Una cicatriz, un tatuaje, o una foto en el bolsillo son algunas de las pistas que los expertos italianos explotan para cumplir con la triste tarea de identificar a los miles de migrantes que pierden la vida atravesando el mar Mediterráneo.
La antropóloga forense Cristina Cattaneo y su equipo se disponen, equipados con guantes, bata y máscara de protección, a iniciar la tarea. La Marina italiana acaba de depositar el contenedor refrigerado con varios cuerpos, recuperados cerca del barco de pesca hundido el pasado mes de abril en una de las mayores tragedias del año, que dejó unos 800 muertos.
«Tenemos que hacer todo lo posible para identificar a estas personas», dice Cattaneo, jefa del laboratorio Labanof de la Universidad de Milán, especializada en la identificación de restos descompuestos, carbonizados o mutilados.
Identificar a aquellos que han fracasado en el sueño de empezar una nueva vida, a los hombres, mujeres y niños que trataron de huir de la guerra, las persecuciones y la pobreza, parece un objetivo titánico. Los contrabandistas no llevan listas de pasajeros y los familiares de las víctimas son reacios a denunciar su desaparición por temor a represalias.
Los expertos italianos no pierden la esperanza y con cuidado examinan la cara gris e hinchada de varios cuerpos. Bajo tiendas de campaña refrigeradas instaladas en un cobertizo de la base de la OTAN en Melilli, en la isla de Sicilia, inspeccionan cerca de 20 cuerpos al día.
El número de muertos o desaparecidos en el Mediterráneo alcanza este año los 3.440 migrantes, según la ONU, muchos de los cuales han sido recuperados y permanecen sin identidad en Italia, pero también en otros países, como Grecia.
«Éste es un caso de desastre masivo entre los más complejos para la ciencia forense», explica Cattaneo, considerada una de las mayores expertas de Italia en el tema.
A petición de Vittorio Piscitelli, jefe de la oficina Personas Desaparecidas, la entidad se ha dado como objetivo crear un archivo europeo basado en el ADN. Gracias a los análisis del ADN se puede encontrar un pariente cercano al comparar resultados con muestras suministradas o enviadas por los interesados. Esa colaboración resulta difícil cuando se trata de gente de África o Pakistán y casi imposible cuando provienen de Siria o Eritrea.
El equipo de Labanof toma fotografías de todo lo que resulta visible en esos cuerpos destrozados tras haber permanecido varios meses en el agua: dientes, orejas, uñas, cicatrices, tatuajes, piercings…
«Es un gesto de respeto hacia la dignidad humana. Además, se ha comprobado que las dudas sobre la muerte se convierten para los familiares en una forma de tortura», asegura Cattaneo. «Hemos logrado identificar a 28 personas de esta manera, mostrando el álbum de fotos a personas que vinieron de Alemania, Suiza o Francia», contó Piscitelli.
La oficina quiere involucrar a la Comisión Internacional sobre Personas Desaparecidas (ICMP), con sede en Sarajevo, que identificó a dos tercios de los 40.000 desaparecidos en el conflicto de la década de 1990 en la extinta Yugoslavia.
Además, la comisión trabajó con las víctimas del tsunami de 2004 en Tailandia y el huracán Katrina en EEUU en 2005.
Cattaneo propuso a las autoridades de Italia la distribución de álbumes de fotos en los países de origen de los migrantes, proporcionar kits para obtener muestras de ADN de los familiares y repatriar los cuerpos identificados.
Del otro lado de Sicilia, en Palermo, un equipo de agentes antimafia también ha preparado cuadernos de fotos, esta vez con objetos recogidos de los cuerpos de los migrantes hallados muertos dentro de barcos, por lo general asfixiados en la bodega.
En ellos se ven collares, fotos de pasaporte, un pequeño Corán, teléfonos móviles, billetes del banco… la mayoría son objetos que emanan un olor nauseabundo porque estaban ya en proceso de putrefacción, pero que pueden servir para recopilar sus historias.
«Estas víctimas mueren después de pasar varios días en el mar en condiciones absolutamente indescriptibles, son irreconocibles, tienen el rostro desfigurado por su avanzado estado de descomposición», sostiene Carmine Mosca, jefe del departamento de homicidios.
«Incluso personas que viajaban con ellos, amigos o familiares, no han llegado a reconocerlos», añade. «Algunos han sido identificados a través de los últimos números que marcaron al teléfono o por lo que tenían escrito en un papel, en la ropa, en el cinturón de los pantalones vaqueros», cuenta.
El proyecto de crear un banco europeo de datos, que contenga todos los elementos útiles para la identificación de los muertos y desaparecidos, es casi una quimera debido a que encarar la emergencia humanitara es la prioridad y la mayoría de los recursos son destinados a los supervivientes.
«El protocolo deberá ser igual para todos los países y deberá contar con la supervisión de un organismo europeo. Hemos ensayado con pocos números, pero por ahora funciona», confiesa Cattaneo.
DC/EN