Por más de 100 años, la mayor parte de las cosas que despiden los inodoros de la Ciudad de México reaparece en unan zona rural a dos horas al norte, en los ríos y represas del Valle del Mezquital. Pero un ambicioso proyecto de tratamiento de aguas cambiará pronto eso.
En lugar de festejar la llegada de agua limpia, los agricultores de la zona están furiosos y exigen al gobierno que respete un decreto presidencial de 1895 que les da el derecho a irrigar sus cultivos con las aguas residuales de la capital sin ser tratadas porque dicen que son ricas en fertilizantes.
Se produce así una situación en la que las preocupaciones por la salud pública –no solo de los residentes del valle sino de los mexicanos de todo el país que comen esos cultivos– van en contra de los intereses de familias campesinas que temen perder su sustento si dejan de recibir aguas residuales cuando comience a funcionar en el estado de Hidalgo la planta purificadora de Atotonilco, de 530 millones de dólares y que se dice es la más grande de su tipo en América Latina.
«Mis abuelos andaban con el pico, con la pala, abriendo los canales» de irrigación, cuenta Teresa Álvarez, una abuela de 69 años que cultiva alfalfa, maíz y trigo en Tepatepec. «Entonces no es justo que ahora de buenas a primeras nos están quitando el agua. Vamos a luchar».
Al principio a nadie le entusiasmaron los desechos de la capital cuando comenzaron a llegar a este valle pobre y semiárido poblado por los indígenas otomi. Pero con el correr de las décadas, las «aguas negras» transformaron la región en una de las zonas rurales más productivas de México. Hoy cuenta con una amplia red de canales que irrigan más de 90.000 hectáreas.
Según Fernando Sánchez, de 37 años y quien se opone a la planta, las plantaciones de maíz producen un promedio de 15 toneladas por hectárea, aunque algunas llegan a 18 toneladas. Y pronostica que si empiezan a recibir agua purificada, la producción será aproximadamente la mitad.
Es posible que también aumenten los costos ya que los campesinos tendrán que comprar fertilizantes y agroquímicos para compensar la pérdida de los fertilizantes de las aguas negras. Sin apoyo del gobierno, afirman, la agricultura de la zona podría no ser sustentable y generar migraciones a Estados Unidos y a otras regiones de México.
Los campesinos se han estado reuniendo con funcionarios de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) para transmitirles su inquietud. Pero abundan las suspicacias, sobre todo en vista de que el agua es un recurso escaso en el centro del país.
Las autoridades los escuchan, pero «lo que no hay es una apertura para poder darnos una solución», dijo Sánchez.
CONAGUA declinó varios pedidos de cometarios. En folletos promocionando la planta, que está en etapa de pruebas y se espera empiece a funcionar más adelante este año, la comisión dijo que el uso de aguas residuales sin tratar constituye «un problema de salud pública».
Agregó que la planta preservará muchos de los nutrientes del agua, mejorará la condición de los 700.000 residentes del valle, reducirá gradualmente la contaminación de las vías acuáticas de la zona y permitirá el cultivo de productos que hoy están prohibidos.
«Ojalá haya menos enfermedades en los humanos», manifestó Silvino García, de 62 años y quien cultiva cebada junto a la presa Endhó. El campesino, no obstante, piensa que la planta hará que disminuya la producción.
El Valle del Mezquital consiste en varias parcelas pequeñas de tierra, la mayoría de ellas de menos de una hectárea, por los que cruzan canales estrechos. A la distancia, es un paisaje bucólico. De cerca, en algunas partes hay bolsas y botellas de plástico que obstruyen los canales y producen grandes cantidades de espuma. En la mayor parte de los sitios no hay mal olor, pero en el Endhó el hedor es tan pútrido que penetra las casas y hace que los residentes no inviten a visitantes.
La irrigación con aguas residuales hace que se corra el peligro de que las bacterias contaminen las cosechas que crecen pegadas a la tierra e invadan los aparatos digestivos de la gente si no son desinfectadas o cocinadas. La Organización Mundial de la Salud advierte que las aguas sucias pueden aumentar la incidencia de cólera, fiebre tifoidea, diarrea y parásitos.
La mayoría de los cultivos del valle no son peligrosos para los humanos. La alfalfa, por ejemplo, es usada solo para alimentar animales, mientras que el maíz crece bastante alejado de la tierra, protegido por una caparazón bastante gruesa.
Pero también hay lotes de cultivos bajos, que crecen casi a ras de tierra, como el coliflor, brócoli y cilantro, que son vendidos en el mercado Central de Abastos de la Ciudad de México y llega a los puestos callejeros, a taquerías y a las mesas de los hogares.
Efraín González, que representa a los campesinos de cinco pueblos alrededor de Tula, no está muy convencido de las bondades de la planta, pero dice que es absurdo tener que esperar «que 10.000 capitalinos vayan al baño para que puedan de alguna manera abonar mi milpa (parcela)».
Los campesinos que irrigan sus tierras con aguas residuales enfrentan numerosos riesgos, incluidos distintos parásitos, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud. Los niños son más vulnerables a diarreas y salmonella.
La mayor parte de los campesinos del Mezquital restan importancia a los peligros y dicen que varias generaciones de familias nunca tuvieron problemas. De hecho, a menudo se lavan las manos con el agua turbia antes de sentarse a comer.
Manuel Ortega, un campesino de 89 años, dice que se crió comiendo verduras de la zona.
«Nunca me ha dado un chorrillo (diarrea)», agrega entre risas.
Christina Siebe, geóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México que se ha pasado décadas estudiando la agricultura en el valle del Mezquital, dice que, si bien hay problemas obvios con el uso de aguas residuales en la agricultura, también puede reducir la demanda de agua fresca, que escasea; evitar que desechos orgánicos terminen en ríos y océanos, y reciclar nitrógeno, fósforo y materias orgánicas.
Señala que no está claro si una planta de tratamiento como la de Atotonilco justifica el gasto.
«Hay maneras más simples y menos costosas de reducir los riesgos. Eso tiene que ver con cómo manejas tu parcela, qué tipo de cultivos produces y qué prácticas de higiene tienes como agricultor cuando estás en contacto con estas aguas».
Otro tema delicado es que Atotonilco no estará en condiciones de tratar todas las aguas residuales de la capital. La parte que actualmente fertiliza las tierras será tratada y el resto va a parar a vías acuáticas que ya están contaminadas.
Cuando la plata, que ha sufrido numerosas demoras, comience a funcionar, el porcentaje de aguas residuales tratadas subirá al 57%, comparado con el 11% del 2010, cuando comenzó la construcción.
Los agricultores del Mezquital quieren que no se reduzca la cantidad de agua que reciben ni les interesa saber cuánto material orgánico contiene. Si no satisfacen esa demanda, amenazan con ocupar la planta.
«Están pisoteando un derecho histórico que tenemos», se quejó el campesino Juan de Dios, de Mixquiahuala.
DC/AP