En el casi cuarto de siglo transcurrido desde que terminó el apartheid en Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano (CNA), partido dominante, ha perdido algo de su credibilidad como vehículo para mejorar la suerte de la población de raza negra. Para muchos, el partido se deterioró en una red de clientelismo que enriquecía a unos cuantos bien conectados.
Ahora, el CNA recibe una nueva oportunidad tras la renuncia del presidente Jacob Zuma, debido a acusaciones de corrupción desmedida.
Con el fin del mandato de Zuma, los inversores internacionales elevaron las perspectivas de Sudáfrica de categoría, lo que llevó a la divisa de la nación, el rand, a su nivel más alto en tres años, mientras los precios de las acciones de compañías sudafricanas veían un repunte.
A más largo plazo, los retos que enfrenta la administración entrante de Cyril Ramaphosa son enormes.
Sudáfrica todavía es un país de marcadas desigualdades económicas definidas a lo largo de líneas raciales. Dentro de la nación de 55 millones de habitantes, sólo un décimo de la población, en su mayoría de raza blanca, controla más del 90% de la riqueza. Aproximadamente la mitad del país vive en la pobreza. La tasa oficial de desempleo está por arriba del 27%.
En todos los niveles de la sociedad, la gente se ha acostumbrado a los sobornos y los contactos políticos. Zuma será eternamente vinculado a su asociación con los Gupta, tres hermanos de origen indio quienes ―de hecho― compraron sectores claves de poder gubernamental, en lo que se llegó a conocer como “captura del Estado”.
Las esperanzas de que esta situación cambie surgieron cuando la policía hizo un allanamiento en una casa que pertenece a los Gupta mientas que Ramaphosa, de 65, asumía su puesto.
Como ex líder sindical y protegido de Nelson Mandela, el nuevo presidente disfruta de credibilidad entre una variedad de grupos de interés, mientras que tiene cierta reputación como un operador astuto, y no le fue imputado ningún cargo por corrupción. Pero muchos en las filas ejecutivas del partido sí han sido implicados.
“No necesariamente creo que destituir al presidente haga gran cosa para desmantelar la red de clientelismo”, dijo Ayabonga Cawe, un economista de desarrollo en Johannesburgo.
Ramaphosa también debe lidiar con defectos estructurales en la economía que datan de la época del apartheid, cuando la mano de obra barata de raza negra atenuaba la presión para que las compañías nacionales se modernizaran.
Ese sistema ha prevalecido en gran parte después del apartheid, con start-ups que enfrentan probabilidades a menudo imposibles.
“El apartheid era un sistema que se prestaba para grandes conglomerados y concentraciones de riqueza en las manos de unos cuantos”, dijo Cawe. “No se trata sólo de corrupción. Se trata de todas estas redes paralelas en las grandes empresas que es necesario desmantelar”.
Ramaphosa acumuló una riqueza extraordinaria dirigiendo compañías. Su fortuna se ha calculado en 450 millones de dólares. Si busca seriamente estimular la economía y crear un espacio para los pequeños negocios con propietarios de raza negra, necesitará enfrentarse a la estructura prevaleciente que lo hizo tan rico.
“Este es, sin duda, el momento más optimista para Sudáfrica en mucho tiempo”, dijo Ian Goldin, quien fue asesor económico de Mandela. “En cierto modo, de hecho se siente como un nuevo inicio. Pero todavía está por verse”.
Un grupo de partidarios del presidente Jacob Zuma en Ciudad del Cabo el verano pasado. Su renuncia ha alentado a los inversores.
Periódicos sudafricanos en Johannesburgo con titulares sobre la renuncia de Zuma.
Cyril Ramaphosa (der.) presta juramento como presidente. No se le ha imputado ningún cargo por corrupción.
DC / Clarín