Eran unas figuras del thrash metal pero a partir de ese trabajo se convertirían en estrellas mundiales del rock para el gran público. El disco «Black Album», que catapultó a Metallica a unas ventas astronómicas y a un éxito mucho más allá de las fronteras de su estilo, cumple mañana 25 años.
«Se alinearon un montón de planetas. Eran las canciones correctas, con el productor adecuado, con una nueva actitud, con el enfoque apropiado en el estudio y en el momento justo», sintetizó el batería Lars Ulrich, el alma del grupo junto al cantante James Hetfield, en el documental «Classic Albums: Metallica – The Black Album» (2001).
Gracias a canciones legendarios como «Nothing Else Matters» o «Enter Sandman», la banda californiana salió con mucha pericia de los círculos del metal para arrasar con un disco que, sólo en Estados Unidos, vendió más de 16 millones de copias.
No se puede decir que el descomunal éxito les pillara como novatos ya que, para entonces, Metallica tenía diez años de vida como grupo.
Junto a Anthrax, Megadeth, y Slayer, algo así como los «cuatro jinetes del Apocalipsis» del thrash metal, Metallica contribuyó a la explosión del género en los años 80 con álbumes como «Master of Puppets» (1986) considerados cumbres de este estilo extremo, agresivo, enrevesado y muy acelerado.
Tras la muerte del bajista Cliff Burton en un accidente de autobús en 1986, la formación compuesta por Ulrich, Hetfield y el guitarrista Kirk Hammett fichó a Jason Newsted para editar «…And Justice for All» (1988) antes de abordar «Black Album», conocido así popularmente por su portada negra pese a que el título oficial es «Metallica».
Durante nueve meses desde octubre de 1990 a junio de 1991, la banda se encerró en un estudio de Los Ángeles junto al productor Bob Rock, que había trabajado con The Cult y Mötley Crüe y que apostaba por darle un nuevo aire al grupo, aunque ello costara fuertes broncas y discusiones en una grabación muy complicada.
Frente al torbellino a la velocidad de la luz de su primera época, «Black Album», que salió a la venta el 12 de agosto de 1991, bajaba, dentro de lo posible, las revoluciones de Metallica con canciones más sencillas y concisas, dejando de lado las estructuras complejas y con recovecos para mostrar un sonido pesado e inmediato.
Esta decisión les abrió las puertas de par en par a un nuevo público, pero despertó ciertos recelos entre los sectores más fieles del metal.
«Cuando vienes de canciones de diez minutos que viajan entre diez paisajes musicales diferentes y luego haces ‘Enter Sandman’ no es un secreto que la gente te va a señalar y va a decir ‘¿qué está pasando aquí?», explicó el batería Lars Ulrich en el libro «Louder Than Hell» (2014), de Jon Wiederhorn y Katherine Turman.
«Pero en lo profundo de mi corazón y de mi alma sé que ésa era la dirección que queríamos probar, la única cosa que no habíamos explorado», añadió.
«Nothing Else Matters», sin duda una de las canciones más reconocidas de la obra de Metallica, resumió sus nuevas intenciones a través de una balada roquera que incluía como novedad unos cuidados arreglos orquestales.
«En ‘Nothing Else Matters’ la letra habla de estar de gira durante mucho tiempo, de echar de menos a tu novia. En el fondo habla de la distancia, los lazos y todo eso», detalló el cantante James Hetfield sobre una canción emblemática que significó para esa generación algo muy parecido a lo que supuso «Stairway to Heaven» de Led Zeppelin para los rockeros de los años 70.
La combinación de «Nothing Else Matters», y temas similares como «The Unforgiven», con cortes mucho más contundentes, como «Enter Sandman» o «Wherever We May Roam», dio en el blanco: «Black Album» conservaba el aire peligroso y oscuro del heavy-metal pero a la vez podía colarse sin problemas en la colección de cualquier amante de la música en general.
La extraordinaria acogida del disco les lanzó sin freno a la carretera. Metallica dio 300 conciertos en tres años y el mundo del rock duro parecía rendido a sus pies, con permiso de Guns N’ Roses.
Nadie podía sospecharlo entonces, pero Metallica y «Black Album» fueron parte asimismo del declive comercial del heavy-metal.
También en 1991 se editarían, desde Seattle, los imponentes debuts de Pearl Jam («Ten») y, por encima de todo, Nirvana («Nevermind»), que anunciaban un cambio de guardia y apasionantes novedades para el panorama del rock: la era del grunge había comenzado.
EFE