La red de caminos inca es una de las obras de ingeniería más extraordinarias del mundo. Para el siglo XVI había ayudado a transformar un pequeño reino en el imperio más grande del hemisferio occidental.
Y, para envidia de los ingenieros modernos, tramos sustanciales de la red de 39.000km sobreviven al día de hoy, uniendo cientos de comunidades a través de Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y Perú.
Increíblemente, fue construida enteramente a mano, sin hierro o transporte con ruedas.
Una exhibición en el Museo Nacional de los Indios Americanos es el resultado de seis años de investigación, que concluyen que los antiguos incas sabían una o dos cosas acerca del agua.
«Cuando ves Machu Picchu, en Perú -esa estructura maravillosa en lo alto de la montaña que millones de turistas visitan todos los días- lo que la mayoría de la gente no ve y desafortunadamente tampoco sabe, es que una verdadera maravilla está debajo de ella«, dice José Barreiro, uno de los curadores de El Gran Camino del Inka (el museo Smithsonian usa la forma quechua para «inca»).
El momumento de piedra se encuentra sobre un complejo sistema de irrigación de conductos y canales que controlan el flujo del agua hacia fuentes que todavía funcionan hoy.
Y mientras que los arqueólogos lo conocen desde hace un tiempo, la exhibición muestra la dimensión de la comprensión inca del agua y cómo aplicaron la misma tecnología a la construcción de caminos. «Cada año, el agua destruye muchas vías modernas. Pero las incas tienden a mantenerse», dice Barreiro.
«Se construyeron teniendo en cuenta la posibilidad de eventos sísmicos y eso es lo que emociona a los ingenieros que las estudian: cómo pueden beneficiarse de ese conocimiento».
La sostenibilidad era clave para el éxito. Los incas prestaron atención a las condiciones locales, usaron materiales locales y trabajaron con el paisaje.
En terrenos escarpados construyeron escalones para disipar la energía del agua y contrarrestar la erosión. En grandes altitudes pavimentaron el camino con piedra local para proteger la superficie del hielo y la nieve derretida, y cuando necesitaban paredes de apoyo les dejaron agujeros para que el agua pudiera drenar.
«Los incas se preocuparon por preservar el ambiente y la vía es parte de la Madre Naturaleza», dice Ramiro Matos, jefe de curadores de la exhibición y un nativo en lengua quechua.
Matos creció transitando la red de caminos incas (también conocido como el Qhapaq Nan) en Perú y dice que tiene una conexión emocional fuerte con él.
«El Camino no es solo una vía física«, dice. «Es una vía cosmológica, y hoy en día se la considera una vía viva».
«Los Kallawaya (doctores itinerantes de Bolivia) todavía la usan para caminar y reciclar su energía. Dicen que el camino tiene un espíritu».
La capital y centro espiritual del imperio era Cusco, en el sureste de Perú. Todos los caminos emanaban de la ciudad. Todas las rutas y lugares sagrados fueron marcados con wakas -con afloramientos de piedras, edificios o incluso la confluencia de ríos que servía de altares para la Pachamama (Madre Tierra) o el Inti (dios Sol).
Muchas de esas tradiciones se mantienen al día de hoy, y parte de la exhibición explora la forma en que la vía todavía une a personas de diferentes etnias a través de la vasta región de los Andes.
«Contactamos a descendientes de los incas y les preguntamos cómo se sienten acerca de la vía y su significado», dice Matos. «Hemos tenido la investigación histórica; ahora también tenemos la tradición oral».
La investigación revela un lado diferente de los incas, a quienes con frecuencia se recuerda por su predilección por el sacrificio humano. Pero mostrarlos como ambientalistas no excluye sus características menos atractivas.
«No estamos proyectando (la idea) de que son culturas perfectas», dice Barreiro. «Pero nuestro foco era dejar a un lado lo macabro y mirar el otro 90% de la vida, cómo se organizaba y el genio y el ímpetu de los incas para llevar a cabo esta tarea en particular (la construcción de la vasta red de caminos)».
Barriero afirma que la sociedad inca era ciertamente «estricta», pero que en su centro había una filosofía de reciprocidad. Los incas le devolvían a la naturaleza lo que ésta les daba y todo el mundo sabía cuál era su rol en la comunidad.
«Todo el medioambiente estaba vivo. Todo, desde las rocas a los animales, pasando por el cosmos, necesitaba algún tipo de interacción con un ser humano, sea a través de una plegaria, conectividad o apreciación».
«Todo estaba organizado y regulado por el Estado. Tenías a los maestros de la vía, los maestros de los puentes, el khipu -un aparato con nudos que hacía seguimiento a las personas que transitaban por la vía-, productos, censos organizados y noticias de todas partes del imperio».
Ejemplos del khipu y otros 140 objetos -algunos de los cuales tienen más de 2.000 años de antigüedad- están incluidos en la exhibición, para ayudar a ilustrar el desarrollo del Camino del Inca y su concepción espiritual.
Pero, irónicamente, fue esa misma red de caminos lo que aceleró la desaparición de sus creadores.
Cuando los españoles llegaron la costa del Pacífico en 1532, encontraron un imperio debilitado por las luchas internas y la viruela. Y la misma vía que le había dado a los incas un acceso sin precedentes a todos rincones de su imperio le abrió paso a los conquistadores. En un año habían consolidado su dominación y habían dejado a Cusco sin poder, estableciendo la nueva capital colonial en Lima. El Qhapaq Nan cayó en el abandono. Las rutas que habían sido vitales para las comunidades incas fueron despreciadas por los españoles, que estaban más interesados en acceder a las minas de oro y plata del imperio caído.
Pero el Camino del Inca sigue vivo, combinando la historia con su nuevo propósito.
Fuente: DC|BBC