«Un premortem es el opuesto hipotético de un postmortem». Así define Gary Klein, sicólogo experimental estadounidense, su célebre aporte al arte de tomar decisiones.
El postmortem permite a los patólogos establecer qué mató al paciente, aunque ello ya no pueda beneficiar al occiso. El método del premortem, concebido por Klein en 1998 para mejorar la toma de decisiones en un ambiente de negocios, se antepone al proyecto, de modo que éste pueda ser mejorado en lugar de tener que someterlo a una melancólica autopsia cuando ya nada pueda remediarse. El método ha sido refinado con fines militares y políticos.
El premortem parte de la hipotética presunción de que el paciente —el proyecto— ha fallecido y de lo que se trata ahora es de encontrar las posibles razones del deceso. Un ejercicio de premortem arranca cuando el jefe del equipo anuncia que el proyecto ha fracasado estrepitosamente. Luego, cada quien debe escribir las causas de por qué algo tan bien pensado pudo irse al diablo.
La ventaja del premortem sobre otros métodos de cálculo de riesgos es que contrarresta la ofuscación que trae consigo el llamado «pensamiento grupal»: ese unánime, arrollador entusiasmo colectivo que imbuye a quienes han invertido cerebro y tiempo en un plan que juzgan infalible. Este ánimo, compartido por la mayoría, abruma e inhibe a los disidentes, quienes, por no desentonar, prefieren callar sus reservas.
Al dar por fracasado el proyecto, aunque solo sea especulativamente, esas reservas se disipan, y cada quien puede exponer y defender relajadamente su libérrimo punto de vista. Con significativa frecuencia, la aplicación del método identifica anticipadamente factores no tomados en cuenta hasta entonces.
Me pregunto si la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) venezolana, organismo que coordina la oposición a Nicolás Maduro, no haría bien en someter a premortem al proyecto electoral del que tanto esperan los demócratas en las elecciones parlamentarias del venidero 6 de diciembre.
El objetivo es ganar la Asamblea Nacional y, desde ella, echar a andar una transición irreversible a la democracia. Algo que se imagina largo y tortuoso. Ya se habla, empero, de convocar desde la Asamblea a un referéndum revocatorio, previsto en la constitución, en 2016. «[Venezuela] no puede esperar a 2019», afirma el respetado Luis Ugalde, S.J., forjador de opinión que goza de gran predicamento entre la Venezuela demócrata. Sin embargo, pese a lo que dejan ver las encuestas, la oposición no las tiene fáciles.
El adversario ha violado todas las convenciones de un Estado democrático, y hace ya tiempo encarna lo que Moisés Naím llamó con tino «una dictadura posmoderna» que invoca su origen electoral para encarcelar opositores. «Tenemos mil celdas listas para el que se ponga cómico el 6D», tronó Maduro la semana pasada. «No te pongas cómico» es locución hamponil venezolana con la que, en un atraco, se intima a la víctima a no hacer resistencia. O a no denunciar un fraude, sin duda inconcebible, vista la clara ventaja opositora en los sondeos, pero no por ello menos posible.
El régimen chavista utiliza la escasez y la violencia criminal con arrolladora crueldad al tiempo que culpa de ellas a la oposición. Ha fabricado conflictos fronterizos para justificar el estado de excepción en estados y alcaldías opositoras. Con ello suspende el derecho a libre reunión que debe prevalecer en una campaña. El régimen, el más ventajista que pueda denunciarse en América Latina, se niega a la observación internacional de los comicios.
La oposición lidera, abiertamente, las encuestas. «¿Qué puede salir mal?», pregunta el aguafiestas conductor del premortem.
¿Se verá Venezuela forzada a «ponérsele cómica» a Nicolás Maduro?
DC/ Ibsen Martínez / Escritor / @ibsenmartinez