La vida de Gloria Patricia Cortés, la coordinadora del observatorio vulcanológico de Manizales, está marcada por las desdichas que han causado los volcanes. Vivió en carne propia cómo la fuerza con la que respiran las montañas la dejó sin su mejor amiga. Ese dolor fue el impulso que la convirtió en la persona que más conoce el volcán nevado del Ruiz en Colombia
Gloria perdió a su amiga hace 30 años, el 13 de noviembre de 1985, cuando el volcán hizo erupción y levantó, desde lo más profundo de su vientre, una columna de gases hirviendo que llegó a tener una altura de 20 kilómetros: como cuando sale el vapor de una olla a presión. La explosión derritió el glaciar, formando una avalancha de lodo que bajó por los ríos Azufral y Lagunillas, la cual borró para siempre a Armero. Entre los 25 mil muertos que dejó la furia despiadada de la naturaleza estaba la amiga de Gloria Patricia, con la que había empezado a estudiar geología.
Milton Ordóñez también supo lo que era perder a su mejor amigo: su maestro de topografía, al igual que él por andar metidos en el cráter de un volcán. Fue el 13 de enero de 1993 cuando el Galeras, que se encontraba en aparente calma, era visitado por un grupo de científicos. De repente se despertó y lanzó una cantidad de rocas que salieron como proyectiles y mató a 9 personas.
Ambos hacen parte del grupo de 30 personas que trabajan en el Observatorio Vulcanológico de Manizales, el primero que se creó en el país, después de la tragedia de Armero. Son los guardianes que vigilan hasta el más mínimo detalle de los que pasa con el volcán nevado del Ruiz. Es su hijo consentido porque es el más activo del país y uno de los que, luego de su erupción, mayor número de muertos ha dejado en el mundo.
El trabajo de ellos y sus compañeros no es fácil. Hacen una labor heroica. Semanalmente deben ir a la montaña para informar a los habitantes cercanos y al país en general cómo se está comportando la montaña. El Ruiz está intranquilo: lleva once meses emitiendo ceniza. Ha presentado cambios y el monitoreo es fundamental para que cuando aumente su actividad, y si es que hace erupción, se pueda evitar una tragedia como la de Armero hace 30 años.
La vigilancia se hace desde el observatorio con equipos de última tecnología, pero para que llegue la información hay que hacer largas travesías para que en tiempo real se sepa cómo se está comportando el volcán. El recorrido comienza en camioneta. Se toma la vía Manizales – Bogotá y luego de un desvío a la derecha se comienza a subir. La capital de Caldas está a 2.200 metros sobre el nivel del mar. El primer equipo llega hasta los 3.800 metros. La pelea con el frío de ahí en adelante no para. Hay que medir la acidez de las aguas termales. Estas bajan de la montaña y son calentadas por la lava que hay dentro del Ruiz. Las muestras se toman a diez kilómetros del volcán. Cuando se ha presentado variación constante en la medición del PH que normalmente tienen estos termales, es probable que a los dos años se presente erupción. Cada semana se toman muestras.
La ingeniera química encargada de recoger la muestra esta armada de botas de caucho, un medidor de temperatura y frascos. Se mete a un río hirviendo que alcanza los 60 grados centígrados donde se puede cocinar un huevo. Un tropezón y podría sufrir quemaduras de segundo y tercer grado.
El recorrido lo continúan Milton y Gloria en otra camioneta. Hay que seguir por carretera destapada hasta los 4.000 mil metros. Allí Milton ubica un equipo que dispara un láser hacia la parte más alta del volcán que está a 5.321 metros sobre el nivel del mar. En toda la cima de la montaña hay un prisma y cuando es tocado por el láser, envía información precisa para saber si el volcán se expandió o se contrajo. Este es otro de los medidores que indica si está en proceso de hacer erupción: desde el 2010, según Milton, el Ruiz se ha deformado 10 centímetros.
El clima parece favorable, el volcán se destapa y se deja ver cubierto de nieve en su cima. También muestra que está alterado. De su cráter sale una fumarola blanca que está compuesta por gases como CO2 y dióxido de azufre. Esta perfección natural, más que un volcán inquieto parece una fábrica de nubes: enamora con su belleza pero asusta con su rugir.
