Felicia Garza triunfó durante décadas como Felipe Gil, una reputada figura de la música mexicana que llegó a ganar la OTI como compositor, hasta que a los 74 años se atrevió a cumplir un sueño, una necesidad escondida durante toda su vida; ser una mujer.
«Hoy tengo más energía que hace diez años, cuando me estaba muriendo. Hoy me dicen, ‘te ves radiante’, y es porque voy en pos de lo que quiero lograr. Me he convertido en un icono», explica Felicia en una entrevista con Efe en la que desgrana una vida llena de éxitos artísticos, parejas, hijos y un secreto oculto.
Subida en unos tacones que suman centímetros a su metro ochenta, «esta chica de 15 años de la tercera edad» recibe a Efe impecablemente arreglada y tocando una pieza al piano desde el comedor de su casa, que alberga numerosos recuerdos.
Hija de una familia mexicana con ascendencia española, nació en 1940 y vivió en Nueva York hasta los 13 años, en plena caza de brujas contra todo lo distinto, desde comunistas a homosexuales, causándole un «miedo atroz» a ser quien sentía ser.
Sus padres fueron grandes artistas, Eva Garza y Felipe «el Charro» Gil, integrante de Los Panchos: «Yo viví bajo esta férula, ese ambiente musical, veía muy poco a mis padres y fui realmente educado por una pareja de irlandeses».
Se crió en el barrio de la película «West Side Story», donde abundaban las peleas de bandas y la bravuconería.
«Cuando llegué a la escuela a los seis años de repente recibí un golpe en la cara que me mandó al piso (suelo). Me gritaron marica. (…) Ahí conocí lo que era el odio y el dolor», rememora como si fuera ayer.
El shock fue por partida doble, porque al llegar a casa su madre le hizo jurar por Dios que se parecería a su padre, un antiguo caporal tan «creativo» como «machista».
Aquel momento la cambió para siempre. Pasó una niñez enfermiza, era su modo de obtener «un poco de compasión» y a los 13 se mudó a México y empezó un proceso de «hipermasculinización».
Practicó fútbol, boxeo, llegó a ser cinta negra de kárate y ganó 40 kilos. De pesar 52, se convirtió en un hombre imponente, a pesar de ser un caso de intersexualidad llamada insensibilidad a los andrógenos.
«De la cintura para abajo era un hombre, y para arriba una niña», señala Felicia, que siempre se ha sentido atraída por las mujeres.
Y en pleno cambio físico, le llegó la fama. Empezó como Fabricio, en la época del rock and roll, en la que destacaba la voz grave que todavía conserva y que le catapultó al estrellato haciendo cine, televisión y teatro por toda Latinoamérica.
En esa época tuvo una hija, la primera de varios vástagos fruto de dos matrimonios y relaciones «extramaritales», y durante décadas siguió triunfando como Felipe Gil, cantante y compositor de un tema ganador en la OTI y muy reconocido dentro de la industria por ser directivo de la Sociedad de Autores y Compositores.
A fines de los noventa estuvo a punto de morir: «Ahí es cuando me di cuenta que me habían vencido mis angustias y miedos».
Y tras años de buscar respuestas en todas las religiones posibles, consultó una sicóloga, investigó por Internet y empezó «a diseñar» su vida.
Aprendió a maquillarse, andar con tacones y vestirse y, además, comenzó terapia hormonal. Es «una nueva pubertad, y lógicamente te quieres poner más falditas», apunta pizpireta y entre risas.
Pero siempre supo vestirse «acorde a su edad», dice señalando la larga falda blanca y el jersey de punto rojo que viste.
«En esa transición empecé a vivir tantas cosas que nunca pude gozar en mi existencia», recuerda.
Aun sin descubrirse ante la sociedad, decidió terminar con su última mujer, con quien llevaba más de 20 años. Se lo contó todo y esta lo aceptó. Fueron varios años en los que, además de su pareja y amante, fue su mejor amiga.
Hasta que la familia de su compañera se entrometió, y la abandonó hace dos años y medio, dejando «un vacío en su vida».
Unos meses después su historia saltó a los tabloides y un «acérrimo enemigo» de la Sociedad de Autores quiso usarlo en su contra.
Entre la espada y la pared, Felicia se descubrió ante el mundo en septiembre de 2014 como una mujer transgénero de 74 años, culta, despampanante y sin tapujos.
«De repente me abro y el mundo mediático se me entrega, la gente en la calle, como nunca en mi existencia, me para y me felicita», cuenta.
Pero en la esfera privada fue difícil: «La discriminación más grande la sufrí con las personas más cercanas a mí», y pasó año y medio «en total soledad».
Desde entonces, quiere dar la «mejor versión» de la mujer transgénero para lograr la aceptación del colectivo y aparece, sin hacer activismo, en todos los tinglados.
Estuvo cuando el presidente Enrique Peña Nieto anunció la reforma constitucional en favor del matrimonio igualitario y participó en la marcha del colectivo de 2015, para la que compuso el tema «Si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo».
Este mes estrenó un monólogo teatral, escribe su biografía y ha recibido ofertas para hacer pasarela.
Incombustible, enseña feliz su «habitación de chica», con un guardarropas interminable, y no pierde el humor ni contando sus intimidades: «Si me gustaran los hombres» me cambiaría de sexo.
Felicia, a sus casi 76, no descarta encontrar el amor de una mujer que la acepte tal y como es; una rompe moldes.
Felipe «El Charro» Gil, antes de convertirse en Felicia Garza
EFE