El aire acondicionado en Maracaibo, la segunda ciudad más importante de Venezuela, es considerado un bien de primera necesidad.
Acá la temperatura promedia los 35 grados centígrados, pero la sensación térmica puede llegar a ser de 50, por la humedad del 90% que generan los vapores calientes que vienen del Lago Maracaibo, el más grande de América Latina.
Acá el viento no refresca, sino quema.
Por eso cuando se va la luz -como viene ocurriendo en los últimos años y en especial en este 2016 en que el gobierno de Nicolás Maduro lanzó un plan de racionamiento eléctrico en todo el país- la gente suspende sus vidas.
El maracucho, como se conoce al oriundo de esta tierra, está acostumbrado a que el aire acondicionado funcione las 24 horas y tenga el potencial de enfriar un espacio hasta el punto de que sea necesario ponerse suéter y bufanda.
No es en vano que Maracaibo es una de las ciudades con mayor consumo eléctrico de la región.
Tampoco que un obispo que vino en los años 90 la bautizara como «la ciudad más fría de Venezuela«.
Y mucho menos es casual que cada tanto las secciones de tendencia de los periódicos locales reseñen catálogos de ropa de invierno para «ponerse cuando se va al cine».
Antes de la crisis económica que vive Venezuela, Maracaibo era una de las ciudades más ricas del país, gracias al desarrollo que impulsó la industria petrolera, con epicentro en esta zona del occidente venezolano.
El maracucho es un consumidor por naturaleza: de comida, de licor, de servicios de lujo.
– «El calor es lo que nos hace ‘arrechos’, ‘vergatarios'», me dice un vigilante en un centro comercial, usando sinónimos de «fuertes», «superiores».
– «¿Y qué los hace el consumo colosal de aire acondicionado?», le pregunto.
– «Nos hace todavía más arrechos», responde.
Con planta o sin planta
Quizá uno no suele ser consciente del sonido de la luz, pero cuando se va la luz en Maracaibo se produce un silencio: ya no suenan los hornos, los aires, las televisiones.
Luego, sin embargo, prenden las bulliciosas plantas eléctricas.
Muchos hoteles, hospitales y edificios de oficinas han paliado los cortes de luz con generadores de energía.
Pero no siempre son suficientes: los hospitales priorizan la luz en unas zonas específicas y los hoteles y edificios limitan el funcionamiento de los ascensores, por ejemplo.
El canal 11 del Zulia, Niños Cantores TV, que es el de mayor sintonía en el estado, ha tenido que interrumpir la transmisión varias veces por los cortes de luz, incluso teniendo una planta.
Las estaciones de gasolina, aun con generadores, tienen que suspender el servicio de algunas de sus islas.
Y pasar por la puerta de un centro comercial ya no produce aquel suspiro de satisfacción: son frescos, sí, porque tienen algo de luz, pero no son fríos, mucho menos congeladores como antes.
Marta Jaimes, la directora de una guardería, relata que cuando se va la luz le piden a los padres que recojan a los niños.
Y cuando no pueden, me indica, «ventilamos a los niños con un cartón o un cuaderno mientras vuelve la luz».
Hay colegios que han tenido que suspender las clases por el calor, así que la presencia de niños en oficinas ha aumentado.
Muchos pasan las dos o tres o cuatro horas del racionamiento donde el vecino que sí tiene electricidad; algunos mudaron sus reservas de viandas congeladas a la casa de al lado para que no se pudran.
BBC Mundo habló con charcuteros que han perdido hasta 800 kilos de carne por los cortes, que además afectan la forma de pago con tarjeta en un país donde se necesitan tres o cuatro gruesos fajos de billetes para pagar una comida en un restaurante.
«Además, ¿quién come con este calor?«, me dice Rafael Hernández, gerente de un restaurante de carnes que perdió 500 kilos.
Por eso cuando no hay luz el maracucho no puede hacer nada que no sea esperar.
O puede hacer lo que Víctor Almarza, taxista y policía de grandes orejas y sonrisa permanente, ha hecho en varios momentos de desespero: meterse en el carro, prender el aire y dar vueltas por la ciudad mientras vuelve la luz a su casa.
DC|BBC Mundo