Hace años, charlando con un cubano que era mozo en un hotel en South Beach, le pregunté cómo estaba. Contestó con cuatro palabras: «Mal, pero en Miami». Me vino el recuerdo de aquel diálogo porque si alguien me preguntara hoy cómo estoy, le contestaría: en Miami, pero mal. Sí, muy mal. Pésimo. Acepté la dificilísima misión de hacer campaña en esta ciudad y en el estado de Florida, donde viven decenas de miles de argentinos y donde por estos días ha llegado una invasión de turistas nuestros. «Nuestros» es una forma de decir. Son gorilas. La derecha valijera. Pero bueno, todo sea por el ballottage. Tenemos que rapiñar votos en cualquier parte. También acá. Para ser sincero, mi cosecha ha sido discreta. Maldigo el momento en que me asignaron Miami y no el conurbano.
Lo primero que hice fue internarme en las profundidades de Key Biscayne, la isla súper exclusiva ubicada frente al Downtown. Es el mayor enclave de argentinos ricos. Toqué timbres, golpeé puertas, recorrí sus calles y playas. Fui a decirles que Scioli ama Miami, ama Key Biscayne, ama Estados Unidos y ama el capitalismo. Que su propia fortuna personal es una prueba de cuánto ama el dinero y la buena vida. Fui a decirles eso, pero no pude decirles nada. Apenas me identificaba como un hombre de La Cámpora, las puertas se cerraban, me daban vuelta la cara o salían corriendo. Los encontré muy refractarios al modelo nac&pop, incluido el sciolista, más amigable con el mercado. «Acá estamos con Mauricio, ¿OK? ¡Go home, camporito!», me castigó uno sin dejarme abrir la boca. Salí de la isla apesadumbrado. Estos vendepatrias no entienden el cambio responsable que propone Daniel. En realidad, no lo entienden a Daniel. Qué raro, con lo claro que es cuando habla.
Mi segundo objetivo fue Novecento, el ya legendario restaurante sobre la avenida Brickell, un ícono de la argentinidad en Miami. Pero cambié el discurso. Probé con una fórmula más agresiva. «A ver si reaccionan, compatriotas -grité parado junto a la barra de tragos-. Si gana Macri con su receta del Fondo Monetario va a haber una huida en masa y muchos vendrán a refugiarse a esta ciudad. ¡Los invadirán!» Cuando me levantaron en andas supe que mi mensaje había calado. Cuando me tiraron a la calle, como una bolsa de basura, supe más que nunca que este mercado electoral no es fácil.
Después estuve en Coral Gables, un barrio a 20 minutos del centro, famoso por sus grandes residencias, sus hoteles y universidades, sus anchas calles y un verde infinito. Repartí volantes que iba arrojando desde una 4×4. Una siembra silenciosa. Los volantes llevaban la cara de Daniel y esta leyenda: «¿Usted quiere que La Matanza se parezca a Coral Gables? Vote a Scioli».
Al día siguiente fui a lo que llaman «la little Argentina», en Miami Beach. En una esquina puse una mesita y una silla, y con un megáfono convoqué a que me preguntaran lo que quisieran. Me llevé aprendidas de memoria todas las respuestas de Daniel. «¿Qué va a pasar con el cepo?» Respondí: Este modelo logró la soberanía económica y la independencia política. «¿Quién va a gobernar: Scioli o Cristina?» Daniel va a asumir con plena responsabilidad, como lo ha hecho siempre. «¿Y Zannini?» Va a asumir con mucha responsabilidad. «¿Qué es Macri?» Macri es endeudamiento, neoliberalismo, ajuste, calentamiento global, lluvia ácida y contaminación sonora. «¿Cómo será la relación con Estados Unidos?» Estratégica. «¿Y con Venezuela?» Estratégica. «¿Y con Madagascar?» Estratégica. «¿Qué va a hacer con la cadena de medios oficiales?» En la era digital, lo importante es la diversidad de voces, la consolidación de las ONG y el desarrollo de las pyme. «Perdón, no se entiende: ¿qué significa eso?» Que los derechos humanos serán una prioridad. «¿A qué se debe el crecimiento exponencial de la fortuna de Scioli?» A que es un afortunado. «¿Cómo combatirá el hambre?» En la Argentina no hay hambre: sólo hay necesidades alimentarias insatisfechas. «¿Cómo enfrentará al narcotráfico?» Con fe y esperanza.
Lo positivo de esa suerte de conferencia de prensa que di en plena calle fue que se juntó muchísima gente, que tuve respuestas para todas las inquietudes y que creo haber convencido a unos cuantos. ¿Lo negativo? Los argentinos eran sólo dos o tres y se fueron a los 5 minutos. Snif.
Mi última actividad proselitista fue asistir, como invitado especial, al programa Oppenheimer Presenta, que se emite los domingos a la noche por CNN en español. Su conductor, el periodista argentino Andrés Oppenheimer, me la hizo difícil. Se mandó una larga perorata sobre la caída del PBI, inflación, pobreza, falta de inversiones, corrupción, pésimos índices en educación… Yo trataba de atajar los golpes, pero enseguida venían otros. Al final, cuando me había puesto contra las cuerdas, repliqué con ese estilo que aprendí de Cristina, basado en la argumentación, en la exposición fundamentada de razones. Le dije: Andrés, ¡buitre!
Mi experiencia en Miami me dejó al menos tres conclusiones. La primera es que esos votos directamente no hay que contarlos. La segunda: no entiendo por qué tantos amigos de La Cámpora se compraron departamentos aquí. Y la tercera: algo nos falló en la comunicación, o en el marketing, porque afuera no nos entienden.
Bueno, adentro tampoco.
DC/LN