La Venezuela de Thea Segall ya no existe

No hay que escribir mucho cuando las imágenes, sus imágenes, son las que mejor hablan por ella. De ella. Y hasta no sería descabellado imaginar que cuando Thea Segall se internaba con su cámara fotográfica en las comunidades indígenas del sur de Venezuela, mucho miraba y poco decía.

Vino de la gris Europa de la postguerra, de una Rumania latigueada por el comunismo, a esta tierra cuya luz tropical la encandiló hasta un enamoramiento del que jamás pudo desprenderse. Thea Segall, la fotógrafa, la editora, se hizo venezolana desde 1959 hasta el año en que murió, 2009. Casualmente, tal día como ayer, pero hace ocho años.


Lo que no es casual es que la Sala TAC, de Trasnocho Cultural, le dedique una muestra antológica a esta mujer que dejó un archivo fotográfico invaluable (e impecablemente catalogado) a la hora de hacer la pesquisa de los modos de vida de las comunidades primigenias del país. Un registro etnográfico que permite al venezolano de hoy atarse al hilo de Ariadna de una identidad difusa. Nada más y nada menos.

La exposición, titulada Thea Segall. Tiempo, memoria e imagen, se inaugurará el domingo, a las 11:00 am, en la Sala Trasnocho Arte Contacto (TAC), del Centro Cultural Trasnocho. Reúne 78 imágenes, organizadas bajo la curaduría de Yuri Liscano, que abarcan, además del trabajo antropológico de las comunidades indígenas que Segall retrató, sus vertientes como editora, fotógrafa institucional (hizo fotografías para Edelca, Minerven, Sivensa y otras industrias) y propietaria de su foto estudio (Estudio Fotográfico Thea, que funcionó en Sabana Grande hasta 1994). Hay en ella, además, libros, documentos y objetos de la artista.

«Trabajamos con los materiales que están en su archivo, en la que fue su oficina y luego apartamento. No copiamos nada ni recurrimos a colecciones privadas», dice Liscano, quien recuerda que entre 2012 y 2014 Sagrario Berti, Larissa Hernández y Aixa Sánchez comenzaron a cuantificar y clasificar el vasto y heterogéneo archivo de la fotógrafa.

El eje central de Thea Segall. Tiempo, memoria e imagen son las Fotosecuencias con las que la artista, Premio Nacional de Fotografía 2004, correspondiente al período 2002-2003, capturó de manera didáctica, minuciosa, el proceso de elaboración del casabe, la curiara y el tambor… Y, por primera vez, se mostrarán las fotosecuencias Lana, desde la barbería hasta el telar (circa 1970-1977); La arepa. El pan de mi tierra (circa 1964), Vivienda indígena (circa 1964-1970) y Alfarería (circa 1970-1977).

En el caso de Thea Segall, la nacionalidad no fue un papel que le entregaron las autoridades a mediados de los sesenta, sino la posibilidad de unir su alma a las de aquellos venezolanos originarios que, con total desprendimiento, le mostraron su manera de relacionarse con su entorno, con la selva: cómo hacían sus alimentos, cómo vestían, cómo vivían. «Me sucede que amo a este país casi hasta el llanto», dijo en algún momento la fotógrafa.

«El archivo de Thea Segall es invaluable para el país. Además de lo extenso que es, la fotógrafa logró combinar varios aspectos. Su trabajo no es un registro solamente documental, solamente corporativo, sino que eso se mezcla con una altísima calidad estética, una altísima calidad en el manejo de la luz y de la composición. Aunque las fotos que generalmente vemos siempre son un reencuadre, ese reencuadre lo que hace es señalar lo que ella quería», explica Yuri Liscano.

Y prosigue el curador: «Segall no se interesó tanto en la ritualidad de estas comunidades, sino en sus modos de vida, no retrató bailes folclóricos ni ritos chamánicos. Le interesaba más qué comían, cómo preparaban sus alimentos y dónde vivían. Sí hizo algunas fotos de celebraciones, pero no eran su fuerte. Y esto se debió a su vinculación con científicos, antropólogos, ingenieros. No se relacionaba tanto con profesionales de las artes plásticas. Cuando vemos a los yekuana construyendo una curiara, ese trabajo era asesorado o estaba apoyado con un texto muy preciso de antropólogos».

La Venezuela que Thea Segall fotografió ya no existe, no por una cuestión de tiempo o de evolución, sino por el absurdo olvido al que han sido sometidos los habitantes originarios del país. Ella, la rumana de carácter fuerte, tajante al hablar, fue una venezolana auténtica. «Siendo extranjera, tuvo esa visión y esa intención de dejar plasmado en un grupo de imágenes ‘esto era de tal forma’, ‘esto se hacía de tal manera’, ‘esto existía’. En tal sentido, su trabajo fotográfico es un instrumento para la memoria», concluye Liscano.

 

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