La escasez de alimentos, medicinas o productos para el aseo personal y del hogar que padece Venezuela desde hace unos años ha generado nuevos «empleos» en el país, que se nutren de la crisis para especular con ella.
Son los conocidos como «bachaqueros» (en alusión a los bachacos, unas hormigas «culonas» típicas de la región) que compran productos al «precio justo» subvencionado establecido por el Gobierno, para revenderlos mucho más caros en el mercado ilegal.
Según un estudio de la encuestadora privada Datanálisis, el 60 por ciento de los ciudadanos que hacen desde la madrugada largas colas en las afueras de los mercados, se dedican a la reventa de productos regulados, una actividad que se penaliza con multas y hasta tres años de prisión.
«Bachaquear es ilegal pero también debe serlo tener al pueblo pasando hambre», dijo a Efe una mujer que pidió no ser identificada, quien desde hace un año distribuye productos de primera necesidad a las oficinas en las que trabaja como empleada de servicio.
Ella asegura que su actividad, con la que triplica los ingresos de su labor formal, no perjudica a nadie: «al contrario, (los compradores) comen porque les traigo leche, azúcar… ellos no pueden escaparse para hacer cola», afirma.
Casi como un ritual, los lunes y sábados acude en la madrugada a adquirir su mercancía; esos días pueden comprar quienes, como ella, tienen cédulas de identidad terminadas en cero, según la regulación implementada por el Estado para acabar con «el contrabando y el acaparamiento» a los que achaca la escasez.
Algunos hacen filas sin saber qué podrán comprar pero María va informada por empleados de los centros de distribución.
«Me escriben si va a llegar harina, champú, detergente (…) no cobran por el dato pero les tienes que dejar algo (dinero o productos) para que sigan soplando (informando)» explicó.
Los contactos no pueden hacer más que informar, por lo que la cola en la que a veces pasan «hasta seis horas» solo sirve para adquirir dos productos por rubro.
«No venden más de dos margarinas, por ejemplo, porque lo tienen prohibido, los pueden botar», detalló María.
Para burlar las regulaciones, que incluyen además máquinas lectoras de huellas dactilares que identifican al usuario y evitan que compre el mismo rubro dos veces a la semana, algunos falsifican documentos de identidad.
«Los que tienen varias cédulas pueden comprar varios días, yo no», dijo María, quien no sustituiría su trabajo con este oficio pues eso sería, señaló, «pan para hoy y hambre para mañana».
«Cada día es más difícil conseguir las cosas, no sé cómo van a hacer los que dejaron sus trabajos por esto», advirtió.
Otras labores han surgido con la escasez: unos venden lugares en las colas a cambio de dinero o productos que no puedan adquirir porque «no les toca» y otros cobran por cuidar las bolsas de otras compras mientras los «bachaqueros» ingresan a abastecerse.
«Cobran 50 bolívares (0,25 dólares a la tasa oficial de cambio más alta) por bolsa», relata María, quien lamenta haber pagado hasta 400 bolívares (o 2 dólares) para que le cuiden la mercancía mientras hacía fila en vano: «cuando llegué (a la caja) se había acabado todo».
Podría haber llegado antes recurriendo a un método que «como madre jamás aceptaría», asegura.
Sus vecinas alquilan a sus bebés a quienes deseen hacer la cola «preferencial» que por ser para ancianos, discapacitados y mujeres embarazadas o con bebés, es más corta.
Las cosas que adquiere las vende «enseguida»: pañales desechables, toallas sanitarias, leche y harina son los productos con más demanda.
«Puedes vivir sin azúcar, pero cómo le dices a tu chamo (niño) que no hay pañales o leche para el tetero (biberón)», cuestionó.
Desesperados, algunos recurren a «bachaqueros a domicilio» como María, a «bachaqueros» que venden en improvisados negocios ambulantes expuestos a una intervención y el decomiso de la mercancía por parte de las autoridades, e incluso a «bachaqueros 2.0», como denomina el Gobierno a quienes revenden por internet.
La ley prohíbe la venta de productos regulados en sitios web y establece a los infractores las mismas penas que para quienes son detenidos con abundante mercancía.
Funcionarios de la alcaldía de Puerto Cabello, en el céntrico estado Carabobo, detuvieron, tras fingir ser compradores, a personas que incurrieron en el delito y los castigaron con jornadas de trabajo comunitario.
El alcalde de la entidad, Rafaél Lacava, les calificó como una «plaga» que distorsiona la economía.
Los «bachaqueros» revenden a veces los productos a más de 10 veces de su precio regulado. La harina de maíz, necesaria para las típicas arepas venezolanas, valorada en 20 bolívares (0,1 dólar), se cotiza en el mercado negro hasta en 500 bolívares (2,5 dólares).
Es por ello que algunos se niegan a comprar a los «especuladores», a los que responsabilizan en parte de la escasez de algunos productos.
EFE