José Roberto conducía este sábado su vehículo por una céntrica calle de San Salvador. De repente, sintió algo en el cuello, como un picotazo seguido de un fuerte dolor. Se lo comentó a su compañero, que estaba en el asiento del copiloto. Éste advirtió alarmado que le estaba brotando sangre.
Tuvo tiempo de detener el coche en acera. Su amigo se acercó para examinar la herida. Sin duda se trataba de un orificio de bala, pero ignoraba por completo cómo podía haberse producido. No había oído ningún ruido extraño. No había visto a nadie armado por el camino. Simplemente, Jose Roberto dijo de buenas a primeras que notaba algo raro en el cuello.
Taponó la herida y le acostó en la acera para llamar inmediatamente a los servicios de Emergencia.
Cuando llegaron, ya no había nada que hacer. José Roberto estaba muerto.
Alguien le había matado, pero no sabían quién ni por qué. No había sido amenazado. No formaba parte de ninguna de las temibles pandillas. No andaba con gente rara. Era uno de esos miles de trabajadores salvadoreños que se rompen el lomo para salir adelante en un país pobre, uno de de esos que el poeta Roque Dalton habría descrito como “comelotodo, vendelotodo, hacelotodo”… “mi compatriota, mi hermano”.
José Roberto murió, simplemente, porque había pasado por el lugar equivocado en el momento equivocado. Como tantos miles de salvadoreños en los últimos años. Como Edwin, joven encargado de una fábrica, al que ametrallaron mientras conversaba tranquilamente en la calle con su vecino, cuyo hermano -se supo después- era líder de una pandilla.
Jose Roberto y Edwin forman parte de los diez, veinte o treinta muertos que se producen, día sí día también, en este país con la población de la provincia de Madrid en una extensión similar a la de Badajoz. Interminables listas de muertos que los medios recogen con la parsimonia de un parte de guerra. Para muestra, un botón: Este es el saldo que arrojaba el periódico digital La Página a las 12 del mediodía del pasado lunes:
Madrugada: se halla el cuerpo maniatado de un hombre en la calle antigua a Tonacatepeque, en el municipio de Soyapango.
Madrugada: Cuerpo de un hombre en el caserío San Cristóbal, entre los municipios de Guazapa y Aguilares. El cadáver está en la ribera de un río que cruza la zona y no se ha establecido su identidad.
Madrugada: Aparece el cuerpo de un joven en la colonia San Sebastián de Mejicanos. La víctima fue identificada como Juan Alberto Bojórquez Nerio, de 17 años. No se aclaró si el joven tenía vínculos con pandillas.
6:00 a.m: La Fiscalía informó del homicidio de un hombre en la 9a calle Oriente del barrio Santa Cruz de Ahuachapán, en el extremo oriente del país. Se trata de Rafael Enrique Sigüenza, de 32 años, quien fue acribillado con arma de fuego.
6.00 a.m: Asesinado un ex cabo de la Fuerza Armada de El Salvador en el cantón El Espino de San Pedro Perulapán, Cuscatlán. El hombre fue identificado como José Darío Hernández, de 44 años, y en la actualidad trabajaba como mecánico en un taller automotriz.
7:00 a.m: Un joven resultó con heridas de bala durante un ataque registrado en los condominios Cayalá de Mejicanos. El sujeto murió horas más tarde en el hospital Rosales, hacia donde fue trasladado. La víctima fue identificada como Javier Antonio Guevara González, de 17 años.
9.00 am: Erick Alexander Ramos Alvarado, de 42 años, fue asesinado esta mañana en la colonia Milagrosa del barrio El Calvario de Nahuizalco, Sonsonate.El crimen ocurrió con arma de fuego.
9.30 am: La Policía Nacional Civil (PNC) reportó el hallazgo de una maleta abandonada a un costado de la calle a Huizúcar, en el tramo que conduce de la colonia La Cima al rancho Navarra. Al interior de la maleta se encontró un cuerpo desmembrado. «Está atado de pies y manos. En una parte está la cabeza y extremidades y en la otra está el tórax. Por el momento desconocemos si corresponde solo a una persona», explicó la fiscal que llegó a la escena.
Antes de las 10 de esa mañana, las autoridades salvadoreñas ya constataban el goteo de 8 muertos a causa de la violencia. Hablamos de cadáveres reportados. Es posible que haya otros más y que se encuentren en las próximas fechas. O que, tal vez, nunca aparezcan…
El Salvador está experimentando uno de los momentos más dolorosos de su ya de por sí violenta Historia. Se calcula que el conflicto armado que se desarrolló entre 1979 y 1992, y que enfrentó al Gobierno con la guerrilla marxista del Frente Farabundo Martí para la liberación Nacional (FMLN), hoy partido gobernante, se saldó con 80.000 muertos.
La cifra de fallecidos en los últimos meses a causa de la violencia se acerca a la registrada en los peores años de su guerra interna. El pasado 2015 se cerró con 6.657 homicidios. La tasa de 103 muertos por cada 100.000 habitantes lo sitúa a la cabeza los países más violentos del mundo.
Por los datos que arrojan enero y febrero, el problema se agrava a velocidades inimaginables. Los muertos sólo en esos dos meses se han duplicado. Entre el 1 de enero y el 28 de febrero se han contabilizado 1.380 asesinatos. Las cifras están al nivel de países en guerra declarada, como Siria.
