Muchos padres lo temen… el momento de la ducha, la cena y el pijama. Un ritual nocturno que pone fin a la tarde de juegos y a muchos niños les cuesta una rabieta. Y un disgusto a los padres. Se calcula que duran un minuto por cada año que tiene el crío y estos pataleos son característicos de una edad muy concreta: entre los 2 y los 4 años, aunque excepcionalmente se pueden alargar hasta los 6. Cuatro o cinco minutos que se hacen eternos y que bloquean a los adultos, que en ocasiones no saben qué hacer. «Se agobian mucho pero lo fundamental es que no pierdan la calma y la serenidad. En ese momento hay que respirar, retirarle la atención al niño y después hablar con él». El consejo se lo ha dado a muchas familias la psicóloga Mariola Bonillo, del Centro de Psicología Área Humana de Madrid.
Porque en ese momento crítico intervienen dos actores: el chaval y los mayores: «Hoy en día es difícil la conciliación y los padres llegan a casa cuando el niño está ya cansado y mimoso. Ese es el caldo de cultivo ideal en el que él aprende a conseguir todo lo que desea a través del llanto o la rabieta y en el que a veces los padres se lo conceden porque ‘para un ratito al día que pasamos juntos…’», advierte Abel Domínguez, director de Domínguez Psicólogos (Madrid).
«En el momento de la rabieta hay que respirar, retirarle la atención al niño y después hablar con él»
Hace hincapié en la necesidad de que los progenitores sepan diferenciar «el llanto angustiado del llanto interesado». Este segundo, explica, tiene forma de rabieta. Se manifiesta en torno a los 2 años, «cuando dejan de ser bebés, aparece el lenguaje articulado, desarrollan la individualidad, la autonomía y el egocentrismo» y siempre tiene un motivo, defiende Bonillo. «El niño no quiere llamar la atención. Lo que hace es mostrar su malestar por algo. Igual está cansado, o tiene hambre, lo que favorece la irritación, o quiere que jueguen con él».
Cuando eso sucede, recomiendan los expertos, lo mejor es dejarles que se desahoguen sin intervenir. «Los padres deben empatizar con la frustración que sus hijos están sintiendo pero sin permitir que les ‘chantajeen’ y se salgan con la suya. De lo contrario estaremos educando ‘pequeños grandes tiranos’. Dependiendo del lugar donde estemos podremos ignorar el comportamiento del menor o deberemos impedirle físicamente que pague su mal humor con el entorno. Por ejemplo, no podemos ignorar la rabieta de nuestro hijo si estamos en el pasillo de conservas y encurtidos del supermercado y comienza a tirar los botes de cristal al suelo; sin embargo sí podremos ignorarlo si estamos en casa y simplemente está pataleando, gritando o llorando», señala a modo de ejemplo Abel Domínguez. Y siempre, subraya Mariola Bonillo, hay que actuar con serenidad. «Los padres no se tienen que enfadar, sino decirle: ‘Hasta que no te calmes no te escucho’. La calma de los mayores es fundamental porque son el espejo en el que se miran los niños».
«Hasta 20 minutos»
Estos episodios «tan intensos» pueden durar «cinco minutos» o más -«incluso 20 minutos, sobre todo en esos casos en el que previamente se ha cedido a las demandas o al ‘chantaje’ del niño»- y una vez el crío se ha serenado, el adulto debe intervenir: «En el momento de la rabieta no puede razonar porque está bajo un estado emocional de frustración que se lo va a impedir, igual que nos sucede a los adultos. Pero después hay que reflexionar con él y preguntarle por qué se ha sentido así».
«Si un bebé llora hay que cogerle siempre en brazos»
El llanto del niño no es siempre igual, y hay que estar especialmente atento al de un bebé, que es la única forma que tiene de manifestar que algo le pasa. Y precisamente porque algo le pasa hay que cogerles cuando lloran, defienden los expertos. «Es lo más natural y lo que nos sale institivamente. No debemos dejar que se angustie», orienta Abel Domínguez. «Igual tiene sueño, o hambre, o está incómodo con la digestión o quieren meterse al carro para mecerle o jugar… Hay que cogerles cuando lloran para trasmitirles que van a tener cubiertas sus necesidades», recomienda Mariola Bonillo. Pero ese llanto evoluciona y a medida que crecen, hay que dejarlo también fluir. «Llega un punto en el desarrollo del ‘no tan bebé’ en el que debe aprender a gestionar algunas situaciones por sí mismo, aprender a calmarse y a gestionar algunas emociones desagradables. Tiene que aprender a dormirse él solito, a levantarse de una caída, a separarse de su figura de apego temporalmente o a gestionar la frustración que le genere que las cosas no salgan como a él le gustaría. En estos momentos los progenitores deberemos gestionar la angustia que nos genere el llanto de nuestros hijos», advierte Domínguez.
¿Hay que evitar como sea que el niño llore?
No, porque las lágrimas desahogan. Los niños que se han caído y se han hecho daño tienen que llorar. Otra cosa es que lloren y griten. En ese caso hay que explicarles que no tienen que gritar porque en cuanto lloren vamos a ir donde ellos a atenderles, no es necesario que se pongan a dar gritos, que además les puede provocar dolor de garganta. Eso hay que explicárselo con palabras -ilustra Bonillo-.
La otra línea de actuación es adelantarse a las rabietas, señalan desde el Centro de Atención Psicológica Área Humana. Y rescatan un ejemplo cotidiano. «Cuando los niños llevan toda la tarde jugando están sobreexcitados y si de repente se les manda a casa se enfadan porque no entienden por qué tienen que dejar de hacer algo con lo que se lo están pasando bien. Así que es mejor ir avisándoles: ‘En poco nos tenemos que ir’. Y antes de pasar a la ducha y a la cena, que es un momento que les cuesta, es aconsejable ir reduciendo esa sobreestimulación que le ha provocado saltar, correr… con alguna actividad más pausada: pintar, contarles un cuento, hacer figuras de plastilina, jugar a las cartas sin que suponga competición…».
En ese adelantarse a las rabietas se incluye también advertirles cuando se pueda de que las cosas no van a suceder como ellos quieren. «Si un niño sabe que todos los sábados va al parque a jugar no va a entender que un día no le lleves porque está lloviendo. En ese caso es mejor que el día antes le advirtamos: ‘Mañana no saldremos pero podemos jugar en casa. Haremos puzzle o construcciones. ¿Qué prefieres?’».
¿No hay que ceder nunca a las rabietas?
No porque eso es un refuerzo negativo. A veces los padres se ven sobrepasados por la pataleta, están en un lugar público, les da vergüenza y ceden, pero no es la solución.
A propósito de los ‘refuerzos’, Mariola Bonillo alerta de la importancia de potenciar los positivos. «No es conveniente estar todo el día dando órdenes a los niños, también hay que reconocerles cuando hacen las cosas bien. Imaginemos que un crío está saltando en casa y corriendo y molesta a los vecinos de abajo. Podemos salir con él a la calle y explicarle que el sitio de correr es precisamente la calle y cuando vuelva a casa ese día recordarle que se ha portado bien». Le puede ahorrar una rabieta.
DC | El Correo