A finales de agosto y principios de septiembre de 1529, Ambrosio Alfinger, un danubiano de la ciudad de Ulm, Alemania, junto con un grupo de expedicionarios y actuando como Gobernador del territorio arrendado por Carlos V a los Belzares, salió de Coro hacia un sitio no determinado aún de la costa noroccidental del Lago. El viaje concluye el 8 de septiembre de 1529. Ese día, Alfínger establece un cuartel general o centro de operaciones para la conquista del territorio lacustre.
El cronista Fernando Guerrero Matheus en su libro “En la Ciudad y el Tiempo”, cita que Fray Pedro de Aguado, primer historiador de Venezuela, en sus escritos señala que “y allí hizo luego Alfínger una manera de alojamiento, que comúnmente llaman ranchería, donde se alojó él y su campo, para de ella dar mejor orden en lo que se había de hacer tocante al descubrimiento y pacificación de aquella laguna y sus provincias”.
Agrega Fray Pedro que “Alfínger hizo de aquella parte de la laguna su ranchería conjunta al agua, para de allí hacer sus salidas, entradas y descubrimientos que por el agua y por la tierra fuera menester. Ésta permaneció después de algunos años en forma de pueblo. Fue sustentado y habitado por algunas gentes españolas y llamado Maracaibo, y al presente se tiene noticias en aquella Provincia de Venezuela que en este sitio hay grandes árboles de granadas y parras de España y otros muchos géneros de arboledas fructíferas de las Indias que los españoles que allí residieron habían plantado y cultivado”.
El autor de la obra Noticias Historiales, Fray Pedro Simón, llama también ranchería al poblado de Ambrosio, pero Juan Pérez de Tolosa, en carta de relación para el Rey, fechada el 15 de octubre de 1546, referente “a las tierras y provincias de la gobernación de Venezuela que es a cargo de los alemanes”, dice: “Alfínger pobló un pueblo de cristianos llamado Maracaibo, el cual estaba a la otra banda de la laguna, en una sabana. Junto al pueblo hay una sabana de sal muy buena de la cual se provee toda la laguna y muy gran parte de tierra y sierra por vía de contratación”.
Por su parte, el Capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, quien escribió la famosa Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra-Firme del Mar Océano, da jerarquía de Villa, o sea, una población con privilegios que la distinguen de aldeas y lugares, a la fundación lacustre de Alfínger, “designación, dice el ilustre historiador Hermano Nectario María, que le cuadra mejor que el de ranchería o pueblo”.
Pero el inagotable cronista rimador, Juan de Castellanos, se refería a la Maracaibo de Ambrosio Alfínger de la siguiente manera:
En un pueblo de indios que allí estaba
Hicieron los cristianos el asiento
Aqueste Maracaibo se llamaba
De quien el Lago tuvo nombramiento:
Allí no se cogía ni sembraba,
Más era de rescates el sustento
Y celebraba ferias y mercado
A trueco de la sal y del pescado.
Hizo Micer Ambrosio de solares,
Según orden, común repartimiento,
Nivelando las calles y lugares
Para mejor trazar aquel asiento;
Nombraron de personas singulares
Oficiales, justicia y regimiento:
Fernando de Beteta fue teniente
Que conocí de moro de presente.
El Hermano Nectario María reconoce: “Si es cierto que careció de regidores y alcaldes ordinarios o de cabildo civil, que era la característica de las fundaciones de ciudad, tuvo, sin embargo, Teniente de Gobernador, Alcalde Mayor, escribano público y Alguacil Mayor; y Tenientes de Tesorero, contador y factor.
Alfínger -agrega el Hermano Nectario- dio a la población que fundara Maracaybo, por ser éste el de un jefe principal de aquella región. Desde sus comienzos, Maracaibo tuvo servicios religiosos e iglesia parroquial, aunque fuese ésta de palmas, en la cual actuó al principio el Padre Juan Rodríguez de Robledo todo el tiempo que estuvo allí Alfínger estacionado y aún después, hasta su salida a los Pacabueyes, en septiembre de 1531.
Maracaibo – según el Hermano Nectario- no era una simple población disforme, sin organización alguna, para que le cupiera en suerte el epíteto de simple ranchería era una verdadera población. Si es cierto, que durante los años de su corta existencia no tuvo cabildo, porque a los Belzares y a sus oficiales no les interesaba se estorbasen sus arbitrariedades, no es menos cierto que tuvo una administración fuerte y autónoma que hacía y deshacía a su antojo y capricho lo que le convenía, con el único fin de conseguir el mayor rendimiento en provecho de los Belzares.
DC|NP