El Salvador vive inmerso una guerra similar a la de los años ochenta en lo que a pérdida de vidas humanas se refiere, pero mucho más complicada en cuanto a sus posibles soluciones. De lo contrario, el presidente del país y antiguo guerrillero, Salvador Sánchez Cerén (conocido en tiempos de guerra como comandante Leonel González) podría haber dirigido el ejército hacia una victoria fácil.
Pero las ‘maras’, las tristemente célebres pandillas que desangran día a día entre ellas y a todo el país, no son un ejército regular. Ni siquiera un ejército guerrillero. Están incrustados en una sociedad de población tan joven como desesperanzada. No extraña que quien pueda se marche a Estados Unidos, donde más de dos millones de salvadoreños se han establecido en las últimas décadas. Se puede decir que no hay salvadoreño sin un familiar o un pariente en el América del Norte.
Periodistas que viven en El Salvador confirman a lainformacion.com que la situación ha llegado a un punto insostenible. El Gobierno es consciente de ello y se plantea decretar medidas excepcionales. Tanto el vicepresidente de la República, Óscar Ortiz, como la presidenta de la Asamblea Legislativa, Lorena Peña, ambos antiguos comandantes guerrilleros, se han manifestado a favor de “medidas extraordinarias”.
Se espera que una próxima reunión entre el presidente de la República, la presidenta de la Asamblea, el presidente de la Corte Suprema de Justicia y el Fiscal General de la República defina si se decreta el estado de sitio en todo el país o en solo una parte.
De momento se habla de aplicar esta norma en diez municipios,especialmente azotados por el crimen: Soyapango, Mejicanos, Ciudad Delgado, en el departamento de San Salvador; Colón, en La Libertad; Zacatecoluca, en La Paz; Cojutepeque, en Cuscatlán; Jiquilisco, en Usulután. Además, se aplicaría también en las ciudades de San Salvador, Santa Ana y Sonsonate.
La Constitución salvadoreña establece que el estado de excepción es una medida extraordinaria para casos de “guerra, invasión del territorio, rebelión, sedición, catástrofe, epidemia u otra calamidad general, o de graves perturbaciones del orden público» (artículo 29 de la Constitución de la República).
Supone que, en un plazo no superior a 30 días, se pueden suspender derechos y garantías fundamentales, entre ellas: la libertad de entrar, de permanecer y salir del país; expresarse y difundir libremente sus pensamientos; asociarse o reunirse libremente. Además, se podrán interceptar y revisar correspondencia e interferir las telecomunicaciones, entre otros.
Según los conocedores de las maras consultados por lainformacion.com, estos grupos han experimentado en los últimos años una fuerte atomización de los liderazgos, a causa del encarcelamiento de los principales dirigentes. Esta falta de coordinación entre los grupos ha estimulado las iniciativas individuales de cada uno de ellos, con el consiguiente aumento de atentados y de muertos.
Ni los agentes de la Policía Nacional Civil (PNC), creada ‘ex novo’ tras los Acuerdos de Paz para sustituir a varios cuerpos de seguridad del Estado con un largo historial represivo, se han visto libres de los atentados. Es más: tampoco siquiera sus familias, que han sido víctimas de la ‘venganza transversal’ de las maras.
Los agentes están inquietos. Cada vez responden con más violencia a los ataques. La población, harta de las extorsiones de los grupos pandilleros y de la creciente inseguridad en las calles, ve con simpatía la mano dura hacia los ‘mareros’. Pero en algunos casos, sus acciones empiezan a recordar las de los temibles cuerpos policiales a los que sustituyeron tras el fin de la guerra. Así ocurrió en la llamada ‘Masacre de San Blas’ en que el que según medios locales, policías en activo asesinaron a ocho personas en una finca, dos de las cuales no pertenecían a las ‘maras’. La marca de la desesperanza comienza a ser indeleble en el ánimo de los salvadoreños. Sobre todo, porque nadie sabe cuándo va a acabar esta epidemia de violencia. Como apunta un veterano periodista consultado por lainformacion.com, cuya identidad queda anónima por motivos de seguridad, “ya nadie nadie sabe si el problema está en su pico o arranca”.
Los gobiernos lo han probado todo: planes de mano dura, treguas, más represión… y la violencia no cesa. “Es extraño: si la Guerra Civil de El Salvador la protagonizaron pobres contra ricos y contra el poder, ahora se matan pobres contra pobres”, comenta este periodista salvadoreño con décadas de experiencia en de cobertura periodística en los conflictos armados de América Central durante los años ochenta.
Apenas se ven muertos en los barrios más exclusivos, como la colonia Escalón o Santa Elena, “Los ves en las barriadas más pobres donde luchan pobres contra pobres, de acuerdo con el territorio. Ahora matan a niños porque son hijos de pandillas contrarias. Saltaron los analfabetos del espíritu por todos lados”, asegura.
Este periodista cuenta horrorizado cómo son extorsionadas las pobres fabricantes de tortillas de maíz, mujeres que pululan por todos los rincones del país y que son la expresión más humilde del tejido empresarial del país. “¡Extorsionan hasta a los mariachis callejeros!”, los tríos de músicos que animan las fiestas de la ciudad.
Pero los muertos comienzan también a llegar a zonas de clase media acomodada, como la colonia Flor Blanca, cerca de donde una bala perdida segó la vida de José Roberto en su coche el sábado.