Primero, tengo que hacer una confesión: soy adicto al chocolate. He estado tratando de renunciar a él muchas veces. Y también muchas veces he fracasado.
Mi hija nunca me ha perdonado por comerme su huevo de chocolate de Pascua cuando tenía ocho años.
El problema fue que estaba allí en la mesa, abierto, llamándome. Pensé que sólo comería un pedazo pequeño y que ella nunca se daría cuenta. Pero tomé otro mordisco, más grande. Y pronto el huevo desapareció y me atraparon con manchas de chocolate en la boca. Me sentí culpable. Era culpable.
En el Reino Unido somos una nación de adictos al chocolate. Comemos en promedio unos 11 kilos de chocolate al año por persona, una de las tasas más altas del mundo. Sabemos que la combinación de grasa y azúcar es mala para nosotros, pero no podemos resistirla. Saber que es «malo» incluso podría ser parte de su atractivo.
Mucha gente, estoy seguro, seguirá deleitándose con chocolate, pero ¿qué se puede hacer si alguien realmente quiere renunciar a él, o al menos reducirlo?
Imaginación
En el programa de la BBC «Confía en mi, soy médico», decidimos investigar el tema.
Invitamos a más de 200 entusiastas del chocolate a participar en un experimento contra intuitivo diseñado por el profesor Carey Morewedge de la Universidad de Boston.
El experimento no sólo era contra intuitivo sino también algo complicado porque no podíamos decir a los voluntarios lo que íbamos a hacer con ellos.
Si lo hacíamos corríamos el riesgo de alterar su conducta y perjudicar los resultados. Lo único que podíamos decirles es que éste involucraba comer chocolate.
Una vez que todos estaban reunidos en el Merchant Adventurers Hall (Centro de los Aventureros Mercantes) en York, Inglaterra, dividimos a los voluntarios en dos grupos.
Al primer grupo se le pidió imaginar que estaban comiendo 30 chocolates, uno por uno. No se trataba de imaginar que se rellenaban su boca imaginaria con puños imaginarios de chocolate, sino tenían que pensar que los masticaban lentamente uno por uno.
Esto les llevaría mucho tiempo.
El segundo grupo tenía que hacer lo mismo, pero tenían que imaginar que comían sólo tres chocolates.
Cuando terminaron les pedimos a cada uno que llenaran un formulario complicado. Pero aquí estaba el engaño: nosotros no estábamos interesados en lo que escribieran en el formulario.
Vigilados
Lo que realmente queríamos ver es cuánto habían comido de los tazones de chocolates que habíamos dejado casualmente en la mesa dónde estaban llenando sus formularios.
Los voluntarios no tenían idea de que estaban siendo vigilados. El profesor Morewedge apostó que el grupo al que se le había pedido que imaginara comer muchos chocolates comería menos.
Entre más chocolates se imaginaran comer y saborearan mentalmente, comerían menos en la vida real.
Y estaba en lo correcto. El grupo que había imaginado comer 30 chocolates comió 37% menos que el grupo que se imaginó comer tres.
Fue un resultado sorprendente. Pero decidimos mantenerlo en secreto hasta el final de la segunda parte del experimento.
Pero ¿qué estaba ocurriendo? Yo hubiera pensado que la mejor forma de dejar de comer chocolate era evitar pensar en ello, o no tenerlo cerca de nosotros.
En mi casa no había nada de chocolate (si los niños tenían algo sabían que debían esconderlo).
«Intuitivamente eso tiene sentido» dice el profesor Morewedge, «pero cuando tratamos de evitar algo o tratamos de dejar de pensar en ese algo, inmediatamente comenzamos a pensar en ello».
«Si yo digo: «no voy a pensar en un oso blanco», de inmediato empiezo a pensar en osos blancos».
Cuando la gente trata de suprimir pensamientos, tiende a activarlos. Así que en lugar de luchar contra el antojo de chocolate, el profesor Morewedge piensa que debemos forzarnos a pensar repetidamente en su sabor, en masticar y tragar ese alimento que ansiamos.
Esto debe conducir a lo que se llama «habituación».
Es como cuando comes una enorme barra de chocolate: el último cuadrito nunca es tan delicioso como el primero.
Su teoría es interesante y ciertamente parece funcionar a corto plazo en situaciones de laboratorio o ambientes artificiales, como nuestra prueba.
Pero ¿realmente puede ser utilizada como técnica rutinaria para combatir los antojos en la vida real? Esto nunca había sido probado antes.
Para descubrirlo enviamos a todos nuestros voluntarios a su casa con una bolsa enorme de chocolates.
Les pedimos que cada vez que tuvieran ganas de comer algo de chocolate hicieran la misma tarea de imaginación que habían hecho en nuestro experimento.
Los del primer grupo debían imaginar que comían 30 chocolates, los del segundo grupo tres chocolates.
¿Funcionó?
Esta vez estábamos interesados en ver qué efecto tenía el proceso en sus antojos. Así que cuando juntamos nuevamente a los dos grupos les pedimos que llenaran un cuestionario, en el cual ahora sí estábamos interesados.
Aunque no funcionó para todos, en promedio el grupo que había practicado «imaginar que comía 30 chocolates» informó que había tenido menos antojo de chocolate que el otro grupo que sólo había imaginado comer tres.
Tal como lo planteó uno de los voluntarios: «Para cuando terminé de imaginar que comía las 30 porciones realmente ya no estaba tan interesado en comer mucho chocolate real».
«Por lo general yo no puedo dejar una barra de chocolate sin terminar. Pero después de esto sí pude. Necesito perder algo de peso así que planeo tratar este enfoque con otros alimentos, porque obviamente esto funciona para mi».
Hay evidencia de que este enfoque puede funcionar para otros antojos (se ha usado para reducir el ansia de comer queso, además de la de chocolate), y sería interesante probarlo con adicciones más serias, como la del tabaco o el alcohol.
Así que la próxima vez que tengas un ansia de comer algo que no deberías comer, trata de imaginarte que lo comes 30 veces.
DC | BBC Mundo