El hambre los lleva a buscar entre la basura. Familias wayuu recogen huesos y pellejos en un basurero que está entre el mercado Las Pulgas y el Malecón en el centro de Maracaibo, a 1,3 kilómetros de la Plaza Bolívar.
Entre la suciedad de bolsas, cartones, botellas de plástico y vidrio, hojas y otros desechos, están los huesos de vaca, chivo o cochino. Para los comerciantes de Las Pulgas es basura, pero para Nelly Uriana es la comida que llevará a su casa, donde viven ocho niños y cuatro adultos.
En una caja de cartón reúne los huesos y pequeñas ramas de cilantro y cebolla que consiguió junto a una de sus hijas. Las moscas no dejan de pararse en lo recolectado que aún destila sangre.
La insalubridad no le importa ni a Uriana ni al resto de las cinco familias que buscan entre la basura. «O es esto o no comemos», dice la mujer de 45 años, pero que aparenta mucho más. El agua hervida, asegura, «los mata todo». Los huesos los hierven con pasta o arroz y es lo que comen una vez al día en sus hogares.
Al menos dos veces a la semana van al basurero. Viven en el oeste de Maracaibo, en el sector Las Tubería, en dos de las parroquias más pobres: Ildefonso Vázquez y Antonio Borjas Romero. Hasta ahora, no son beneficiados por los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), aunque fueron censados hace más de un mes. «No encontramos trabajo. La situación ahora está peor, ya ni siquiera nos regalan comida. Nos toca venir a la basura pa’ medio poder comer».
DC|LV