El diálogo como artefacto verbal, por Luis Barragán (@LuisBarraganJ) 

Todavía sorprendente e imperceptible, el término adquiere una perversa independencia del significado legítimo y original. Y no sólo por lo que, en propiedad, traduce con el llamado a la común convivencia, sino por las consecuencias que – suponemos – ha de generar.

En medio de la más amarga conflictividad, el diálogo cabe como una de las soluciones plausibles y deseables que acarrea un complejo dispositivo que lo garantice en procura de la verdad, una meta que desespera por su distancia.  Depende de la inmediata tregua de las agresiones, el reconocimiento de las partes y la generación de condiciones que permitan andar lo más juntos posible el camino. Sin embargo, el gobierno prosigue con su inclemente bombardeo a la Constitución y toda su legitimidad,  pretende elegir – prefabricándolos – a sus interlocutores, quebrando cualesquiera puentes para una digna coexistencia.

El diálogo es lo que diga Maduro Moros y, como artefacto verbal, tiene múltiples usos: enunciado,  la conversación tenebrosa y absolutamente confidencial que lo remita a una simple operación de compra-venta de los factores presionados e interesados en la oferta generosa de salvar el pellejo a costa de los demás.  Por muy buena voluntad que tengan, garantizándolo como una vía gatopardiana, los factores real o supuestamente adversos, deben aceptarlo o aventurarse a la hoguera por obra de un chantaje que temen denunciar.

El artefacto sirve para la publicidad del miraflorino como el amado y paciente campeón de la concordia y de la unidad nacional, aunque él y sus colaboradores, bajo el espesor de los oropeles del poder, sean los responsables de la crisis humanitaria y de la prisión de una dirigencia opositora a la que le acuerda – incluso – la excarcelación, incumplida con descaro  la correspondiente boleta.  Y le ayuda para una gigantesca intriga en torno a los contactos que hace, por supuesto, jamás revelando los nombres para beneficio de los pecadores que le ayudan a barrer con los más justos de la oposición.

El diálogo parte de una insólita mentira, privilegiada una acepción que simplemente  lo desmiente, porque el secreto por siempre lo hará productivamente sospechoso.  En la revuelta de los justos y pecadores, en el paredón está a la vista de todos, el lenguaje público, el más estelar de los puentes – por años – varias veces dinamitado, a la espera de una definitiva detonación.
DC / Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganJ

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