Reza un refrán popular que “lo comido, lo viajado y lo vivido” es lo realmente perdurable en el tiempo, como también lo son los recuerdos de aquellos parajes paradisíacos que los venezolanos, e incluso extranjeros, solían visitar en tiempos de bonanza. En casa no faltan los álbumes que no solo guardan memorias de aquellos tesoros naturales recorridos sino de los gratos encuentros familiares donde el mayor dilema era escoger al parrillero estelar.
Enumerar los destinos predilectos es como pedirle a un niño elegir su dulce favorito. Venezuela es bondadosa con sus habitantes en cualquiera de sus puntos, por lo que vacacionar en aquellos tiempos solo ameritaba encender el carro y “agarrar carretera”, haciendo estrátegicas paradas que se convertían en una excusa perfecta para hacer amigos en cualquier poblado.
El oriente recibe siempre con los brazos abiertos. Las vacaciones escolares y la temporada decembrina eran la época escogida por muchos para visitar la Isla de Margarita, con sus playas cristalinas y una fiesta de sabores que los lugareños resguardan con recelo, desde las generosas empanadas con rellenos del mar hasta un coctel tan exótico como su nombre: “vuelve a la vida”. La visita al Parque Nacional Laguna de La Restinga se convirtió prácticamente en un ritual, un majestusoso recorrido en un humilde peñero para apreciar hermosos manglares y conocer de la fauna que los lugareños se esmeran en conservar entre ellos peces y estrellas de mar.
Una semana nunca era suficiente para tanto que hacer en la isla por lo que explorarla a plenitud siempre fue un reto para los visitantes: recorrer la prestigiosa 4 de mayo, darse un baño en las populares Playa El Agua o El Yaque si de los deportes extremos se trata, degustar las ricas empanadas de guacuco o camarones en el Mercado de Conejero y hasta aprovechar de probar suerte en alguno de los majestuosos casinos con show nocturnos.
Del otro extremo del país también se disfrutaba, en parajes que asemejan las mejores pinturas de los artistas. Quienes se decantaban por el frío para vacacionar solían hacerlo en la hermosa ciudad de Mérida, un viaje que llevaba muchos a recorrer carretera por horas, incluso días, hasta que la densa neblina avisara haber llegado al destino final.
El Teleférico siempre ha sido el punto turístico de mayor interés, sobre todo en temporadas de nevadas donde los visitantes pueden tomar aquellos trozos de hielo que solo vistos en películas. Los más aventureros cabalgan en caballo o burros para visitar las lagunas Los Anteojos y presenciar tanta belleza natural en un punto cercano al Pico Bolívar, el más alto de Venezuela.
Los parques temáticos como La Casa de Los Abuelos y La Venezuela de Antier, siempre han sido un reencuentro con la idiosincrasia, con la oportunidad de disfrutar tanto de la comida como los bailes típicos, una visita que deja mucho orgullo por lo nuestro. Atraidos por la leyenda de la “Loca Luz Caraballo” muchos llegaban hasta Apartaderos, un modesto pueblito donde los niños con sonrojadas mejillas y mascando el tradicional chimó a cambio de aplausos recitaban aquel verso popular: “Los deditos de tus manos,. los deditos de tus pies;. uno, dos, tres, cuatro, cinco. seis, siete, ocho, nueve, diez…”.
Venezuela es contraste y belleza natural por donde se mire, tierra donde es posible encontrar la playa más cristalina, rodeada de manglares y tunas, incluso bordeando grandes extensiones de arena como en el caso de Los Médanos de Coro, en el estado Falcón.
Este pequeño desierto es la oportunidad predilecta de grandes y chicos que desean revolcarse entre la arena, hacer piruetas y correr con libertad, lanzarse desde lo más alto incluso formando una larga cadena humana fotografiada por uno menos arriesgado, un paseo sellado con un refrescante baño en las hermosas playas de Adícora, no sin antes pasar por un rico asopado de mariscos.
No pocos aprovechaban la cercanía con el Parque Nacional de Morrocoy, un oasis que nada debe envidiar a las playas mas exóticas del mundo como Bora Bora o Fiji. Las cristalinas aguas son un regalo para los visitantes que llegan incluso desde el exterior motivados por la curiosidad de conocer un paraíso en la tierra. Como buena representación de la amabilidad y la esencia emprendedora del venezolano, los lancheros no reparan en llevarle sus platos repletos de sabor del mar, con camarones, chipichipi, pulpo, langostinos y langostas, hasta el mas recóndito cayo que la persona decida visitar.
