Para todos los que fuimos niños en la época en que aún no existían los teléfonos inteligentes o los computadores híper modernos, el contacto con la naturaleza era algo normal y común, mucho más de lo que es ahora.
Pasar horas y horas jugando en el pasto, buscando tréboles de cuatro hojas para la buena suerte o tratando de atrapar alguna mariposa para tenerla en las manos aunque fuera un segundo; la naturaleza era el escenario perfecto para las más increíbles aventuras.
Un día en el parque era una oportunidad para inventar un nuevo juego, para rodar por las hojas y caerse no una, sino miles de veces al barro. Ahora que somos adultos, es fácil olvidar lo importante y terapéutico que puede ser el contacto con la naturaleza.
Estamos agobiados, con tantos problemas que no sabemos por donde empezar, con ideas que nos complican la vida armando una tela de araña que hace de un detalle, un problema más que inmenso.
En vez de construir nuestras propias telas de arañas mentales, salgamos al patio a observar las que hacen las arañas reales. Recuperemos esa capacidad de asombro que teníamos cuando éramos niños y, aunque sea por una tarde, ensuciémonos con barro la ropa sin que nos importe.
Dejemos de sentirnos superiores a la naturaleza sólo porque tenemos conciencia de lo que somos. No la dominemos, sino que encarnemos el real papel que tenemos en el mundo, que es ser parte de él.
Date un tiempo para pasar un momento al aire libre, haciendo lo que tú quieras. Tómate esa libertad, tal cual como cuando lo hacías de niña, cuando pasabas horas y horas observando la forma y el color de las hojas de los árboles.
DC | Belelu