“Piratas” siembran pánico en el Lago de Maracaibo. Aparte de robar a pescadores, los obligan a vender el ‘buche’.
El ruido ensordecedor que generó aquella ráfaga de 9 milímetros se repite como eco en su mente. La lluvia de balas que caía al azar sobre el Lago de Maracaibo, la madrugada del pasado 6 de enero, era disparada por un grupo de “piratas del Lago”.
Ocho delincuentes lacustres, quienes se desplazaban en dos potentes embarcaciones, atacaron a tiros los dos botes en los que “José” (nombre ficticio), junto a otros siete pescadores, navegaba por el estuario marabino.
Aunque aquel pescador de 26 años, delgado y de piel tostada por el sol se lanzó al piso de la lancha para escapar de los proyectiles, uno de ellos atravesó la embarcación y se alojó en su tobillo.
Han transcurrido 34 días de aquella pesadilla y el amargo recuerdo, al igual que la bala, permanecen intactos en él.
El reloj marcaba las 2:00 de la madrugada del 6 de enero, día de Reyes.
Ocho pescadores, cuatro en cada bote, recogían las redes para regresar a la playa. Estaban a punto de culminar su faena en la costa de Santa Rita.
Los hombres habían zarpado, a las 5:00 de la tarde del día anterior, de una playa situada en el sector San Luis, en el municipio San Francisco.
“Nos encontrábamos a unos 100 metros del puente sobre el Lago cuando, en medio de la oscuridad, observamos dos botes con cuatro tipos cada uno. Aunque no eran conocidos ante nuestros ojos, todos usaban gorras para ocultar sus rostros. No dudé por un solo segundo que se trataba de ‘piratas’ del Lago”, recuerda el joven pescador, quien lleva más de 15 años en el oficio.
Los criminales, con voz amenazante y apuntándolos con pistolas, les dijeron que se trataba de un asalto.
“Yo era uno de los pocos en el grupo de pescadores que por primera vez sufría un asalto en el Lago. La mayoría ya había vivido esa situación que a diario sucede en el oficio”, recordó con el rostro desencajado “José”.
Uno de ellos era Gílmer Soto (31). El hombre, padre de 6 hijos, era la tercera vez que lo atacaban en pleno Lago. Esa vez conducía el mismo bote donde pescaba “José” y se resistió al robo.
“Le hizo señas a los otros cuatro pescadores que iban en la otra embarcación para que arrancaran, pero estos no lo hicieron debido a que a su lado tenían el otro bote donde iba el resto de los delincuentes. Luego, aceleró su lancha para escapar”, continuó.
La acción desató la furia en los delincuentes, quienes efectuaron más de 100 detonaciones en las tranquilas aguas del estuario marabino.
Mientras cuatro de los vándalos despojaban a los pescadores de la mercancía, hamacas y el motor, Gílmer junto a “José” y otros dos pescadores seguía su trayecto en la lancha buscando la orilla.
“Todos nos acostamos en el piso del bote para escapar de las balas, pero uno de ellos atravesó la embarcación y se alojó en mi tobillo. Seguimos en la lancha hasta la orilla, en Santa Rita. Cuando llegamos y vi la sangre, supe que me habían dado. Ese día le vi la cara a la muerte. Volví a nacer en el Lago”, recuerda con angustia “José”, sobre todo porque desde ese día no ha podido retomar sus labores.
Gílmer no corrió con la misma suerte del resto del grupo. A escasos metros de la orilla, cuando creía haber escapado de los pistoleros, el hombre recibió un disparo en la cabeza. Su cuerpo se desplomó en el bote. Los hampones, sin contemplación alguna, lanzaron su cuerpo al agua y se llevaron el bote, redes de nailon y unos 200 kilos de lisa.
A diario miles de pescadores inician su travesía por el Lago con el temor de ser víctimas de hampones que a diario los atacan. Aunado a los robos que sufren, los pescadores también son obligados a vender el ‘buche’ de corvina, pues es un producto muy apetecido por precio en dólares en el exterior.
“No queremos que se derrame más sangre en el Lago. Ningún padre de familia merece morir a manos del hampa”, exclama otro joven pescador.
DC | Panorama