El alcohol traza vía libre dentro del cuerpo. Al contrario de lo que ocurre con los alimentos, que ralentizan su paso por las distintas etapas del sistema digestivo, todo tipo de alcohol llega muy rápidamente al estómago y, sin hacer digestión, se escurre al intestino delgado y, en cosa de media hora, al torrente sanguíneo.
En ese recorrido, el hígado lo procesa para que afecte menos al organismo. Pero la función hepática tiene una capacidad limitada. Es decir, grandes cantidades de alcohol sobrepasan la capacidad del hígado, que sólo procesa lo que puede. El resto pasa intacto, por vía arterial, a todas partes del cuerpo.
«El hígado requiere de una hora para procesar el alcohol. Cuando no logra metabolizarlo (porque es una cantidad excesiva), el alcohol, que sigue en el torrente sanguíneo, busca otras vías de escape y por eso se siente en el aliento, la orina y el sudor», ha explicado en varias ocasiones el psicólogo Gerardo Tálamo, quien ha estudiado el fenómeno del alcoholismo por más de 20 años.
El problema, entonces, no es beber alcohol sino hacerlo en grandes cantidades, en poco tiempo. Y cuando el alcohol ya se «huele» en el cuerpo de una persona, es señal que, definitivamente, ha bebido de más.
El aliento es un radar. Si huele, es porque el alcohol invadió los pulmones que, sin saber qué hacer con él, lo expide a través de las vías respiratorias.
Así como llega a los pulmones, el alcohol también se escurre en el cerebro, donde los efectos perjudiciales se notan de inmediato en el habla y en su comportamiento. Por eso canta, se hace más amigo de sus amigos y de cualquiera que tenga al lado, se desinhibe. Tálamo refiere que lo primero que siente el cerebro al recibir alcohol es placer pero esto va cambiando a medida que más bebe.
De la alegría se puede pasar a la tristeza o a la agresividad pero, siempre se sufre del adormecimiento de los sentidos. Por eso ocurren los accidentes. La integridad de quien bebe y del entorno, se pone en peligro.
«La clave es la moderación. Otro aspecto importante es la intención por la cual se bebe. No se debe ingerir alcohol para superar problemas emocionales como timidez, para ser más populares o para olvidar alguna tristeza. Debe ser sólo para disfrutar y nunca en una cantidad que afecte la salud», advierte Tálamo quien durante mucho tiempo ofreció charlas sobre consumo responsable a jóvenes, asistiendo a universidades y otros espacios de concentración.
Aunque las leyes de casi todo el mundo permiten hasta una concentración de 0,10 de alcohol en sangre, el límite de cuánto beber debería ponerlo el mismo individuo quien sabe, y sobre todo siente, cuándo empieza a cambiar. Eso es beber con responsabilidad.
Cuando el alcohol se «huele» en el aliento de una persona es porque ya invadió sus pulmones que, al no saber qué hacer con él, lo expide a través de las vías respiratorias.
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