Adelantan megaobra para que la ciudad de Bogotá no sufra de sed

 

Quienes pasan a diario junto al embalse de San Rafael, vía a La Calera, han visto cómo en los últimos tres meses ha retrocedido el agua y le ha abierto paso a extensas playas de arena. Solo está al 22,38 por ciento de su capacidad total (67 millones de metros cúbicos). Esto no tiene nada que ver con el fenómeno del Niño.

Cinco millones de habitantes de Bogotá, Sopó, Gachancipá, Tocancipá, Cajicá, Chía, Funza, Madrid, Mosquera, La Calera y Soacha han bebido de ese embalse desde julio, mientras finaliza la etapa más crítica de las obras de reforzamiento de los túneles de Chingaza, por donde pasan 15 metros cúbicos de agua por segundo, el equivalente a 15.000 bolsas de leche de un litro.

A este cuerpo de agua lo abastece el sistema Chingaza (del que hacen parte la laguna del mismo nombre y el embalse de Chuza) por medio de una red de 37 kilómetros de túneles, y 30 de ellos han sido revestidos para evitar su colapso, en caso de una emergencia o desastre natural. Durante tres meses han estado cerrados para permitir estos trabajos vitales.

Precisamente, hoy en la mañana se entregan las obras de revestimiento del último kilómetro crítico y que podría haber puesto en riesgo el suministro de agua, como sucedió en 1997, cuando dos derrumbes hicieron colapsar parte de los túneles y forzaron a un racionamiento. En la noche se inicia la apertura de la válvula que reabastecerá a San Rafael. Así, en diciembre recuperará su nivel máximo y sus playas ya habrán desaparecido.

De nuevo recibirá el agua del sistema Chingaza, que no es otra cosa sino una fábrica natural compuesta por la laguna del mismo nombre y el embalse de Chuza. Hay suficiente líquido para garantizar el consumo de la capital y los 10 municipios durante 8 meses o incluso más, en caso de que una sequía extrema como la que afecta a otras regiones del país se cierne sobre la región.

Según la Empresa de Acueducto de Bogotá (EAB), hoy el embalse de Chuza, que surte al sistema Chingaza, está al 100 por ciento de su capacidad. Son 220 millones de metros cúbicos que alcanzan para 7 meses, en caso de una contingencia.

Además, también está el sistema Tibitoc, compuesto por los embalses de Tominé, Sisga y Neusa (al norte de Bogotá) y que están al 60 por ciento de su capacidad.

Un tercer sistema, el de Tunjuelito, tiene sus dos embalses (Chisacá y La Regadera) al 92 por ciento de su capacidad para abastecer al sur de la capital.

Las obras que se iniciaron no han terminado. En enero y hasta marzo del 2016 se cerrará de nuevo la válvula y se vaciarán los túneles para intervenir las etapas menos vulnerables al colapso. No por eso son menos importantes. Así, de tres en tres meses, se han intervenido 30 kilómetros desde 1998. Al final, los 37 kilómetros quedarán como nuevos.

EL TIEMPO estuvo en los túneles del sistema Chingaza para conocer la obra. Fue necesario recorrer, en un pequeño vehículo, 8 kilómetros dentro de la montaña, a un kilómetro de la superficie. Esto es mucho más profundo de lo que estaría el metro pesado de Bogotá, cuyo túnel se excavaría a entre 20 y 30 metros bajo tierra.

Allí, una potente planta eléctrica alimenta la maquinaria con la que 144 hombres trabajan 24 horas continuas en turnos de 8 horas sin ver la luz del día para revestir con una capa de casi 3 metros de concreto.

Para llegar hasta ese punto se hace una hora de viaje en un planchón halado por un moderno tractor en el túnel, por donde apenas cabe una camioneta. Se viaja por el tubo con la sensación de que en cualquier momento todo se va a caer. Nada de eso sucede. Es un túnel largo y oscuro, poco apto para claustrofóbicos.

Ya en la obra, los trabajadores inyectan cemento a la montaña con concentración y tranquilidad. Es la forma de proteger el sistema por donde baja el agua a presión hacia la ciudad.

La vida de todos estos hombres depende de Lady Salgado, una joven mujer que monitorea el aire para descartar cualquier fuga de gas (el más común es el metano) que pueda provocar una explosión o una intoxicación.

En un día normal, en ese tipo de campamentos de obra se realizan más de 70 viajes de materiales, personal e incluso de sus almuerzos. Fue así como se movilizaron un millón de toneladas de cemento las 24 horas. El agua nunca desaparece del todo en el túnel, cubre las botas hasta los tobillos y a veces, hasta la rodilla. Tampoco se apaga el ruido del bombeo del cemento ni de la planta de ventilación.

Se emplearon cerca de 100 equipos y maquinaria especializada entre remolques, plantas eléctricas, compresores y máquinas de bombeo e inyección de concreto. En el frente de obra actual se han invertido 24.966 millones de pesos.

Con las obras terminadas, lo que viene es cerrar lentamente el suministro de agua del embalse San Rafael hacia la planta de tratamiento Wiesner (que luego distribuye el agua hacia Bogotá y los demás municipios), para que vuelva a llenarse. Así, el líquido pasa directamente desde Chuza.

Al tiempo, se reduce la producción de Tibitoc, que apoyó a San Rafael durante los tres meses de obra para abastecer el norte de Bogotá. Todo este proceso demora cuatro días, pues la válvula de Chingaza no puede abrirse de un solo tajo porque la presión causaría un colapso.

Bogotá tiene suerte de estar abrazada por tantos sistemas de agua y de contar con esta infraestructura mientras que al menos 210 municipios en el resto del país padecen el racionamiento del recurso y se estima que 300 más están en alto riesgo de desabastecimiento por efecto del fenómeno del Niño.

Se trata, pues, de cuidar y reducir el consumo, que en Bogotá es de 76,33 litros al día por persona.

Así se blinda a Chingaza

Como se aprecia en la fotografía, tomada a 1.000 metros de profundidad, los trabajadores ubican una formaleta en forma de herradura, que a simple vista parece más una pieza de una nave intergaláctica. Esta es anclada al piso y a las paredes del túnel con barras de metal para dar más estabilidad.

Luego, en máquinas mezcladoras del tamaño de una camioneta ‘pickup’, se trae el cemento ya preparado, el cual es transportado desde la entrada del túnel, ubicado a más de una hora de viaje.

Cuando se inicia el descargue, el cemento va a una poderosa bomba que envía el material en forma de inyección a través de tuberías.

Los trabajadores, en una escalera y con medio cuerpo a través de unas ventanas de la misma formaleta, inyectan el cemento convencional.

Este proceso garantiza el suministro permanente de agua desde el embalse de Chuza hasta la Planta Wiesner y de allí luego a las redes en Bogotá.

DC|ET

 

Entérate al instante de más noticias con tu celular siguiéndonos en Twitter y Telegram
Suscribir vía Telegram

Lea también

Le puede interesar además

Loading...