La presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner todavía goza de relativamente altas tasas de popularidad gracias a una economía artificialmente inflada, pero su mandato probablemente será considerado como uno de los más desastrosos de la historia reciente de Argentina.
Fernández, que entrará en sus últimas semanas en el cargo después de las elecciones presidenciales del domingo, ha realizado un milagro económico al revés: a pesar de heredar la mayor bonanza económica en muchas décadas gracias a los altos precios internacionales de las materias primas del país, dejará a la Argentina más pobre que antes.
No hay economista en el mundo que pueda disputar lo siguiente: cuando Fernández llegó al poder en 2007, la economía de Argentina crecía a tasas anuales del 8 por ciento.
Hoy día, la economía ha caído a un crecimiento casi nulo del 0.4 por ciento este año, y se contraerá un 0.7 por ciento en 2016, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Junto con Venezuela y Brasil, Argentina es uno de los países que menos crecen de América Latina.
El porcentaje de pobres ha aumentado del 27.9 por ciento de la población en 2007 al 28.7 por ciento en 2014, según el Observatorio de la Deuda Social de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
Pero el hecho más triste es que Argentina, que fue uno de los países más avanzados y mejor educados del mundo a principios del siglo XX, está en los últimos lugares de los rankings internacionales de educación, innovación y competitividad.
Ahora ocupa el puesto 59 entre los 65 países en la prueba estandarizada PISA de estudiantes de 15 años de edad. En ciencia y tecnología, a pesar de la riqueza de talentos individuales en el país, registró sólo 81 patentes internacionales el año pasado, en comparación con las 18,200 registradas por Corea del Sur, según la Oficina de Patentes y Marcas de EEUU.
En el ranking 2014-2015 de Competitividad del Foro Económico Mundial, de 144 países, Argentina ocupa el lugar 104 en competitividad global, 138 en la protección de los derechos de propiedad, 127 en pagos irregulares y sobornos, 142 en el despilfarro del gasto público, 143 en el favoritismo en las decisiones gubernamentales, 135 en la transparencia del gobierno, 133 en fiabilidad de los servicios de policía, y 138 en el comportamiento ético de las empresas.
Y, sin embargo, casi el 40 por ciento de los argentinos están apoyando el candidato gubernamental, Daniel Scioli, lo que le podría dar una victoria con una oposición dividida.
¿Cómo se puede explicar que más de un tercio de los argentinos todavía apoyen al gobierno?
Parte de ello se debe a que Fernández ha dado subsidios a millones de personas, y a que ha aumentado el número de empleados públicos en un 45 por ciento desde 2007. Asimismo, el gobierno controla gran parte de los medios de comunicación y está engañado a muchos, haciéndoles creer que el país anda bien.
Y otra explicación es “la persistencia en el error, que es una vocación de los argentinos”, como me dijo el ganador del premio Nobel Mario Vargas Llosa.
Mi opinión: Gane o pierda Scioli el domingo, Argentina se acerca a su hora de la verdad. Con una economía quebrada, fuga de capitales y las crisis económicas simultáneas de China y Brasil –los mayores mercados de exportación de la Argentina– quien sea que gane la elección tendrá que llevar a cabo ajustes económicos dolorosos.
Para entonces, Fernández estará fuera del poder, tratando de evitar ser llevada a la justicia por acusaciones de corrupción masiva, e intentando influir en el nuevo gobierno a través del Poder Judicial, el Congreso y otras instituciones que ahora controla. Pero cuando comience el inevitable ajuste de cinturón, muchos argentinos se darán cuenta de que Fernández ha sido la peor presidenta de la historia reciente del país.
DC|ENH / Andrés Oppenheimer / aoppenheimer@miamiherald.com / @oppenheimera