Con escenarios que han inspirado a grandes producciones de Hollywood, este místico rincón de Venezuela esconde mucho de nuestros orígenes. Hogar de etnias que han hecho del respeto y el cuidado de la naturaleza prácticamente una religión, es casi que obligado al menos una vez en la vida visitar sus saltos, recorrer sus selvas, escalar las montañas y hasta pernoctar en plena naturaleza rodeados de exóticos animales. Sus habitantes poco a poco se han adaptado a los nuevos tiempos con posadas y albergues que ofrecen más comodidad que en tiempos anteriores, pero la verdadera riqueza del lugar sigue ahí, esperando a quienes quieren descubrir uno de los principales puntos turísticos del país.
Las lágrimas son el escenario más frecuente para quienes tras horas, incluso días, y con enorme morral a cuestas, culmina su travesía con un refrescante y hasta sanador baño en uno de las paradas más populares como el salto El Sapo, El Pozo de la Felicidad y el más famoso de todos, El Salto Ángel, sin perder de vista el majestuoso Ayantepuy.
Hablarle a un extranjero de un lugar que conjuga playa y montaña suele parecerle inverosímil, pero la verdad existe en Venezuela, un pueblito que ha atrapado a más de un visitante internacional al son del tambor, guarapa y mar de color esmeralda.
Las fiestas en el conocido Malecón son el broche de oro de un largo día de sol y aventura sobre las olas. Cada jornada es una oportunidad para conocer alguno de sus cayos entre esos Cepe, Chuao o Valle Seco, un traslado solo apto para valientes que abordan los veloces peñeros que retan el fuerte oleaje.
Si esto le parecía insuficiente en el itinerario, bastaba llegara la noche para acercarse al malecón donde al son del tambor se inicia la fiesta que se extiende hasta el otro día, ocasión que los lugareños aprovechan para promocionar su tradicional guarapita que hace olvidar cualquier cansancio. Otro de los encantos de este pueblo generoso son sus casas coloniales y pintorescas frente a las cuales muchos suelen fotografiarse para inmortalizar la visita a la tierra del mejor cacao del mundo.
Tan cerca de Caracas pero tan diverso a la capital tanto en su clima como en su ritmo calmado. Solía ser el paseo predilecto de la familia, en especial los fines de semana, cualquier motivo era la excusa para tomar la vía, un sin fin de curvas que se iban cubriendo de densa neblina a medida que se ascendía. El festival de colores, entre melocotones, fresas y duraznos recibe a los visitantes apenas se llega a El Junquito, la mayoría interesados en comprar las verduras exóticas y frescas características del lugar, también aquellos que degustaban las muestras de cochino frito o morcillas obsequiadas por los comercios, un gancho infalible para potentes comensales.
La continuación del recorrido hacia la Colonia Tovar, era un festín de parrilladas de grupos familiares que solían repartirse las tareas para degustar una agasajo bajo las churuatas dispuestas para todo el que así lo quisiera, una reunión que solía congregar al menos una vez al mes a los abuelos, los tíos, los primos y amigos. El paseo no estaba completo si el debido paseo a caballo, un pony para los pequeños de la casa, con su respectivo chocolate caliente o unas ricas fresas con crema que empalagaba el paladar.
Llegar al pueblito alemán cerraba con broche el recorrido. Las patinatas y las misas de Gallo en época decembrina no faltaban como tampoco los paseos en vehículos extremos que mostraban las beldades de sus habitantes, los extensos sembradíos de sus frutas y hortalizas que evidencian el amor por esas tierras a las que llegaron en los años 1800.
Esa Venezuela no se ha perdido del todo, contrario a lo que muchos suelen pensar. La esencia permanece tanto como la añoranza del país posible, del que sí se puede reconstruir desde el trabajo siempre pensado para el bien común. Unos paisajes envidiables, una gastronomía reconocida en el mundo y una idiosincracia que nos hace únicos, hacen pensar que vale la pena, no solo recordar los buenos tiempos, sino soñar con el mejor futuro posible para la pequeña Venecia.
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