsabilidad de los organismos de Gobierno.
Dejando a un lado los esfuerzos para la formación de Gobierno, que hoy sufrieron un revés cuando el partido Israel Beitenu anunció que se va a la oposición, Netanyahu se reunió a lo largo de la jornada con diferentes líderes de la comunidad etíope y agentes sociales, en un intento por rebajar la tensión.
También Rivlin y Natan Sharansky, jefe de la Agencia Judía, el organismo que trajo a los judíos etíopes, condenaron cualquier tipo de discriminación, pero exhortaron que cualquier protesta se haga de forma pacífica.
«Los manifestantes en Jerusalén y Tel Aviv han expuesto una herida abierta en el corazón de la sociedad israelí», reconoció Rivlin, quien entonó el «mea culpa» con un sonado: «Nos equivocamos, no quisimos ver, ni oír».
A la vez que recordaba que «la protesta es una herramienta democrática», apeló a la calma porque «junto a ello, la violencia no es el camino ni la solución».
Después de los últimos cinco días de tensión, hoy parecía que la comunidad de origen etíope ha recogido el guante, pero los más jóvenes aseguran que no dudarán en volver a las calles si sus no demandas no son satisfechas.
Fuente: DC|El Universal