En noviembre de 1897, una niña de ocho años llamada Virginia O’Hanlon envió una breve carta al periódico “The Sun” de Nueva York con una simple pregunta: “¿Existe Santa Claus?”
La respuesta que recibió de parte del editor Francis Church ha pasado a los anales del periodismo en lengua inglesa, pues entre otras cosas argumentaba: “Sí, Virginia, Santa Claus existe. Existe como existen el amor, la generosidad y la lealtad y tú sabes que eso, que abunda como la mies, dará a tu vida los mayores momentos de belleza y alegría. ¡Qué triste y aburrido sería el mundo si no hubiera Santa Claus! Sería tan triste y aburrido como si no hubiera Virginias. Entonces, tampoco existiría la inocencia, ni la poesía y el romanticismo que hacen llevadera esta existencia”
Tales líneas dan fe de todo el idealismo y los buenos sentimientos asociados a la figura más querida de la temporada navideña. Un personaje entrañable cuyos orígenes se remontan a casi dos milenios atrás. En los siguientes párrafos conoceremos su apasionante travesía desde el imperio romano hasta las chimeneas y centros comerciales de nuestros días.
De Turquía para el mundo
Aunque hoy se le conoce y aprecia en casi todo el mundo, el verdadero san Nicolás apenas salió de su Turquía natal. Vino al mundo en Patara hacia el año 270 de nuestra era y perteneció a una familia adinerada. Cuando sus padres murieron tras una epidemia de peste, Nicolás abrazó la vida religiosa, repartió su fortuna entre los pobres y se ordenó sacerdote a los 19 años. Poco después sustituyó a su tío como arzobispo de la ciudad de Myra.
La respuesta que recibió de parte del editor Francis Church ha pasado a los anales del periodismo en lengua inglesa, pues entre otras cosas argumentaba: “Sí, Virginia, Santa Claus existe. Existe como existen el amor, la generosidad y la lealtad y tú sabes que eso, que abunda como la mies, dará a tu vida los mayores momentos de belleza y alegría. ¡Qué triste y aburrido sería el mundo si no hubiera Santa Claus! Sería tan triste y aburrido como si no hubiera Virginias. Entonces, tampoco existiría la inocencia, ni la poesía y el romanticismo que hacen llevadera esta existencia”
Tales líneas dan fe de todo el idealismo y los buenos sentimientos asociados a la figura más querida de la temporada navideña. Un personaje entrañable cuyos orígenes se remontan a casi dos milenios atrás. En los siguientes párrafos conoceremos su apasionante travesía desde el imperio romano hasta las chimeneas y centros comerciales de nuestros días.
De Turquía para el mundo
Aunque hoy se le conoce y aprecia en casi todo el mundo, el verdadero san Nicolás apenas salió de su Turquía natal. Vino al mundo en Patara hacia el año 270 de nuestra era y perteneció a una familia adinerada. Cuando sus padres murieron tras una epidemia de peste, Nicolás abrazó la vida religiosa, repartió su fortuna entre los pobres y se ordenó sacerdote a los 19 años. Poco después sustituyó a su tío como arzobispo de la ciudad de Myra.
Otros relatos refieren que el buen obispo resucitó a tres jóvenes asesinados por un posadero, que salvó a tres inocentes del hacha del verdugo o que devolvió la vida a un marinero ahogado. Todas estas historias le dieron una gran popularidad y lo consolidaron como santo patrono de los inocentes, las vírgenes, los marineros o muy especialmente los niños, entre muchas otras “especialidades”. Se le consagraron más de dos mil templos en todo el mundo y países como Rusia, Turquía y Grecia lo honraron como su santo protector.
Como su fiesta se celebra el 6 de diciembre, no tardó en potenciarse el rol de Nicolás como generoso proveedor de regalos a los más pequeños en temporada navideña. Siglos más tarde, al calor de la Reforma Protestante, pasó a centrar su entrega de obsequios en el día de Navidad.
Los restos de San Nicolás permanecieron enterrados en una iglesia de Myra (hoy llamada Demre) hasta finales del siglo XI, cuando 63 marineros de la ciudad italiana de Bari, deseosos de engrandecer su patria y temerosos del avance musulmán en Turquía, robaron los huesos del obispo y los hicieron depositar en la iglesia de San Esteban de Bari el 9 de mayo de 1087. Allí han permanecido hasta nuestros días y se dice que desprenden un aceite considerado milagroso. Por esta razón se le conoce mundialmente como san Nicolás de Bari.
DC|EU