“No se puede pactar con el Diablo” ha sostenido el Papa. Ese es el primer problema a resolver para decidir si se sigue en una pelea o no. En efecto, el Diálogo no es un tiempo para calcular sino para esperar. Cuando el interlocutor es poderoso, tortuoso y, además, repite y confirma a cada momento que lo es, entonces no se puede confiar tercamente en él. De sí, en la participación en un diálogo, lo mejor es tener malicia y siempre estar alerta; al fin y al cabo, siempre será más grato que, en la conclusión y resultados, no sea como se creyó y, per contra, todo se respete y sea creíble. Por tanto, es menester tener presente que el acuerdo y la filosofía establecida en la nueva izquierda latina, como principio, es no entregar el poder. Luego, su propósito no es trabajar mucho para que no se de la alternancia sino evitarla por las buenas o por las malas. Es esto lo que más se oye de boca del Sr. Presidente Maduro que, por cierto, nos parece indelicado e impropio porque declara no democráticas las reglas de juego.
Así pues, en estos diálogos, la ausencia de sindéresis y la frecuencia de la picardía flotan en el ambiente lo cual hace imposible el respeto entre las partes. Esto se agrega a los problemas naturales de la discusión, de suerte y manera que quien patea la mesa dirá que el otro la chuteó primero. Por lo tanto, las partes, que ya conocen las debilidades de cada lado y las argucias que corren y manejan, deben aplicar, a los razonamientos y principios en los acuerdos, aquello de “No lo diga, escríbalo”. Lo segundo, “escríbalo”, siempre hay maneras en nuestro idioma para expresar fechas, horas y los números de los detalles básicos de los contrayentes. Si eso se decide así, entonces no se plantearían diferencias como en los primeros acuerdos donde “no se sabe quien fue primero, si el huevo o la gallina”. En este momento los diputados por Amazonas están desincorporados de la Asamblea y, sin embargo, ni el nombramiento de los nuevos magistrados del CNE, ni las fechas y condiciones de las elecciones en Amazonas han sido concedidas y ni siquiera se sabe si se llevarán a cabo.
Esto es grave porque el pueblo, objeto y sujeto de la Mesa, de las elecciones y de todas las añadiduras, no sabe a qué atenerse. Por otro lado, y en adición, las redes de colectivos, que están pendientes de esto para bien o para mal, empiezan a sacar a la luz verdades y medias verdades, dimes y diretes que, en su afán de ser útiles, vuelcan por los corrillos políticos como olas de rumores que, por inciertos o no conocidos, no tienen valor para nada pero, en cambio, sí caldean la sopa política.
Así pues, si el Vaticano puede disponer o proponer un mejor orden, le rogamos , con extrema modestia, valorar o considerar estos adelantos que son producto del menudeo del Diálogo en sí, pero que, aparte, están llamados a convertirse en un importante insumo para dramatizar la seriedad del asunto y, de esta manera, nazcan mejores expectativas de misión y emoción sobre una causa que, aunque no lo crean ni sirios ni troyanos, son de vital esencia, sensibilidad y elevada trascendencia en este aciago y muy difícil momento que vive y padece la república.
Es más, esos acuerdos y compromisos deberían firmarse ante un notario público, nacional e internacionalmente, para que ninguna de las partes pueda negarse a firmar; y, como complemento, la rúbrica del documento debería ser también reconocida por diputados de la Asamblea Nacional, uno autorizado del gobierno y otro de la oposición. De este modo, lograr que lo acordado sea vinculante, concurrente y de obligatorio cumplimiento moral, legal y político.
DC / Luis Acosta / Artículista