No eres la única que espera desde hace años un ascenso. El problema es que, la mayoría de las veces, no basta con sentarnos delante del ordenador y cumplir nuestras funciones y nuestro horario religiosamente. Si de verdad queremos conquistar a nuestros superiores (ojo, en el sentido extríctamente laboral), necesitamos poner en marcha una serie de comportamientos y actitudes. He aquí algunas muy útiles y que te harán el camino más fácil.
Deja tu intimidad a un lado
Graba a fuego esta ley del trabajador cauto: tu vida privada está fuera. Entendemos que cuando estás de fiesta no te cueste intercambiar a la primera de cambio tu Facebook con el primer desconocido que se cruce, pero ¿hace falta que te recordemos que la oficina no es la barra del bar de la esquina? Mantén tu vida privada alejada de tus compañeros y procura no exponerte demasiado. No te imaginas la de cosas que se pueden averiguar de uno echando solamente un vistazo a su muro de Facebook o Instagram.
Silencia todas tus alertas
A menos que las necesites para trabajar (estos casos son contados), olvídate de Twitter, Instagram, Whatsapp o Facebook en tus ocho horas de trabajo. Además de no proceder, estar oyendo el piii piii de tu teléfono cada nanosegundo puede ser de lo más irritante para los que te rodean. Activa el «Modo silencio» y quítate de problemas.
No seas la primera en irte
No hay nada para contentar a tus jefes como ser puntual y salir de los últimos (aunque solo sean 5 minutos más de tu hora de salida). Sobre todo, que no vea que tienes la pantalla del ordenador apagada y el bolso encima de la mesa cuando todavía faltan cinco minutos para tu fin de jornada.
Anótalo todo, todo
Aunque luego la mayoría de post-it no te sirvan para nada y acaben en la papelera más cercana, tomar apuntes en las reuniones es algo que siempre da buena imagen. Así que ya sabes: no olvides llevar siempre contigo una libreta o tu tablet.
Cuando no sepas algo, admítelo
No se te ocurra mentir para ocultar tu ignorancia. Cuando te pregunten por algún tema que desconoces, admite que no tienes ni idea en vez de hacerte pasar –una vez más– por esa-que-todo-lo-sabe. No hay nada peor que al final te acaben pillando. Pregunta sin miedo. ¡Tienes todo el derecho del mundo! (¿o acaso tus colegas nacieron sabiendo?).
Pero no te pases de ignorante
Una cosa es admitir que no sabes de un tema en una conversación y otra arrojar todas tus dudas cuando no se te pregunta directamente. Si, de repente, en una reunión aparece un nombre o un término que desconoces, lo mejor es que lo anotes (ver punto 2) y lo averigües por ti misma introduciéndolo en Google más tarde, a menos que quieras quedar como una paleta.
DC|Cosmopolitan