San Agustín, como bien sabemos, es una de las mentes más completas del pensamiento occidental. Por eso, cuantas veces nos conseguimos algún escrito dedicado a él, lo deseamos retransmitir tal vamos hacer con este brillante trabajo.
“Desde los años anteriores a su conversión se vislumbra aún a través de las penumbras y errores de la juventud, un corazón inquieto y en constante búsqueda. En ese sentido, puede decirse a favor de ese joven y extraviado Agustín que, aunque no siempre buscó en el lugar correcto, sí fue un perpetuo buscador de la verdad y de la felicidad… hasta que finalmente la encontró.
Quizás sea esa parte de búsqueda no siempre exitosa la que haya permitido que muchas personas de tantas épocas hayan encontrado en Agustín de Hipona a alguien sumamente cercano. El que San Agustín haya buscado primero esa felicidad en el éxito terrenal, en el reconocimiento, en el estudio profundo de la ciencia y la filosofía, en los afectos de las personas amadas o en el espontáneo seguimiento de sus instintos, para finalmente declarar que solamente en Dios podía descansar su corazón, hacen de sus experiencias un camino sumamente familiar para toda persona que se encuentra todavía en él.
¿Cuántas personas habrán encontrado en la vida de Agustín una señal que indica la salida de un enredado laberinto, que estaríamos condenados a recorrer sin guía alguna? Somos llevados por el peso de tantas cosas que tienen valor en nuestra vida pero que quizá no estén adecuadamente acomodadas en su lugar preciso. Dinero, afectos, conocimientos, personas, talentos, fama, comodidad, instintos, pasión. Por eso, al no estar en su lugar, al tomar decisiones, sacrificamos lo importante por lo inmediato.
Son como peso que nos quita el equilibrio y nos llevan a lugares donde no queremos ir pero finalmente vamos porque somos arrastrados por ellos.
Agustín se encontró así, y un día supo que debía aferrarse a lo que lo llevara donde si quería ir. No podía estar como una veleta arrastrada hacia un lado y hacia otro. El peso no solo tira hacia abajo sino hacia el lugar que corresponde a cada cosa. El fuego va hacia arriba; la piedra cae hacia abajo. Cada cosa es movida por su peso y tiende hacia su lugar, escribió.
Lo difícil fue librarse de todas aquellas cosas que no tenían un paso importante en su vida pero que no era donde quería ser llevado. Sin embargo, una vez encontrado el impulso necesario ¡qué maravillosa experiencia de ser llevado hacia arriba, hacia donde tiende el corazón humano con todo su ser!
‘Las cosas menos ordenadas están inquietas. Se las pone en orden y encuentran reposo. El amor es mi peso. El me lleva dondequiera que voy. Tu don nos inflama, nos lleva hacia arriba, nos enfervorizamos y caminamos. Subimos con los cánticos de las subidas en el corazón. Cantamos los salmos graduales. Con tu fuego, con tu santo fuego nos enardecemos y caminamos, porque vamos hacia arriba, hacia la paz de Jerusalén” (Confesiones XIII, 10).
Por algo afirmamos que San Agustín de Hipona tiene, a dieciséis siglos de distancia, algunas cosas importantes que decirnos.
DC / Luis Acosta / Articulista