Termina la jornada del primer día. La siguiente mañana, Gloria y Milton junto con otro grupo de científicos tienen la jornada más dura y peligrosa. Hay que subir a los 4.800 metros hasta el cráter de la Olleta. El último tramo del recorrido se hace a pie y con carga.
Son las 5.30 de la mañana y el volcán de nuevo se deja ver. Sigue botando gases. Durante la noche se han registrado temblores. El primer tramo del recorrido se continúa en carro. Hasta donde hay que ir no está permitido el ingreso de turistas. La actividad que está registrando el volcán es peligrosa. Puede expulsar piedras que salen como balas y matar a cualquiera.
A medida que se sube, comienza a desaparecer la vegetación. El camino se convierte en un trazo de arena por donde es duro circular así se vaya en una camioneta 4×4. Hay que cruzar por un lugar que impresiona con su imponencia, está rodeado por una cantidad de montañas formadas únicamente con arena oscura, se llama el Valle de las Tumbas.
Las camionetas parquean hasta donde llega lo que puede ser llamado una vía. No pueden avanzar más. Se llega a los 4.200 metros sobre el nivel del mar. Ya respirar es difícil y a duras penas se ha caminado tres pasos.
Ánderson Cardona es un operario técnico que lleva diez años yendo y viniendo por estos volcanes. Hay que subir al cráter de la Olleta. En este lugar se encuentra una estación de monitoreo que necesita mantenimiento, se debe reemplazar un panel solar y poner una nueva batería. Ánderson debe cargar los equipos en su espalda: pesan casi 30 kilos. Hay que subir por lo menos 600 metros con una inclinación de 45 grados. Lo hace lentamente, en zig-zag. La falta de oxígeno hace que cada paso fuera el final de una maratón. Cada veinte hay que descansar.
La lava convertida en roca es el asiento perfecto para tomar un segundo aire en esta montaña de arena. En este instante se entiende por qué a la montaña siempre hay que respetarla: el ingeniero electrónico del grupo, Ariel Portocarrero, cae desmayado. No le llegó suficiente oxígeno a su cerebro y le dio mal de altura. Sus compañeros, curtidos en este tipo de eventos, lo ponen de pie. Él ni siquiera recuerda qué pasó. Pero ya recuperado decide continuar.
Después de subir casi dos horas se llega a la cima de la Olleta. Es un cráter alterno que tiene el Ruiz. Está inactivo. El que está botando ceniza y gases es el cráter Arenas, el mismo que hizo erupción hace 30 años y al cual nadie, ni científicos ni los empleados de Parques Nacionales pueden subir por lo peligroso.
El equipo comienza a trabajar. Casi todo está construido en aluminio, un material que es un buen conductor del frío. Los ingenieros, geólogos y técnicos tienen que armar y desarmar. Con guantes es imposible trabajar, así que con menos dos grados bajo cero desnudan sus manos para cumplir con la misión de poner de nuevo en funcionamiento la estación. Se les congelan las manos porque el clima comienza a empeorar, un viento frío que penetra cualquier chaqueta y la lluvia dificultan el trabajo.
Aunque terminan su labor en esta estación la jornada no se acaba. Hay que seguir bordeando el cráter para ir a otra estación equipada con un GPS ubicada al otro lado del cráter. Durante este nuevo recorrido se sortean rocas de lava que quedaron incrustadas entre la arena cuando este cráter tenía erupciones.
La jornada se complica: la lluvia cae más fuerte y los vientos soplan como para tumbar a cualquiera. Todo se nubla y la visibilidad es poca. Una parte del grupo decide bajar. Milton y Cristian se niegan a dejar incompleta la tarea. Con agua helada cayéndoles en la cara verifican que el sismógrafo, el que avisa cada temblor que produce el volcán, esté funcionando bien.
Luego sacan su computador y una pequeña carpa para protegerlo de la lluvia, ahí se atrincheran para sacar información útil que da el volcán. En estas condiciones los equipos electrónicos no funcionan bien y muchas veces eso demora más el trabajo.
Cumplida la misión, viene el peligroso descenso. Bajar por esta montaña puede ocasionar caídas que acaban en fracturas en lugares donde es imposible que entre una ambulancia a hacer un rescate. Casi 8 horas después, termina el mantenimiento de las estaciones. Al frente está el cráter Arenas, cubierto de nieve, mostrando su imponencia, indicando de lo que es capaz cuando el hombre no respeta su intimidad. Su fumarola es ya de por si una advertencia.