El St. Jakobshalle de Basilea asistió a la victoria de su ídolo frente a Rafael Nadal. Los aficionados locales nunca habían tenido la oportunidad de ver frente a frente a tal vez los dos mejores tenistas de siempre. Roger Federer ganó su séptimo título como anfitrión, sexto del año, 87º de su carrera, al imponerse por 6-3, 5-7 y 6-3, en dos horas y tres minutos. El suizo celebró la victoria como si se tratara de una de sus grandes conquistas. No en vano, volvía a superar al más incómodo de sus rivales más de tres años después, tras acumular cinco derrotas consecutivas.
Pese a todo, Nadal sale fortalecido de una semana en la que ha seguido creciendo. Finalista también en Pekín y semifinalista en Shanghai, clasificado ya para la Copa Masters, gana terreno en el último tramo de su peor año desde que irrumpió en la élite. Federer jugaba en casa, bajo techo, sobre la superficie que mejor interpreta la exquisitez de su juego. Hizo valer el peso de su servicio. Logró 12 ‘aces’ y ganó el 76% de sus primeros saques.
Un gran clásico
De nuevo frente a frente, 18 meses y 33 cruces después, ambos fueron fieles a su propia esencia. Como novedad, digamos que el español se mostró algo más ofensivo, sin eludir algunas aproximaciones a la red. El helvético se atrevió circunstancialmente con su resto exprés, como ya lo hiciera con el mismísimo Djokovic. También se le vio más seguro con el revés, que suele sangrar en este clásico. Básicamente, el mismo patrón que ha dado a Nadal cuantiosos éxitos en el cara a cara y le facilitó la primera bola de ‘break’ en el segundo juego del partido. La neutralizó Federer, que aprovechó la tercera de que dispuso en el quinto juego y volvió a quebrar en el noveno para hacerse con el primer set.
Finalista de Wimbledon y el Abierto de Estados Unidos, Federer soporta con suma dignidad los 34 años. Sólo tiene registros favorable ante Nadal en este tipo de escenarios: le dominaba por 4-1 bajo techo, hasta hoy con todos los enfrentamientos en la Copa Masters londinense. El mallorquín tuvo que inclinarse ante su superioridad en el primer parcial. Federer sentó las bases del juego a partir de la eficacia con el servicio y la determinación que le distingue, que rinde aún mayores beneficios en este tipo de canchas.
Resistir en el segundo set
Nadal, que empezó sin protección en la rodilla derecha, pidió la atención del fisioterapeuta cuando perdía por 2-1 en el segundo set. Era tiempo de resistir, de no dejar que su adversario aprovechase el huracán que empezaba a desatar para escaparse en el marcador. Tuvo éste una bola de 4-2 que llevaba casi impreso el sello del título. La dejó pasar y poco a poco empezó a tornarse conservador, dominado por el respeto que siempre le impone Nadal. Temeroso, con un exceso de cautela, dejó de aparecer por la cinta. Fue Nadal quien tomó ventaja en el undécimo juego para equilibrar a continuación el partido.
Con muchas dudas, tras contar con una bola de ruptura que le hubiera situado 3-1, hubo de esperar Federer para abrir la brecha definitiva en el octavo. Nadal consintió con sendos errores y quedó atrás de manera irremediable. Aún le falta recuperar solvencia e instinto ganador. Estuvo carente de acierto en una de lasarriesgadísimas subidas con las que Federer decidió irse a por el partido. Difícilmente tendrá mejores oportunidades que ésta para darse una merecida alegría.
DC|EM