Google honra el 99 aniversario del nacimiento de Rodolfo Guzmán Huerta, El Santo, con un ‘doodle’. El buscador de Internet recuerda así a la leyenda e icono cultural que representa la justicia y la lucha contra el mal.
El Santo fue un luchador mexicano enmascarado. De hecho, fue uno de los primeros exponentes en utilizar una máscara, según WWE. Fue estrella en los cuadriláteros de lucha libre durante casi cinco décadas, precisó Google. Su retiro fue obligado por su muerte.
Su legado carece de precedentes. Es considerado un «antepasado» de la lucha libre y uno de los primeros súper héroes enmascarados en Estados Unidos. En su natal México es el único que nunca podía ser derrotado por las fuerzas mal, ya sea en los rings, historietas o películas en las que participó.
De hecho, el homenaje de Google va más allá de un simple doodle de El Santo. La empresa tecnológica presentó una suerte de historieta de su vida. Guzmán Huerta nació el 23 de setiembre de 1917, en Tulancingo, Hidalgo. Aprendió jiujitsu y lucha grecorromana en la década de 1920. Debutó como luchador en 1935 y peleó bajo diferentes nombres. Pero es en 1942 que adopta su legendaria máscara plateada para llamarse El Santo.
Es recordado como uno de las figuras del deporte más grande de la historia de México. Su habilidad para la lucha libre lo llevó a protagonizar su propia historieta -«Santo, el Enmascarado de Plata», una publicación semanal editada por José G. Cruz-. Unos años más tarde, en 1958, empezó a participar en largometrajes, acreditado en 52 producciones.
La leyenda de El Santo cuenta que él nunca se quitó la máscara. Incluso para comer, él hacía uso de una máscara especial que solo dejaba descubierta su mentón y boca. Hizo de todo para proteger su identidad, hasta en aeropuertos. Fue en el talk show mexicano «Contrapunto» que dejó ver su rostro, pero solo de forma parcial; pasó una semana antes de su fallecimiento.
Tras su muerte se levantó una estatua suya en su ciudad natal, pero ese hecho no fue el más comentado: ni en el entierro frente a más de diez mil personas se despojó de su sencilla, pero ya mítica máscara plateada. Él pidió ser enterrado con ella puesta; pues como le dijo a Chespirito, «ésa es la inobjetable realidad: sin la máscara no somos nadie».