Aunque el chavismo es, por definición, una dictadura, elude el calificativo de militar que expresa el rasgo más repugnante, autoritario y atroz de cualquier dictadura.
De una guerra de guerrillas contra una dictadura militar viene la revolución cubana que, aprovechó, idealmente, el rechazo de los demócratas y nacionalistas isleños contra la dictadura del general, Fulgencio Batista, para fraguar un régimen de fuerza socialista y totalitario que, por supuesto, no estaba ni en las peores pesadillas del pueblo del Apóstol Martí.
La revolución sandinista –cuyo epígono es la actual neodictadura de Daniel Ortega-también tiene origen en una guerra un tanto disímil contra una dictadura militar, la de la familia Somoza, y de nuevo todos los demócratas y nacionalistas del continente salieron a apoyar a unos colectivistas que, solo se habían declarado antidictatorialistas y antimilitaristas para camuflar su propia dictadura.
Pero la experiencia de los revolucionarios cubanos y nicaraguenses de encontrar en las dictaduras militares el pretexto para insurgir, proporcionó una ventaja que, a la postre, sería decisiva para que los hermanos Castro de Cuba y Daniel Ortega de Nicaragua aun gobiernen en sus países: permitió barrer con los viejos ejércitos regulares, para sustituirlos por aparatos armados irregulares, ideologizados y corruptos y de militantes políticos que se transformaron en la causa de que, tanto el castrismo, como el orteguismo, aun estén vivos.
No fue el caso de la revolución que Chávez llamó, primero, “bolivariana” y después “Socialista del Siglo XXI”, pues, nacida de un golpe militar contra una democracia, encontró poca tela que cortar en el “heroísmo” que, generalmente, se autoasignan quienes guerrean contra fuerzas armadas regulares, profesionales y apolíticas que siempre se describen como“inmensamente superiores” a los insurgentes.
Fue lo contrario, en el caso de la revolución chavista no hay guerra corta ni larga, sino un golpe militar vertiginoso y alevoso, pero que, a pesar de contar con la ventaja de la emboscada, de la sorpresa, es vergonzantemente derrotado, sus autores detenidos y, en su mayoría, llevados a juicio.
En otras palabras, que si la revolución chavista merece pasar a la historia, es por lucir la deshonra de ser el resultado de una derrota, de una cobardía tejida alrededor de una traición, y de un inmenso acto de corrupción que usó recursos sustraídos de los haberes del estado democrático para atentar contra él.
Como también incurrieron en cobardía, traición y corrupción los demócratas que, no aplicaron todo el peso de la ley a los derrotados golpistas, no los inhabilitaron de sus derechos políticos sino que los sobreseyeron y permitieron que ocho años después asaltaran el poder camuflándose de demócratas, pero ya direccionados a destruir el sistema democrático desde dentro, desde Miraflores con la complicidad del nefasto y siempre al borde de la tumba, Fidel Castro.
Es lo que ha sucedido en los últimos 17 años de las neodictaduras de Chávez y Maduro, pero en ningún sentido soslayando, matizando o simulando el poder militar, ni los orígenes militaristas del modelo o sistema, sino dándoles un enorme protagonismo y dejando siempre claro que los pares, sucesores o continuadores de Chávez eran los militares y, en especial, los del Ejercito.
Es cierto que a raíz de la derrota de los golpes del 4 de febrero y del 27 de noviembre, Chávez, ya en la prisión de Yare, es convencido por José Vicente Rangel, Manuel Quijada y Luís Miquilena para sacudirse las charreteras, y fundar un partido político civil que participe en las elecciones presidenciales del 98 y lo lleve al poder “no con balas, sino con votos”, y Chávez acepta, pero en la idea de que las elecciones serán siempre el pretexto para consolidar el poder de los militares del 4F.
Por eso cuando llega al poder en el 99, no es el Movimiento Quinta República (MVR) el que se instala en Miraflores, sino el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, MBR200) que entre, tantos civiles ingenuos que aplauden las arengas antiimperialistas, prosocialistas y nacionalistas del teniente coronel, no perciben que hay unos militares rodilla en tierra que se preparan para el asalto a los bienes de la República.
Para comprobarlo, aquel 27 de febrero del 99 cuando Chávez lanzó el “Plan Bolívar 2000”, un esquema con el que los militares fueron sacados de los cuarteles y dotados de medicinas y alimentos que llevarían casa por casa al pueblo necesitado, que manejo más de 70 mil millones de bolívares y que hoy es considerado uno de los más grandes fracasos del chavismo, entre otras cosas, porque 21 de los 24 generales que estuvieron a cargo del plan fueron investigados por corrupción.
Puede decirse que de aquel plan diabólico que Chávez usó, maquiavélicamente, para pagarle “los haberes de guerra” a los militares que lo habían acompañado en la intentona del 4F, así como para atraer a “los indecisos”, “neutrales”, o “enemigos del golpe”, surgió la primera siembra para desmantelar a las Fuerzas Armadas Nacionales a través de la compra de lealtades atrayéndolos a la corrupción y sustituirla por una guardia pretoriana (la FAN) que lo que hace es acumular delitos y “vivas” a Chávez y su revolución.
