Abrumada por las deudas, Rawshan Ara decidió seguir los pasos de su familia y vender un riñón en Bangladesh.
Como muchos de sus vecinos de una zona rural pobre, esta mujer de 28 años, madre de una niña, encontró sin problema un intermediario para conseguir un poco de dinero a cambio de su órgano.
Aseguró que su hermana y su cuñado le advirtieron que la operación a la que se sometieron hace dos años les había causado complicaciones médicas.
«No soportaba más ser pobre», resumió en Kalai, a 300 kilómetros de Daca, una región donde esta actividad prospera.
«Mi marido siempre está enfermo. La educación de mi hija es costosa. Fui a Daca a trabajar en el sector textil o como empleada doméstica. Pero los salarios son míseros», contó la mujer, negándose a revelar la identidad del intermediario.
La policía expuso otra versión. Sospechó que los familiares de la joven la animaron a operarse y a entrar en la red de donantes que se convierten a su vez en intermediarios para cobrar una comisión por cada reclutamiento.
«Sólo este año, 40 habitantes de Kalai vendieron un riñón», informó el jefe de la policía local, Sirajul Islam. Han sido 200 desde 2005.
Otros 12 están desaparecidos. Se cree que se fueron a India para ser operados.
«Los que vendieron un riñón se convirtieron a su vez en intermediarios en esta inmensa red de tráfico de órganos», afirmó el policía.
Pasaportes falsos
Alrededor de ocho millones de habitantes de Bangladesh sufren de insuficiencia renal y al menos 2 mil necesitan un trasplante cada año. Pero la donación de órganos sólo es legal entre familiares.
Frente a esta situación, florece un mercado negro entre compradores desesperados y donantes dispuestos a todo con tal de salir de la pobreza. «Esta extorsión enriquece a muchas personas influyentes», afirmó.
Las personas influyentes implicadas en el tráfico «preparan sin dificultades los papeles necesarios, sobre todo los pasaportes y los documentos de identidad falsos para facilitar los trasplantes ilegales», explicó el nefrólogo.
Ara consiguió los documentos tan pronto como las pruebas sanguíneas confirmaron su compatibilidad con el beneficiario. «Me cambiaron el nombre por el de Nishi Akter, para hacerme pasar por su prima. Me dijeron que habría que convencer a la clínica india donde los médicos me sacaron el riñón», manifestó.
Cruzó la frontera aterrorizada y sola. Ara cobró 4.500 dólares que se gastó en el alquiler de tierras para el cultivo de patatas y arroz. También contrató a maestros para su hija de 13 años que sueña con ser médico.
Pero pagó un precio: ya no puede levantar objetos pesados, se cansa pronto y respira con dificultad. «Vender este riñón ha sido un gran error. Hoy necesito medicamentos caros», lamentó.
Justicia ineficaz
En casi todas las casas de Kalai se encuentran personas con experiencias similares.
La mayoría de ellas padecen problemas de salud por falta de control posoperatorio y ya no pueden trabajar en el campo. Algunos se convierten en intermediarios, obteniendo hasta 3 mil dólares por cada reclutamiento, aseguró el policía Sirajul Islam.
El mes pasado, la policía detuvo a una decena de personas en Kalai y en Daca. La operación se puso en marcha a raíz del crimen cometido por una banda que extrajo un riñón a un niño de seis años y arrojó su cuerpo a un pozo.
Las autoridades también comenzaron una campaña de advertencia en casas y escuelas.
DC/GDA