Cyra se incorpora con cuidado de la camilla para no marearse. No quiere abrir los ojos hasta que no esté delante del espejo. Aún le tiembla el cuerpo. Le cuesta creerse que ha conseguido llegar al final del camino. Han sido seis largos años de lucha, de salas de espera, de tubos, de prótesis.
«¡Mi seno ya no está ciego!», solloza mientras observa con euforia su nueva imagen y mira a su tía María, también llorosa, que no le suelta la mano y no para de grabarlo todo con el teléfono móvil.
«Ahorita voy a mandar todos los videos a mi grupo de voluntarias del Oncológico», afirma orgullosa la tía.
Cyra Serracín es una de las 50 panameñas supervivientes del cáncer de mama que se han puesto en manos del tatuador colombiano Fabián Henao, una suerte de ángel con rastas y dilataciones en las orejas que dibuja pezones y reparte autoestima a golpe de tinta.
«Lo vas a ver un poco rojo e irritado, dentro de unas horas volverá a su color normal», le explica el artista.
Fabián, que nació en la ciudad de Armenia hace 37 años, lleva más de dos décadas dedicado al mundo del tatuaje. Antes era artista plástico, pero cuenta que terminó cambiando de lienzo y ahora usa piel en vez de tela.
En agosto del año pasado decidió poner su arte a disposición del cáncer de mama y creó la campaña «Tinta Esperanza». Desde entonces, destina parte de su tiempo a recorrer distintos países de América Latina y tatuar pezones y aureolas de manera altruista a mujeres que han sufrido una mastectomía radical pero que llevan al menos doce meses con el pecho reconstruido.
«Los senos son símbolos de feminidad y sensualidad. Los cirujanos los reconstruyen con implantes y prótesis, pero en la mayoría de los casos se pierde el pezón. Cuando ellas se ven los senos vacíos, sienten una angustia profunda», explica el tatuador.
Fabián acumula ya más de 300 tatuajes en Colombia, México y Panamá, donde ha venido este mes invitado por la Fundación Kilómetros X Alegría, una ONG local fundada por Emilia Frewa, también superviviente del cáncer y portadora de la mutación del gen BRCA1, una alteración genética que aumenta considerablemente las posibilidades de sufrir la enfermedad.
«Verte el pecho sin pezón hace que no te sientas completa y que no olvides nunca que has estado enferma. Estos tatuajes ponen el punto final a un proceso largo, difícil y duro. Es como ponerle la guinda al pastel», cuenta esta mujer pausada de enorme fortaleza.
Este tipo de tatuajes cuestan en la calle entre 700 y 1.000 dólares, una inversión que no todas las mujeres se pueden permitir, añade Frewa.
El artista colombiano recurre a un realista juego de luces y sombras para conseguir engañar al ojo y hacer que, a más de dos metros de distancia, no se note que se trata de un tatuaje.
«Parece que es un pezón de verdad, parece que tiene relieve», exclama Cyra sin dejar de mirarse al espejo.
En Panamá, al igual que en la mayoría de los países del mundo, el cáncer de mama es la neoplasia más mortífera entre mujeres mayores de 30 años. En el 2013, cerca de 600 mujeres fueron diagnosticadas con esta dolencia en el Instituto Oncológico de Panamá, el hospital más importante del país en lo que a cáncer se refiere.
Los expertos creen que la cifra se ha quedado corta porque la enfermedad lleva una trayectoria vertiginosa, pero de momento no hay más estadísticas oficiales.
Evelin Valderrama es otra de estas heroínas anónimas. Le detectaron «un bulto feo» en el 2010, que supuestamente tenía desde hacía 15 años, y ese mismo día el doctor decidió quitarle el pecho entero.
«No es que me sienta vacía, primero es la salud y la vida que Dios me ha dado, eso está claro, pero quiero volver a verme guapa», cuenta apocada, sentada en una silla en un salón de un hotel de la capital panameña, que se ha convertido en un improvisado estudio de tatuajes. Es la siguiente en la fila.
Dice que no le asustan las agujas porque las operaciones le han insensibilizado la zona y se gira para abrazar a una tercera mujer que, sentada en la silla de al lado, observa la conversación hipando en silencio.
Cuando la mastectomía es doble, Fabián tiene plena libertad para crear. Encima de la mesa tiene un sinfín de agujas y siete tipos distintos de tinta. Hay algunas mujeres que eligen dibujarse los pezones más rosados, las aureolas más pequeñas. Otras, en cambio, prefieren emular los pechos que un día les extirparon. Todo es cuestión de gustos.
«Me han llegado incluso a pedir que les dibuje pezones con forma de corazón. Obviamente digo que sí a todo, que me pidan lo que quieran que para eso han sufrido tanto», cuenta el tatuador colombiano, consciente de que sus agujas cicatrizan heridas y devuelven sonrisas.
EFE