Fue también la fórmula para cubrir un déficit, el de no haber realizado a través de una guerra de guerrilla la destrucción del viejo ejército y su sustitución por uno nuevo, -tal cual hicieron los cubanos de Castro y los nicaraguense de Ortega-, pero si lograrlo desde el poder, y para ello no se disparáron las balas y obuses de la revolución, sino los bolívares y dólares de la Tesorería Nacional.
No fue, sin embargo, el plan más devastador para destruir a la Fuerzas Armadas Nacionales y sustituirla por la Fuerza Armada Nacional, como si resultó el “Golpe” transformado en “Autogolpe”, del 11 de abril 2002, cuando Chávez fue destituido por unas horas para regresar el 13, pero solo para llevar a cabo las más grande y brutal razzia que se ha hecho contra unas fuerzas armadas en cualquier tiempo y lugar.
Cientos de oficiales y miles de suboficiales fueron dados de baja, en su mayoría, “por el delito” de ser los primeros en sus promociones y los últimos en obediencia al chavismo, y sustituidos por los últimos de sus promociones y los primeros en obediencia al Comandante en Jefe.
Los que, después, irían a ocupar los más altos cargos en la administración pública, aquellos que no podían ser desempeñados sino por los civiles más calificados en sus profesiones, que pasaron a ser ocupados por hombres de charretera incapaces e ineficientes, que no conocían muy bien sus funciones, ni la legalidad en que se fundamentaban.
De esos barrios vienen Alejandro “El Tuerto” Andrade, teniente creo, quien estuvo unos años en la Dirección de Crédito Público del Ministerio de Finanzas y hoy vive en los Estados Unidos con una fortuna que traspasa los 500 millones de dólares.
Tenía de asesora, o segunda, dicen, a la capitana, Carmen Meléndez, hoy Almiranta y exministra de la Defensa y dueña, al parecer, de una fortuna notable.
El general, Francisco Rangel Gómez, gobernador casi vitalicio del Estado Bolívar, por lo que le dicen “El Virrey” y dueño de unos activos que, medidos en el control de la explotación del hierro, la bauxita, el oro y los diamantes, también es centenaria en billetes verdes.
Manuel Barroso, el de Cadivi, coronel y ahora general, por más de cinco años dueño de la botija que daba y quitaba los dólares, y por tanto, entre los “más ricos y famosos” de la revolución.
Néstor Reverol, general y hasta muy reciente Comandante General de la GBN, aspirante frustrado al ministerio de la Defensa, y funcionario de hasta 12 altos cargos en la revolución, también con volúmenes no auditables en activos de renta fija y variable.
Y “last but not least”, los hermanos Diosdado y José David Cabello, de un poder político indisputado, posiblemente segundos o terceros en la jerarquía gubernamental y dueños del Seniat, de los aeropuertos, puertos, aduanas, y haciendas sin evaluación posible.
Capítulo, o hasta un artículo propio merecería el llamado Cartel de los Soles, organización delictiva constituidas por oficiales narcotraficantes de los cuales se cuentan la “hazaña” de haber integrado a Venezuela al narcotráfico Internacional. Aquí hablamos, de peces gordos, gordísimo, como los generales Hugo Carvajal, Discado Cabello, Henry Rangel Silva, Néstor Reverol y el capitán Ramón Rodríguez Chacín.
Sin embargo, en ninguna otra actividad del gobierno se ha notado tanta la presencia, incompetencia y corrupción militar como en el Ministerio de la Alimentación, por el cual han pasado, durante el gobierno de Maduro, cinco ministros militares de los cuales, sus dos últimos, los generales Carlos Osorio y Marco Torres, no solo son acusados de haber contribuido a llevar la crisis humanitaria generada por el desabastecimientos de alimentos a tocar fondo, sino de haberse alzado con cuantiosas fortunas en sobreprecios, comisiones y sobrefacturación en compra de alimentos que no han llegado al país o lo han hecho en malas o deficientes condiciones.
Demostración cabal del fracaso del gobierno de Maduro, pero también de la incompetencia y corruptelas de unos oficiales cuya incontrolable voracidad por los dólares los ha vuelto proverbiables en el mundo.
Y que pareciera dieron el paso definitivo en el objetivo que les trazó Chávez el 4 de febrero del 92, tomar a Venezuela por asalto y convertirla en una inmensa gasolinera o hacienda, donde, se produce poco y lo que sale de la tierra en petróleo, alimentos, o se importa, es para robárselo.
Vladimir Padrino López, general y ministro de la Defensa acaba de ser nombrado por Maduro como su sucesor y todo el país tiembla ante la perspectiva de que los militares arrasen con lo poco que dejaron Chávez y su heredero.
Raspar la olla, también le dicen.
DC / FactorMM / Manuel Malaver / Analista político / @MMalaverM